Así como en otra ocasión hablé de una polémica entre una forma de materialismo y otra de idealismo en antropología, esta vez trato de una polémica entre dos materialismos: el materialismo cultural cultivado por Marvin Harris y el materialismo histórico en su versión estructuralista, representado por Maurice Godelier.
En general, se suele considerar que el materialismo marxista es un materialismo a la vez ontológico (primacía de la materia sobre el espíritu), epistemológico (lo material fundamenta el conocimiento) y metodológico (lo material es la clave explicativa fundamental). La polémica, por lo menos por parte de los discípulos de Harris, no entra en las dos primeras acepciones, centrándose en la tercera, además de que los marxistas estructuralistas se suelen apartar en la práctica de las dos primeras (y a veces también de la tercera) al tiempo que se dicen fieles al pensamiento materialista.
No voy a confrontar dos concepciones generales de la antropología. En vez de ello, resumiré muy brevemente lo que tienen que decirnos Harris y Godelier sobre cuatro asuntos: el parentesco, el tabú vacuno de la India, la China y los big men.
Para el antropólogo francés, es el parentesco en vez de las relaciones de producción (definidas por la posesión de los principales medios de producción) lo que explica fundamentalmente las sociedades sencillas. Y ese parentesco no solo impregna la estructura social, sino también todos los aspectos de la sociedad, desde los económicos, pasando por los políticos, a los ideológicos y religiosos, aspectos que, por cierto, es imposible aislar entre sí. El norteamericano, que distingue a efectos de análisis entre infraestructura (tecnología, demografía, ecología), estructura (economía doméstica, economía política, guerra, relaciones de producción, parentesco) y superestructura (ideologías, religión, arte, filosofía, literatura…), sitúa las relaciones de parentesco en la estructura, donde deben ser identificadas, aunque impregnen e interaccionen con los otros niveles de las sociedades. Para Godelier, resulta imposible discernir entre los diversos niveles y el análisis puede empezar por donde se quiera, sin privilegiar ninguno.
En el asunto del carácter sagrado de las vacas en la India es donde se produjo una polémica directa entre los dos antropólogos. Harris construyó una teoría explicativa de los tabúes alimentarios, aplicable a muchos de ellos, incluidos el del cerdo de musulmanes y judíos y la vaca sagrada de los hindúes. Sus explicaciones se basaban en limitaciones ecológicas, de competencia por el alimento con los humanos, de costes y beneficios de todo tipo de criar los animales tabú y sacrificarlos o no. En cuanto a las vacas, analizó los costes (pocos, en la medida que se las deja sueltas y también son recogidas por las autoridades hasta que sus dueños pasan a recogerlas) y beneficios (labranza, leche, boñigas como combustible y enlucimiento de paredes…) de no sacrificarlas y los costes (pérdida de animales de trabajo para la siguiente cosecha y hambre de proteínas, fundamentalmente) y beneficios (comida para unos cuantos días) de sacrificarlas. Teniendo en cuenta que la mecanización expulsaría de la tierra a una mayoría de campesinos sin alternativa laboral, considerar sagradas las vacas parece una buena alternativa y así lo vio Gandhi, que exaltó su carácter sagrado para la India. Es de notar que los musulmanes indios, sin considerarlas sagradas, se comportan como si lo hicieran.
Godelier no da ninguna explicación de la vaca sagrada, pero polemiza con Harris criticando su “materialismo vulgar”, epíteto muy usado por ciertos marxistas, y señalando lo que a su parecer es un grave defecto de la explicación de Harris: moverse en un nivel y no tener en cuenta que las sociedades tienen muchos niveles a tener en cuenta. Cuáles sean esos niveles, qué relación tengan entre ellos y a cuáles se debe dar el peso principal es algo que el francés no nos explica.
Respecto a los niveles, Harris descubrió, partiendo de la observación de que las ratios sexuales de las vacas eran significativamente desequilibradas, con desequilibrios opuestos en diversos distritos, y relacionándolo con las necesidades de fuerza para el arado por los distintos suelos, que tanto los hindúes como los musulmanes controlaban esas ratios, los musulmanes tal cual y lo hindúes con ideas sobre la debilidad, la fortaleza y la vitalidad de terneros y terneras (en definitiva, los dejaban morir de hambre), salvando así el carácter ético-religioso del tabú.
