Julio Loras Zaera

fortanete

Profesor Francho de Fortanete A la luz de la ciencia. Biología y asuntos humanos

El machismo y la guerra

La guerra de Ucrania ha sido motivo para que ciertos medios feministas nos recuerden lo que las guerras suponen para las mujeres y las niñas. Muchos han hablado de la violencia sexual como arma de guerra, violencia sexual que, ya sea masiva y dirigida por quienes mandan en la guerra, ya sea solo consentida por ellos y realizada por los soldados por su cuenta y (falta de) riesgo, es bastante habitual en los conflictos bélicos. Esos medios suelen explicarlo implícitamente como resultado del machismo o del sistema patriarcal. De hecho, suelen considerar el machismo como una de las causas fundamentales de la guerra. No suelen definir con demasiada claridad lo que es el sistema patriarcal, pero creo entender que piensan que se basa en la idea del predominio de los hombres sobre las mujeres. Con lo que, deduzco, bastaría con cambiar las ideas de los hombres para que se acabara ese sistema y se llegara a la igualdad por la que lucha el feminismo.

Voy a intentar dar una explicación alternativa y, me parece, más satisfactoria y útil de las causas de la guerra y el sufrimiento mayor de las mujeres en ella, basándome en la teoría de Marvin Harris.

Diversos antropólogos consideran que, en las sociedades de cazadores-recolectores y de horticultores aldeanos, la probabilidad de practicar la guerra se hace mucho mayor en situaciones de presión demográfica, cuando la obtención de una unidad de recurso (carne, vegetales, materias primas) necesita más unidades de esfuerzo, bien sea por crecimiento demográfico, bien por disminución de los recursos disponibles en el medio. Una solución en abstracto para esas situaciones sería adoptar otras técnicas o una disminución demográfica. Pero las nuevas técnicas no están, no suelen estar disponibles a tiempo para hacer frente a la situación y la disminución demográfica exigiría medios muy costosos (infanticidio, aborto, castidad) dadas las técnicas disponibles. En general, la solución que se suele adoptar es la guerra. Esas guerras tienen por resultado disminuir la presión demográfica y revertir los rendimientos decrecientes. Suponen estos antropólogos que las guerras en el Paleolítico (hay pruebas de ellas) debieron obedecer a ese tipo de causas, que en principio nada tienen que ver con el machismo ni con la supuesta tendencia agresiva de los machos de nuestra especie. En esas guerras, aunque ha habido diversos hallazgos de restos de mujeres cazadoras en pie de igualdad con los varones, al parecer, la gran mayoría de los combatientes serían varones. La razón es fácilmente comprensible: los hombres, en promedio, tienen una musculatura entre un 15 y un 20 % más poderosa que las mujeres y también pueden, en promedio, insisto, moverla con mayor rapidez. Cuando la guerra dependía de la fuerza y de la velocidad de los combatientes, lo más sensato sería que mayoritariamente estos fuesen hombres.

En sociedades donde la guerra no fuese esporádica, sino habitual o por lo menos periódica, y donde los grupos tuviesen que estar siempre preparados para ella, habría que educar a los infantes para el combate, desde pequeños. En esas condiciones, y sabiendo que en la infancia no se puede saber si un niño o una niña será de adulto un buen combatiente, lo racional sería educar sistemáticamente a los varones. Lo cual tiene una consecuencia: cuando el grupo está constantemente en peligro de guerra, el valor social de los varones será superior al de las mujeres y cada grupo intentará criar el máximo de varones posible, en detrimento de las mujeres. Y consecuencia de la consecuencia: infanticidio femenino, en muchos casos poliginia, malos tratos y asesinatos de mujeres. Esto es precisamente, y no las muertes de hombres en los combates, lo que tiene por efecto disminuir la presión demográfica: el factor limitante del crecimiento demográfico son las mujeres, no los hombres.

En esas sociedades guerreras, se da, por lo dicho en el párrafo anterior, otra consecuencia: la escasez de mujeres, aún mayor por la poliginia, hace que estas sean muy codiciadas, sobre todo por los individuos jóvenes, solteros, lo que las convierte en premios a los guerreros y que estos las consideren objetos de sus apetitos sexuales. De esto hay muchas observaciones, que podéis consultar en cualquier manual de Antropología general o de Antropología cultural.

