En la escuela nos enseñaron que los reptiles eran animales de sangre fría, que dependían del calor del sol y del suelo y de su conducta de orientación y posición respecto a ellos para mantener una temperatura corporal adecuada para la vida activa, a diferencia de mamíferos y aves, que mantienen, mediante un metabolismo elevado (un ratón consume diez veces más oxígeno en reposo que un lagarto de su tamaño) y diversos métodos de aislamiento, una temperatura corporal elevada y constante.
Pues bien, desde los años setenta, Ostrom y Bakker mantienen que los dinosaurios eran animales de sangre caliente, como los mamíferos y las aves, iniciando una larga controversia aún no resuelta, hoy dormida, aunque el hallazgo, este año, de dinosaurios celurosaurios con plumas, a mi modo de ver, la zanja parcialmente a favor de los dinosaurios de sangre caliente. Al menos estos lo eran sin lugar a dudas, puesto que el aislamiento térmico que suponen las plumas sería contraproducente para un animal de sangre fría, que dependiera del calor exterior para mantener su temperatura.
Las pruebas principales a favor de la endotermia de los dinosaurios son cinco:
La estructura interna de los huesos. El hueso es una estructura activa, en crecimiento y fisiológicamente importante, puesto que en su médula se fabrican células sanguíneas y el tejido óseo es un reservorio de calcio movilizable para la contracción muscular y otros procesos importantes. Los animales con un alto nivel metabólico y procesos fisiológicos acelerados exigen mayor rendimiento de los huesos. En los animales endotermos que conocemos, los vasos que penetran en los huesos largos son numerosos y densamente agrupados; en los reptiles y anfibios, son escasos. Los conductos de Havers, donde se da el intercambio de calcio entre el hueso y la sangre son más numerosos en los huesos de mamíferos y aves que en los reptiles y anfibios. Ricqlès (1969) afirmó que la estructura interna de los huesos de los dinosaurios se parecía más a la de los mamíferos y aves que a la de reptiles y anfibios. Aunque sus apreciaciones son objeto de discusión.
Ausencia de anillos de crecimiento en los huesos de los dinosaurios que vivieron en latitudes elevadas. Esas latitudes, aunque más cálidas que las actuales, no dejarían de tener fríos inviernos y grandes variaciones estacionales de temperatura. En la estación fría, el hueso de los reptiles y de los anfibios crece más lentamente, debido a un metabolismo muy ralentizado, que en la estación cálida, dando lugar a anillos de crecimiento. Dado que los huesos de los dinosaurios de esas latitudes no presentan tales anillos, no debían de ser de sangre fría.
La visión que se tiene actualmente de los dinosaurios como criaturas activas, con los miembros situados bajo el cuerpo en vez de salir horizontalmente del mismo, a diferencia de lo que sucede con los reptiles actuales. Esto les asemejaría a los mamíferos corredores en la postura y en las proporciones de sus extremidades. Una postura y una locomoción de este tipo no podrían mantenerlos unos animales ectotermos, de bajo metabolismo, del tamaño de la mayoría de los dinosaurios.
En nuestra era, ningún gran animal ectotermo vive en latitudes elevadas. El tiempo que necesitarían para recuperar su temperatura óptima sería larguísimo (sin contar que cada día tiene su noche). Sin embargo, hay fósiles de grandes dinosaurios en lo que fue en su tiempo el círculo ártico, con su medio año de ausencia de sol. Se ha aducido que emigrarían. Pero la emigración supondría más de 800 km. ¿Podría resistirlo un animal de sangre fría?
La teoría de los dinosaurios de sangre caliente sugiere algunas consecuencias. Así, por ejemplo,
Que tendrían pulmones esponjosos, constituidos por alvéolos diminutos con el fin de aumentar la superficie de intercambio de oxígeno entre el aire y la sangre. O que tendrían un corazón con cuatro cámaras que evitara la mezcla de sangre oxigenada y sangre venos que se produce en los corazones de los animales de sangre fría (aunque los cocodrilos tienen funcionalmente, aunque no estructuralmente, cuatro cámaras). Pero son consecuencias destinadas a su falta de verificación: los pulmones y los corazones, como órganos internos blandos, no dejan huellas fósiles, a diferencia de los huesos y de la piel.
© Julio Loras Zaera