Métodos de entrenamiento y bienestar

El condicionamiento operante es un método para obtener aprendizajes por parte de los individuos a él sometidos. No hace falta aquí explicar cómo se realiza, es suficiente con decir que se pueden aplicar dos clases de estímulos condicionados: refuerzos consistentes en lo que podríamos llamar premios junto con refuerzos consistentes en eliminar el premio; o bien refuerzos consistentes en lo que podríamos llamar castigos y refuerzos consistentes en el “levantamiento” de los castigos.

Hace mucho que se sabe que lo que podríamos llamar métodos placenteros (los primeros) consiguen que el tiempo que tarda a extinguirse la conducta aprendida sea significativamente mayor que con los segundos, de modo que el entrenamiento tiene que repetirse menos frecuentemente en el primer caso que en el segundo. Y esto se aplica a todos los animales, humanos incluidos, especialmente los niños. Esto se ha experimentado hasta la saciedad, de modo que se puede considerar una verdad bien establecida.

Lo que no se ha estudiado casi y cuando se ha estudiado ha sido de forma cualitativa o con una muestra de sujetos pequeña o con evaluaciones subjetivas es el efecto de los dos tipos de entrenamiento en el bienestar de los sujetos. Esto cambió en 2020. En diciembre del año pasado, PLOS ONE publicaba un largo artículo dando cuenta de un estudio realizado con rigor y máxima objetividad sobre los efectos de los diferentes métodos de adiestramiento sobre perros de compañía que eran llevados por sus dueños a escuelas caninas en Portugal. Las autoras trabajaron con una muestra grande de animales adiestrados habitualmente en varias escuelas portuguesas, que clasificaron en aversivas, “placenteras” y “mixtas”. En las primeras se utilizaban habitualmente métodos aversivos basados en el castigo de la conducta no adecuada y su “levantamiento” cuando el perro se comportaba “correctamente”. En las segundas, se utilizaban los premios y su retirada. Y en las “mixtas” se utilizaban ambos métodos.

Se observaron los comportamientos indicadores de estrés, como lamerse los labios, bajo nivel de movimiento o tensión, así como los niveles de cortisol (la hormona del estrés) en saliva, tanto durante las sesiones de entrenamiento, como después de las mismas y en casa de los dueños. En una segunda fase, se sometía a los animales a una prueba de sesgo cognitivo, mediante la colocación de comida en recipientes sin que los animales la vieran ni pudiesen ver el alimento ni olerlo antes de buscarlo. Esta prueba tiene por finalidad inferir las expectativas del animal: “optimistas” (buscan y encuentran la comida) y “pesimistas” (no parecen decidirse a buscar).

Los resultados que arrojó el experimento, tratados estadísticamente y muy resumidos, fueron que los perros de la muestra aversiva sufrían niveles de estrés apreciablemente más altos que los de la “placentera”. Asimismo, los perros de la muestra “mixta” sufrían niveles altos de estrés. En la prueba de sesgo cognitivo, los perros que eran entrenados “placenteramente” eran más activos y exploradores que los otros.

Esto sugiere que los métodos de entrenamiento “placenteros”, además de ser más eficaces que los aversivos, actúan mejor sobre el bienestar de los individuos sometidos a entrenamiento. Lo cual me parece a mí que tiene una implicación muy seria para los educadores. Los humanos, especialmente los niños, no somos tan distintos de los animales en nuestras respuestas de aprendizaje.

Octubre de 2021


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