Las sociedades organizadas en jefaturas fueron todas guerreras, pero la guerra tenía otras características. Más bien eran guerras de rapiña. En muchas de ellas, en concreto las que guerreaban mediante expediciones bélicas a grandes distancias, la situación de las mujeres, como productoras y guardianas de los campamentos que pasan mucho tiempo sin los hombres, era significativamente mejor que en las anteriores, aunque siempre subordinada, por lo menos en las temporadas de paz. Había herencia matrilineal y en muchos casos tenían voz colectiva en los consejos y las mujeres, habiendo conciencia de que la mayor parte del tiempo los poblados dependían totalmente de ellas, eran bastante respetadas. Incluso entre los comanches las mujeres tenían unos arcos más pequeños que los de los hombres que manejaban en combate cuando los campamentos eran atacados o las mujeres se desplazaban con los guerreros. A propósito de los comanches, no se conoció entre ellos la poliginia hasta que comerciaron en grande con las pieles de bisonte que preparaban las mujeres: era una ventaja para un hombre tener varias trabajadoras para su comercio. Pero esto poco tiene que ver con la guerra y mucho con el comercio.

No parece que los pueblos organizados en jefaturas practicaran la violencia sexual sobre las mujeres del enemigo, más que nada por temor a que este contraatacase, pero sí que se llevaban algunas cuando podían, lo mismo que se llevaban algunos prisioneros, aunque lo más corriente era que matasen a unas y otros: como prisioneros, solo suponían cargas, en la medida en que la tecnología y los recursos disponibles con ella no permitían aumentar la cantidad de trabajo.

Con los Estados, cambió el carácter de la guerra. Ya no se trataba fundamentalmente de rapiña, sino de ampliación del territorio y adquisición de recursos y mano de obra, lo que hacía desaconsejable la eliminación de los conquistados. Además, en esas sociedades la guerra es la especialidad de una parte reducida de la población que no hace otra cosa que la guerra y prepararse para ella. Dado que hasta muy recientemente el éxito en los combates seguía dependiendo en gran parte de la fuerza muscular, esa parte de la población estaba constituida por varones. El resto de la población, mujeres y hombres, no tenían entrenamiento militar y eran las víctimas de las guerras, de las cuales se abusaba de muchas maneras, incluida la violencia sexual sobre las mujeres, como premio a los soldados.

Mientras las armas dependieron casi exclusivamente para su manejo de la fuerza muscular, los ejércitos eran “cosa de hombres”, aunque muchas mujeres se incorporaran a ellos como esposas de soldados, cantineras o prostitutas. Las cosas pudieron cambiar cuando aparecieron armas de fuego fáciles de cargar y de disparar repetidamente. Aunque solo en el reino africano de Dahomey, por escasez de hombres y por el manejo de armas de fuego danesas obtenidas mediante el comercio de esclavos, se sabe que haya existido un cuerpo de ejército constituido por mujeres (por cierto que era muy temido por los invasores franceses y por los pueblos vecinos) y hay un batallón de mujeres kurdas que ha combatido con éxito al Estado Islámico (los yihadistas temían mucho más a este batallón que a sus compatriotas kurdos), con la tecnificación de la guerra y del manejo, también, de las armas de combate directo, además de con los pasos en la emancipación de las mujeres, cada vez se van incorporando más mujeres a los ejércitos en tareas de combate. Lo que frena esta incorporación es tanto el machismo tradicional y milenario de los ejércitos como, sospecho, la no justificación del derecho al abuso sexual sobre las mujeres del bando perdedor, que ha sido desde el principio de la historia un poderoso acicate para el ardor guerrero de los soldados. Habrá que inventar otro. De esto, lo que me interesa destacar es que la guerra y la ferocidad en la misma no es exclusiva de los varones ni por excepción de unas pocas mujeres.

Que las mujeres se incorporen a los ejércitos no es una buena noticia, como manifestaron en los años 80 las muchas mujeres que hicieron en Tortosa una mediática acampada para protestar por los planes de crear una academia militar femenina en esa ciudad. Hay que desterrar la guerra, pero en nada ayuda a ello explicarla por las ideas de los hombres o por una conspiración machista: las mujeres, cuando han podido, también han guerreado y son tan temibles como los hombres. No, para acabar con las guerras, siendo sus justificaciones originales circunstancias que ya desaparecieron y, en cualquier caso, habiendo alternativas actualmente menos terribles para enfrentarlas, creo que hay que hacer hincapié en el interés de los Estados en ellas. Quiero decir que, si queremos desterrar la guerra del mundo y no podemos eliminar los Estados, por lo menos hemos de conseguir domesticarlos.

Para acabar, una nota sobre eso de la violencia sexual como arma de guerra. No sé cómo han sido las cosas en el pasado, aunque creo que eso no se daba en las guerras antiguas. Más bien creo que es una cosa de la guerra moderna, y reciente, que me parece que solo se da claramente en las guerras civiles, especialmente en las étnicas. Se trataría de desmoralizar al enemigo haciéndole ver que es incapaz de defender a “sus” mujeres. Quienes mandan en los ejércitos promueven de manera planificada esa brutalidad para hacer ver al enemigo que, no siendo capaz de defender a “sus” mujeres, le saldrá más a cuenta rendirse. Por cierto que si los combatientes fuesen por igual hombres y mujeres esa estrategia no funcionaría.

Junio de 2022

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