En La guerra de los mundos de H. G. Wells, los marcianos no son derrotados por héroes ni superhéroes humanos o mutantes, sino por los verdaderos dueños de la Tierra: las bacterias, para las que no tienen defensa. En 1929, Fleming descubrió la penicilina, al observar que no había crecimiento bacteriano en las inmediaciones del hongo Penicillium en las placas de cultivo. Así comenzó una era en que parecía que conseguiríamos combatir eficazmente las enfermedades infecciosas causadas por bacterias, iniciándose una edad de oro de la medicina.
Pero la edad de oro ha sido corta. Si en los años sesenta del siglo pasado aún parecía que habíamos ganado la guerra a las bacterias patógenas, hace ya varias décadas que cada vez se encuentran más infecciones cuyas bacterias responsables son resistentes a los antibióticos, incluso a los de última generación. Según la OMS, hoy ya mueren 700.000 personas al año por esas infecciones y en 2050, a este paso, morirán 10 millones, es decir, una persona cada tres segundos.
Los mecanismos de resistencia a los antibióticos son de cuatro tipos: la membrana celular se vuelve impermeable a las moléculas del antibiótico; o la bacteria tiene alterada la diana del antibiótico, con lo que éste no se le une; o sintetiza un enzima que neutraliza el antibiótico; o sintetiza enzimas que promueven la expulsión o el bombeo de las moléculas del antibiótico al exterior de la bacteria. Cada mecanismo concreto es específico de uno o una familia de antibióticos, por lo que, en caso de multirresistencia, lo habitual es que haya varios mecanismos en la misma célula bacteriana.
Las bacterias adquieren la resistencia por dos vías, una de transmisión vertical y otra de transmisión horizontal. En el primer caso, alteraciones genéticas, es decir, mutaciones, pueden hacer resistente a una bacteria, resistencia que transmitirá a sus descendientes. En el segundo caso, la resistencia se obtiene por la captación de genes de resistencia directamente de otras bacterias, o mediante bacteriófagos (virus que infectan bacterias) que los han capturado de otras bacterias o bien directamente del medio (ver en Profesor Francho “Sexo bacteriano (1), (2) y (3)).
Si las bacterias que ha adquirido resistencia a un antibiótico se hallan en un medio con ese antibiótico, se encuentran en ventaja respecto a las que no tienen resistencia. Si la situación dura lo suficiente, se produce una selección a favor de la resistencia, de modo que se llega a obtener una población constituida toda por individuos resistentes. Esto es un fenómeno natural desde que microorganismos como los ascomicetos segregan antibióticos al medio en su competencia frente a otros microorganismos. Los ascomicetos poseen genes de resistencia a sus propios antibióticos, aunque al parecer los genes de resistencia de las otras bacterias no proceden de ellos, sino inicialmente de mutaciones, pero también de otros mecanismos, en concreto, los del sexo bacteriano, por el cual las bacterias comparten e intercambian genes de un acervo universal. Por lo tanto, es de esperar, por nuevo que sea un antibiótico, que tarde o temprano aparecerán bacterias resistentes al mismo. Lo que no quiere decir, al contrario, que no sea útil y necesario encontrar nuevos antibióticos. Aunque es una carrera que no se puede ganar definitivamente, sí se puede alargar indefinidamente.
Pero para eso es imprescindible un uso sensato de los antibióticos. Se trata, fundamentalmente, de no promover la selección de las bacterias resistentes. Para ello, en primer lugar, no hay que utilizar antibióticos para enfermedades en que son inútiles: las causadas por virus y organismos no bacterianos. En segundo lugar, huir de la utilización de antibióticos sin prescripción médica. En tercer lugar, seguir estrictamente, al utilizar antibióticos para alguna infección, las indicaciones del médico, tiempo de utilización incluido. En cuarto lugar, habría que abandonar la práctica ganadera de tipo industrial que atiborra preventivamente de antibióticos a animales que no tienen ninguna infección. No tener en cuenta estas indicaciones, sobre todo la cuarta, está en la base del aumento de la resistencia de las últimas décadas.
Se llama resistoma al conjunto de genes que confieren resistencia a antibióticos, ya sea en un organismo, ya sea en un conjunto de organismos, ya estén presentes en un ambiente. El resistoma principal parece que es el del suelo, que es el reservorio más importante de genes de resistencia. Ensayos con la técnica de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), que amplifica muestras de ADN, apuntan que ese resistoma se ha visto enriquecido en la era de la terapia antibiótica. El resistoma edáfico es grande y diverso, como consecuencia de varios cientos de millones de años de evolución, desde que se inició la lucha entre los microorganismos productores y los perjudicados por sus productos. Ha habido una fuerte presión selectiva que ha favorecido la resistencia. Streptomyces no patógenos del suelo tienen genes de resistencia a los antibióticos aminoglucósidos, genes idénticos a los de sus congéneres patógenos. En 400 muestras de suelo al azar se encontró multirresistencia a un nutrido grupo de antibióticos de importancia médica, de los cuales algunos eran nuevos y totalmente sintéticos, siendo las bacterias resistentes como media a entre 7 y 8 antibióticos. En 2008 se encontró que cerca de 600 especies de bacterias de 60 divisiones crecían bien en medios con antibióticos, siendo la media de resistencias de 17 a 18 antibióticos.
Otro resistoma importante es el humano, el de la microbiota comensal que coloniza nuestro cuerpo y que en parte está en contacto con las bacterias patógenas antes que nuestras células, pudiendo intercambiar y haciéndolo genes de resistencia. Por ejemplo, hay dos formas de Bacteroides, una patógena y otra comensal y entre ellas se intercambian genes de resistencia a la tetraciclina y a los macrólidos. El resistoma humano es fuerte y diverso.
El resistoma del suelo y el humano, así como el de los animales de granja están interconectados en una red de flujos mediante el agua, los alimentos y el contacto.
Marzo de 2018