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Julio Loras Zaera

¿Es único entre los primates nuestro bipedismo?

¿Y es un rasgo derivado o un rasgo primitivo? Hace muy poco, estas dos preguntas tenían como respuestas un sí rotundo en el caso de la primera y un “derivado, desde luego” en el de la segunda.

Hace cosa de una década, Moyá-Solá y Köhler estudiaron los pies y las manos de un mono miocénico que no forma parte de nuestro linaje, llegando a la conclusión de que pasaba parte del tiempo en el suelo forrajeando los frutos del sotobosque en posición bípeda y que, aunque su marcha no era idéntica a la nuestra, podía desplazarse por el suelo caminando sobre sus dos piernas. Y plantearon la hipótesis de que, dado que vivía en una isla constituida por lo que hoy son la Toscana y Cerdeña y que en una isla de ese tamaño no pueden sostenerse poblaciones de grandes depredadores, así como que la competencia es intensa, por la falta de espacio y de recursos, a Oreopithecus bambolii, que es el nombre de la especie, le debió de resultar ventajoso bajar al suelo y explotar los recursos del sotobosque, para lo cual le resultó útil el bipedismo que liberaba sus manos.

En biología las cuestiones no suelen ser de blanco o negro, sino de frecuencias relativas, por lo que este hallazgo, que ha sido completado confirmatoriamente hace poco mediante el estudio de la pelvis, no llamó demasiado la atención. Pero hace muy poco, el estudio de la pelvis y de la parte baja de la espalda de otro mono miocénico más antiguo parece que obligará a tomarse la cuestión del bipedismo, por lo menos, de manera más polémica. Se trata de un artículo de Ward, Hammond, Plavcan y Begun en el Journal of Human Evolution en septiembre del año pasado. El artículo da cuenta del estudio, con técnicas especiales, dada la incompletitud del fósil, de la parte baja de la espalda y la pelvis de Rudapithecus hungaricus, hallado en Hungría. Si el estudio está bien realizado, prueba que este mono tenía una posición y una marcha bípedas.

De modo que ya son dos los monos bípedos además de los homininos, con lo que este tipo de postura y de marcha ya no se puede decir que sea exclusiva de los homininos. Aunque parece que el mono húngaro sí que está en nuestra línea de ascendencia (y en la de los simios), estos hallazgos inducen a pensar que el bipedismo no es un rasgo derivado, sino primitivo. A no ser que se trate, como el pseudopulgar de los pandas, de un rasgo evolucionado varias veces de manera independiente. Lo que me induce a desechar esta última posibilidad es que, a diferencia del pulgar del panda, el bipedismmo es un rasgo complejo que requiere toda una serie compleja de modificaciones.

Pero el estudio de Ward y sus colegas trae más cola. Estos investigadores compararon los rasgos de la pelvis y de las vértebras inferiores de Rudapithecus con los de las partes homólogas de los grandes simios, así como los de estos y los humanos, llegando a la conclusión, podríamos decir de manera coloquial, de que fueron los grandes simios los que se separaron de nosotros y no al revés. Hacen esa hipótesis porque el paso de la espalda y de la pelvis de los grandes simios a las nuestras requiere muchas modificaciones simultáneas y que estos animales habrían desarrollado las diferencias de su espalda y de su pelvis varias veces independientemente.

Febrero de 2020

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Diseño: Julio Loras Zaera