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Julio Loras Zaera

Solo los humanos teníamos conductas homosexuales ...

... Hasta que los científicos empezaron a encontrar casos de esas conductas en cada vez más especies animales. En 1910, el zoólogo y fotógrafo George Murray Levick, miembro de una expedición a la Antártida que trabajó en el estudio de la mayor colonia de pingüinos de Adélie, en unas notas que circularon privadamente y de las que solo se hicieron 100 copias, informó de conductas homosexuales entre machos de esa especie. Ya antes, en observaciones anecdóticas publicadas en los dos siglos anteriores, se recogían casos de este tipo en otras especies. Si preguntáramos a los pastores, nos contarían muchos casos en cabras y ovejas. Actualmente, cuando el tabú ha ido perdiendo fuerza, se cuenta con los casos de más de mil quinientas especies, desde los bonobos o los monos araña, pasando por las hienas manchadas, hasta los escarabajos.

Esto, a primera vista, contradiría a Darwin, ya que su teoría se basa en el éxito reproductivo y la homosexualidad es una forma de sexualidad no reproductiva. Sin embargo, no hay que quedarse con una caricatura hipersimplificada de su teoría de la evolución. En muchas especies, la sexualidad no solo tiene funciones reproductivas, sino que puede tener además otras que afectan a la aptitud, como fortalecer lazos afectivos que permiten la cooperación, como por ejemplo observó Konrad Lorenz en los gansos, o como resolver conflictos e intercambiar alimento, como pasa con los bonobos, o como refuerzo de las relaciones jerárquicas, caso de los babuinos y de las hienas. Y es de suponer que en la mayoría de esos casos los individuos que se comportan así obtienen placer. Lo que no tiene futuro evolutivo, sin embargo, son las conductas homosexuales exclusivas, evidentemente, ya que se acabaría la reproducción. Y en esas mil quinientas especies animales no se da homosexualidad exclusiva, más bien se trata de bisexualidad.

Y ahora voy a ser políticamente incorrecto, al entrar en el terreno humano. Algunos antropólogos, a partir de estudios históricos y antropológicos, afirman que las conductas homosexuales han debido de existir siempre en nuestra especie. En la Ilíada tenemos un ejemplo claro, para quien lo quiera ver, de homosexualidad en la relación entre Aquiles y Patroclo. El duelo de Aquiles por la muerte de Patroclo no parece el duelo por la muerte de un amigo, sino de un amante. Los griegos antiguos, entre ellos los espartanos, combatían por parejas que no eran solo compañeros de combate, lo mismo que hacían los guerreros de ciertos pueblos africanos. Y en cuanto al lesbianismo, ahí tenemos los poemas de amor de Safo. Lo mismo se puede decir de los “dos espíritus” norteamericanos: eran hombres o mujeres que se casaban con personas de su mismo sexo. O se puede hablar de ciertos pueblos en que los chicos adolescentes hacen felaciones a hombres adultos o hacen de esposas de los mismos antes de poder ser reconocidos como hombres.

Estos antropólogos también consideran que la frecuencia de conductas homosexuales aumenta o disminuye en proporción al balance de costes y beneficios de producir hijos. Cuando los costes superan los beneficios, las conductas homosexuales aumentan. Cuando pasa lo contrario, disminuyen del mismo modo que lo hacen otras conductas sexuales no reproductivas. Y también hacen notar que en los casos antiguos, había pocos homosexuales exclusivos. Aquiles lloraba a su amante muerto, pero también se holgaba con la esclava Briseida. Los espartanos que luchaban en pareja, en tiempo de paz se acostaban con mujeres, para tener hijos, lo mismo que los guerreros africanos y los hombres y mujeres que se casaban con “dos espíritus”.

A lo que voy, y aquí viene la incorrección política, es a afirmar que la conducta homosexual exclusiva no está en la herencia evolutiva de nuestra especie (ni de ninguna, por otra parte, por razones obvias). Y seguiré para probarlo con la argumentación del biólogo Ambrosio García Leal (La conjura de los machos). Con una buena dosis de ironía, García Leal escribe: Si queremos encontrar primates homosexuales [absolutos], quizá sea más seguro encontrarlos entre los propios primatólogos que entre sus objetos de estudio; y es que incluso en la proverbialmente homófoba cultura occidental los homosexuales absolutos constituyen una fracción significativa de la población tanto masculina como femenina, cosa que, hasta donde sabemos, no ocurre en ninguna otra especie. Este biólogo rechaza las explicaciones innatistas de la homosexualidad exclusiva, incluidas las no genéticas, como la que la atribuye al estrés de la madre durante la gestación o las de supuestos cerebros femeninos (masculinos) en cuerpos masculinos (femeninos) y otras por el estilo, por no haber sido replicados los hallazgos que las sustentan o por haberse obtenido estudiando ratas y ratones. Si nos guiamos tanto por la etología comparada como por la antropología o por la historia, los humanos somos “homosexuales facultativos”. Esto significa que los humanos tenemos o podemos tener un comportamiento bisexual, lo que nos hace similares a otros muchos animales, que lo biológico en nuestra especie es la bisexualidad, lo cual viene abonado por el famoso informe Kinsey sobre la sexualidad de los norteamericanos, en el cual había una gran porción de la curva en el terreno de la bisexualidad, siendo los comportamientos hetero y homosexuales exclusivos menos frecuentes. Los comportamientos homosexuales menos frecuentes que los heterosexuales, pero ambos menos frecuentes que los bisexuales. De modo que lo que parece tener una explicación biológica es la bisexualidad, debiendo buscarse otras explicaciones, socioculturales, tanto para la homosexualidad exclusiva como para la heterosexualidad exclusiva. Mucho después del famoso informe Kinsey se hizo un estudio experimental de las tendencias sexuales. A los sujetos del experimento se les exponía a imágenes pornográficas, tanto de personas del sexo opuesto al de los sujetos, como de personas de su mismo sexo, monitorizando diversas reacciones fisiológicas de los individuos sometidos al experimento, entre ellas y fundamentalmente la dilatación de las pupilas. Pues bien, todos los sujetos reaccionaron de la misma forma ante las imágenes de sexo de individuos del sexo opuesto que ante las de individuos de su mismo sexo.

Y después de ser políticamente incorrecto y seguramente haber ofendido a algunos, debo decir que el criterio para valorar los comportamientos humanos no debe ser la biología y que todos los que no perjudican a nadie merecen total respeto, tengan o no un fundamento evolutivo.

Octubre de 2019

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Diseño: Julio Loras Zaera

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