En general, todos los individuos de una especie son distintos entre sí, tienen individualidad. Ello se debe tanto a sus diferencias genéticas, ya que en la reproducción sexual se producen intercambios de partes de los cromosomas de los progenitores, dando combinaciones genéticas únicas; como a las diferencias en la acción de los factores ambientales, incluida la interacción social, sobre cada uno de los individuos. Sin embargo, en mayo de 2017, Nature Communications publicó el resultado de unos experimentos realizados por David Bierbach, Kate L. Laskowski y Max Lobo que, si no cuestionaron lo que hasta entonces se asumía, sí que plantearon seriamente la posibilidad de que otros factores distintos de los mencionados influyeran en la determinación de las diferencias individuales, centrándose en la individualidad del comportamiento.
Se trataba de controlar tanto la homogeneidad genética, de modo que todos los individuos de los experimentos eran genéticamente idénticos, como de mantener un ambiente lo más homogéneo posible. Para lo primero trabajaron con Poecilia formosa, un pez que se reproduce asexualmente sin fecundación aunque las hembras, que son la única clase de individuos de la especie, necesitan el estímulo del esperma de un macho de una especie emparentada, este esperma no produce la fecundación y, por lo tanto, no hay intercambio de genes, de modo que se trata de la reproducción de clones. Para lo segundo, los pececillos se criaron en condiciones altamente estandarizadas, dándoles tres tratamientos diferentes: 1 sin ninguna experiencia social menos de un día, 2 con un nivel moderado de experiencia social 7 días, aislándolos en condiciones estándar al acabar ese plazo y 3 con un nivel normal de experiencia social 28 días, también aislándolos después en condiciones estándar.
Midieron el comportamiento de los peces a las 7 semanas de edad. Los peces del tratamiento 1 eran genéticamente idénticos y habían sufrido los mismos factores ambientales con la misma intensidad, constituyendo el control o la línea de base. Sin embargo, estos peces exhibieron comportamientos significativamente distintos, no observándose mayor grado de individualidad en los peces sometidos a los otros tratamientos, lo que excluía el papel de la interacción social.
Al discutir los resultados, los investigadores, conjeturan que en el establecimiento de la individualidad podrían jugar factores microambientales, pequeñas diferencias ambientales que resultarían difíciles de controlar experimentalmente.
Otro factor impulsor de la individualidad podría ser de carácter epigenético, ya que la variación epigenética puede ser tanto inducida ambientalmente como estocástica. Aquí hablan de algo de lo que ya hablaba el genetista Richard Lewontin en los años 70 del siglo pasado: el llamado ruido del desarrollo. Lewontin, que ponía el ejemplo de las quetas del dorso de las moscas, es decir, que si observamos una mosca a la lupa binocular y contamos las quetas o pelillos que tiene en el dorso, veremos que no hay las mismas en el lado derecho que en el izquierdo, a pesar de que las dos mitades de la mosca tienen exactamente los mismos genes y están sometidas a los mismos factores ambientales. Eso se debería a pequeñas fluctuaciones al azar en la síntesis proteica en los estadios iniciales del desarrollo, muy probables debido a las pequeñísimas cantidades que se sintetizan por cada gen. Lo mismo que se aplicaba a los genes sería aplicable a los procesos epigenéticos.
Finalmente, en cuanto a la experiencia social, señalan que han observado que la cantidad de variación disminuía con el aumento de experiencia social. Lo cual podría ser lo habitual es sabido que en algunos casos, como, sin ir más lejos, el nuestro, la experiencia social tiende a hacer más similares a los individuos o no. Harán falta más estudios como este para averiguarlo, del mismo modo que harán falta más experimentos con genes y ambientes controlados para ver si estos resultados se refieren solo a una especie o son más generales.
Julio de 2021