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Julio Loras Zaera

Se retienen aspectos fundamentales de la lengua materna incluso aunque esta no se haya adquirido completamente

Desde que en los años 60 Lenneberg publicara sus Fundamentos biológicos del lenguaje, se han ido acumulando pruebas que apoyan la teoría de que el lenguaje no se aprende realmente, sino que se adquiere en un proceso de desarrollo y maduración estimulado por la exposición a una lengua humana. En ese proceso hay varios periodos críticos durante los cuales se alcanzan diversas fases, fuera de los cuales estas se malogran y la lengua no se adquiere. Es entonces cuando las lenguas, como nos suele pasar con las lenguas extranjeras, solo se pueden aprender con esfuerzo y dificultad, y nunca se llegan a dominar completamente. Esta teoría, cada vez más compartida por biólogos y neurocientificos, no goza de tanta popularidad entre lingüistas y psicólogos, entre los cuales hay más partidarios de que aprendemos la lengua de modo parecido a cómo aprendemos a resolver problemas matemáticos o carpintería, mediante la atención, la experiencia y la práctica.

Hay varios estudios que inciden en la cuestión de si la supresión de la exposición a la primera lengua y la exposición a otra, a determinadas edades tempranas, conlleva la adquisición de esta segunda y la pérdida total de la primera. Uno es de C. Pallier et al. y se publicó en febrero de 2003 en PubMed. Se estudiaba a un grupo de adultos coreanos que habían sido adoptados en adopción internacional por francófonos, siendo el grupo de control uno de adultos franceses. Se les sometió a oír oraciones simples en coreano, con el resultado de que tanto los adoptados como el grupo de control activaban exactamente las mismas zonas cerebrales al oír dichas oraciones, lo que según los investigadores indicaba que los adoptados habían perdido completamente el coreano.

L. J. Pierce et al. critican ese estudio: es muy posible que los adoptados, por la edad de adopción, nunca hubieran llegado a la fase de comprensión y emisión de oraciones en la primera lengua; no se formó un tercer grupo de hablantes nativos de coreano, con lo que no existía término de comparación; y en el mismo trabajo se constatan algunos hechos referentes a ciertos fonemas del coreano que no existen en el francés y a los cuales los adoptados respondían de forma distinta a los francófonos nativos.

Pierce y colaboradores (PNAS 17-11-2014) realizaron un estudio con el que pretendían superar los defectos criticados, con personas chinas que habían sido acogidas en adopción internacional por personas francófonas monolingües a los 12,8 meses de edad como media. Estas personas habían estado expuestas solamente al francés durante 12,6 años en promedio y el chino les sonaba a “chino”, como a los franceses. Como término de comparación se tomó un grupo de personas bilingües en chino y francés de la misma edad, que, adoptados o inmigrados con sus progenitores chinos, habían tenido el francés como segunda lengua. Y el control lo constituyó un grupo monolingüe nativo en francés. Se sometió a los tres grupos a estímulos consistentes en pares de sílabas tonales (las lenguas chinas son tonales) en las que es determinante el tono y pares de silabas arbitrarias (no tonales o de tonos no correspondientes a las lenguas chinas), al tiempo que se escaneaban sus cerebros con resonancia magnética funcional.

Los resultados fueron: en los monolingües franceses se activaron zonas cerebrales no correspondientes al lenguaje, tanto para las silabas tonales del chino como para las arbitrarias; en los adoptados chinos a edad temprana y en los bilingües se activaban para los tonos chinos áreas lingüísticas y para los tonos extraños al chino, las mismas áreas no lingüísticas que para los monolingües franceses; en cuanto a los adoptados, las áreas activadas fueron las mismas que para los bilingües.

Lo que viene a decirnos esto es que la inmersión temprana en una lengua produce cambios cerebrales en distintas áreas lingüísticas del cerebro en diversas fases según el nivel de maduración de la adquisición de la lengua. Las primeras fases consisten en que los bebés, que empiezan siendo sensibles a los fonemas de todas las lenguas humanas, pasan a limitar esa sensibilidad a los fonemas de la lengua en que están inmersos, luego viene el silabeo, etc. Y los resultados de esos cambios pueden durar toda la vida, aunque la lengua se “olvide”.

Como suelo decir cuando comento estos temas, discrepo del término “experiencia lingüística” que usan los autores del estudio. No creo que se pueda considerar “experiencia” lo que es el desencadenamiento de un proceso madurativo. En cualquier caso, esa “experiencia” es menos que breve: de los 0 a los 12,8 meses como máximo. En realidad, como se induce de diversos experimentos de laboratorio, a partir de los 6 meses.

Para que se entienda mi discrepancia con el término “experiencia”, valga el ejemplo del sistema visual que se ha estudiado en los gatos. Si se impide la visión durante un corto periodo de tiempo a gatitos recién nacidos, cuando se les permite son incapaces de distinguir las formas. Pero es suficiente si al nacer se les permite la visión durante un tiempo corto obstaculizándosela después, los distinguen normalmente. ¿Este corto tiempo de exposición a la luz permite una experiencia o más bien es necesario para la maduración del sistema visual?

Enero de 2024

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Diseño: Julio Loras Zaera