El tema de la China es el que Marx y Engels designaron como modo de producción asiático y desde siempre ha sido un quebradero de cabeza para los marxistas. Godelier le dedicó un librito, Teoría marxista de las sociedades precapitalistas, en el que niega la existencia de ese modo de producción al mismo tiempo que intenta salvar a Marx, que realmente escribió sobre él, criticando a los marxistas que creían que el mundo iba inevitablemente del comunismo primitivo, pasando por el esclavismo y el feudalismo, al capitalismo para acabar en el comunismo desarrollado. Pero, lejos de tener en cuenta las intuiciones de Marx, postula que la sociedad imperial china fue una sociedad de transición de la sociedad sin clases a la sociedad de clases. Obviando que esa supuesta transición duró miles de años, carga contra el ex marxista Wittfogel, a quien califica de “renegado”, por tomarse en serio a los padres del marxismo y dar esta explicación de la sociedad china: China, un país inmenso y muy poblado, con amplias zonas de climas semiáridos y enormes ríos, tenía que proveerse de grandes obras hidráulicas que solo podían ser emprendidas y administradas por una autoridad muy centralizada, por un Estado despótico. Es lo que Wittfogel denominó Estado hidráulico.
Harris tomó la idea del alemán para explicar la existencia de grandes Estados de obras despóticos como la China imperial y la confrontó con un Estado con obras hidráulicas pero con territorio menor y fragmentado, más hortícola que agrícola, Japón, donde nunca hubo un despotismo como el chino y que espontáneamente accedió al capitalismo.
Y ahora, un largo inciso puramente personal. De hace mucho tiempo intento seguir la trayectoria de la China moderna y he llegado a la conclusión de que ni es capitalista, ni es socialista, ni está en un proceso de transición del socialismo (sea eso lo que sea) al capitalismo. Me llaman mucho la atención las similitudes del régimen chino actual con las de la China imperial: desde el control obsesivo sobre la población, pasando por el control de la economía por el Partido Comunista y el Estado, una inmensa burocracia, una floreciente economía privada con superempresas de ámbito internacional, a las recurrentes campañas contra la corrupción que suelen cebarse en funcionarios del Partido, pero también se “cargan”, con duras penas, a grandes empresarios. Esto último me recuerda la historia imperial: en el Imperio florecía el mercado, que hacía muy ricos a grandes mercaderes, pero, recurrentemente, cuando algunos de esos mercaderes podían reclamar poder, eran castigados, incluso a muerte, y expropiados y vuelta a empezar. Considerando que Wittfogel y Harris no limitan su concepción estrictamente a los Estados hidráulicos, tratando del mismo modo, por ejemplo, el imperio incaico y otros, me veo tentado a afirmar que la China actual es uno de esos Estados. Y fin del inciso.
Uno de los trabajos de campo del antropólogo francés se realizó entre los bayuras de Papúa-Nueva Guinea. Se trata de horticultores aldeanos que comercian con sal que obtienen de plantas. Entre ellos se da un dominio muy fuerte de los hombres sobre las mujeres. Según Godelier, entre los bayuras la acumulación de riqueza no da poder, sino que este viene determinado políticamente mediante el valor y el éxito en la dirección de la guerra. Según el francés, estos grandes guerreros son diferentes de los big men de la región, que, además de guerreros, son emprendedores y sobre todo redistribuidores de bienes mediante festines y regalos. Harris no ve tanta diferencia, aparte de que es escéptico respecto a la acumulación de riqueza, que considera que tiene muchos altibajos, sobre todo si los menos afortunados se coaligan contra los “ricos”. Considera que los dirigentes guerreros de los bayuras son un estadio incipiente del sistema de bíg men de los vecinos y la diferencia explicativa debe buscarse en las condiciones ecológicas, demográficas y tecnológicas de unos y otros. Además, acierte o no, inscribe todo esto en su teoría del origen de los Estados. Y una objeción harrisiana más: mientras el francés habla de poder de esos embriones de big men: el materialismo cultural solo considera poder la posesión de medios materiales y humanos para hacer que los demás dejen de hacer lo que quieren hacer y realicen lo que no. Los grandes hombres bayuras no disponen de ninguno de esos medios frente a sus seguidores. Por otra parte, mientras Godelier no explica la razón del sometimiento de las mujeres, Harris lo explica por el papel que tiene la guerra en ese pueblo.
Una cuestión no menor en la consideración de los bayuras atañe a la explicación del “poder” de sus dirigentes guerreros. Mientras que para Godelier se debe al dominio de los hombres sobre las mujeres, Harris explica la subordinación femenina por el peso que tiene la guerra en esa sociedad.
Enero de 2025