El mutualismo es una relación ecológica entre dos o más especies en que todos los miembros se benefician mutuamente de ella. A veces se le llama simbiosis, pero yo prefiero usar este término para casos de mutualismo en que una especie vive dentro de la otra y ambas forman una unidad. Son ejemplos de simbiosis los líquenes, formados por un hongo y un alga que no solo viven juntos, sino que es difícil distinguir, incluso al microscopio, el hongo del alga, además de que se reproducen juntos. Otro ejemplo es la relación entre ciertos corales y ciertas algas microscópicas. Ejemplos de simbiosis aún más estrechas son las células eucariotas donde las mitocondrias y los cloropastos se considera que fueron en un tiempo bacterias de vida libre. A mi entender solo debería llamarse simbiosis a este tipo de relaciones mutualistas.
Aclarado esto, nuestra especie también tiene relaciones mutualistas con otras. Por ejemplo, la que se establece entre cultivos como el trigo o el maíz y nosotros. Ellos nos alimentan y nosotros les proporcionamos las mejores condiciones para prosperar y sobre todo facilitamos la dispersión de sus semillas, puesto que su domesticación conllevó la selección para que sus semillas no cayesen al suelo. También hay una relación mutualista entre nosotros y los ganados. Ellos nos proporcionan alimento y otros materiales que usamos y nosotros les proporcionamos condiciones adecuadas, e incluso, a veces, alimento. Otras relaciones mutualistas y simbióticas de los humanos son las que tenemos con lo que ahora se llama microbioma.
Hoy quiero presentaros una relación mutualista de los humanos que me llama mucho la atención. No es una relación con microorganismos ni con organismos domesticados, sino con un animal salvaje, el indicador o guía de miel mayor, que habita en el África subsahariana, especialmente en bosques abiertos secos. Mide unos 20 cm de largo y pesa sobre los 50 g. Se alimenta de miel y cera de abejas, pero necesita, para acceder a ellas que previamente la colmena sea destrozada por otro animal. El tejón melero puede hacer esta tarea, pero no se ha comprobado su relación con el guía. Sí se ha comprobado, en cambio, su relación con los humanos, a los que el pájaro guía hasta las colmenas. De este modo, ambos se benefician.
Cuando el guía localiza una colmena, si hay algún humano por los alrededores, cambia su canto, haciéndolo insistente y de un tono más bajo. La finalidad parece ser que el humano preste atención al pájaro. Cuando lo consigue, emprende un vuelo por etapas, con lo que se asegura de que el humano no lo pierde de vista, hasta la colmena, que el humano destrozará para conseguir la miel. De este modo, ambos cubren sus necesidades.
Lo que más llama mi atención es que la comunicación entre pájaro y humano no es unilateral. Por lo menos, los Yao de Mozambique, cuando van a buscar miel, emiten con la boca un sonido especial al que responde el pájaro.
No sé la antigüedad de esta relación mutualista, pero debe de ser mucha para que haya podido tener lugar una selección para la conducta del pájaro. A no ser que simplemente la relación primitiva fuese del pájaro con otro animal, como el tejón melero, pero no se ha observado hasta ahora que se dé. En cuanto a la voz humana para llamar al pájaro, no sé si se da en otros pueblos que no sean los Yao. Si es exclusiva de estos, se podría suponer que no ha habido selección, si no que se da aprendizaje por parte del ave.
Junio de 2021