Mucha gente interesada en la evolución se pregunta por qué, si no alimentamos con leche a nuestras crías, los hombres tenemos pezones e, incluso, en algunos pocos casos, pechos bien desarrollados. No hace tanto tiempo, un psiquiatra con una buena dosis de genio especulativo y, sin confesarlo, lector de Platón, que decía lo mismo, suponía que en el pasado los hombres daban de mamar a su descendencia. Con un poco más de conocimiento de nuestra historia evolutiva, la teoría podría formularse así: los machos de los mamíferos más primitivos amamantaban a sus crías.
No voy a seguir con esto, porque me parece especulación sin base e innecesaria (intentaré explicarlo), sino que, sin abandonar el tema, contaré la historia de otra parte de la anatomía del otro sexo. Me refiero al clítoris, que en algunas mujeres está muy desarrollado y que es como un pene pequeño. Siempre se le ha buscado una explicación evolutiva a ese órgano. La que disfrutó de mayor aceptación fue la que afirmaba que el clítoris, tan inervado, sobre todo en su extremo, como el pene y con las mismas conexiones con la medula espinal y con el cerebro, tenía la función de permitir el orgasmo femenino, el cual, a su vez, servía, según esta teoría, para mantener al varón unido a la hembra humana en pro de la cría de la descendencia.
Lástima que las hembras de los demás mamíferos también tengan clítoris, que de cuando en cuando tengan algo que se puede interpretar como orgasmos y que las hembras bonobo también lo tengan muy desarrollado pese a que los bonobos no son, en absoluto, monógamos (los bonobos son los también llamados chimpancés pigmeos).
Me parece que para desentrañar este misterio, como el de los pezones masculinos, hay que acudir al desarrollo de la anatomía sexual. Vamos con ello. Hasta la novena semana de la gestación, los genitales externos del feto son indiferenciados, consistiendo en un tubérculo genital o falo, unos pliegues urogenitales y unas prominencias labioescrotales, igual en los fetos femeninos que en los masculinos.
A partir de esa semana, si hay andrógenos, el falo crece, transformándose en pene, los pliegues urogenitales se fusionan formando la uretra penil y de las prominencias labioescrotales se forma un escroto. Si no hay andrógenos, el falo no crece o crece muy poco, los pliegues urogenitales dan lugar a los labios menores y las prominencias labioescrotales, a los labios mayores.
Este curso de las cosas se pone de manifiesto cuando algo falla, como en los casos de pseudohermafroditismo femenino, que puede ser debido a múltiples causas, teniendo que ver la mayoría de ellas con los andrógenos. Además, es el mismo en todos los mamíferos (variando, naturalmente el período de tiempo).
El caso de las hienas moteadas es paradigmático. En estos animales, las hembras, que son mayores que los machos y dominantes, tienen un clítoris con todo el aspecto de un pene y unos labios casi totalmente fusionados hasta la edad adulta con aspecto de escroto. Las hembras de hiena moteada presentan altísimas concentraciones de andrógenos en sangre.
¿Cuál es la explicación que se desprende de esto? Pues que no es necesaria ninguna explicación en términos de selección natural para el clítoris, ese pene de las mujeres. Lo que sí requiere de una explicación en esos términos es el verdadero pene, y es muy sencilla: la fecundación interna y la necesidad de tener cuanta mayor descendencia mejor (la inervación del glande está en función de producir placer asociado al coito). En cuanto al clítoris, simplemente, es el resultado de una vía de desarrollo común a machos y hembras cuando hay selección a favor del pene. El placer que produce la estimulación del clítoris es un simple efecto colateral de esa vía de desarrollo de los mamíferos y de la selección a favor de los machos más estimulados a la cópula.
Y ahora vuelvo a los pezones masculinos para concluir muy brevemente: son el efecto colateral de la vía de desarrollo mamiferiano y de la selección de las hembras que producen leche y amamantan a las crías.
© Julio Loras Zaera