Durante mucho tiempo se pensó que la mente y, en consecuencia, el cerebro constituían sistemas jerárquicos lineales y que los procesos de nuestra mente son seriales. Esta opinión empezó a cambiar en los años sesenta.
Quien tuvo el mérito del inicio de este cambio fue el lingüista Noam Chomsky, que contra la corriente general sostuvo tozudamente, partiendo de su estudio de las gramáticas de un gran número de lenguas, que había un único sistema lingüístico para todos los humanos y que este sistema tenía que tener su sustrato biológico en un sistema separado de la inteligencia, puesto que gentes con diversos trastornos hereditarios del lenguaje no tenían comprometida su inteligencia y que individuos de escasa inteligencia tienen un lenguaje tan rico y gramatical como individuos muy inteligentes. Hoy, aunque no domina la lingüística, su teoría goza de una amplia aceptación.
Chomsky no se paró ahí. Más tarde sostuvo que hay otro módulo independiente encargado de la interpretación y que coordina el módulo lingüístico con los sistemas encargados de los conocimientos convencionales (los que se adquieren por aprendizaje, a diferencia de la lengua).
La postura de este terco lingüista goza hoy de amplia aceptación y se ha visto reivindicada recientemente por el estudio genético de varias familias algunos de cuyos miembros presentan deficiencias gramaticales sistemáticas y son incapaces de decir espontáneamente diversos tipos de frases, que deben serles enseñados de memoria. El defecto es hereditario y se debe en todos los casos a una mutación del mismo gen, que no afecta a ninguna otra tarea intelectual.
El segundo frente lo abrieron los neurobiólogos, destacadamente Michael Gazzaniga, gracias, entre otros, a numerosos experimentos con personas de cerebro dividido (personas a las que se les ha cortado, para controlar algún mal cerebral, la conexión entre los dos hemisferios). La conclusión que extrajeron fue que había un módulo en el hemisferio izquierdo (el que en la mayoría de la gente controla las tareas lingüísticas) que interpretaba (racionalizando) las acciones inconexas que controlaba cada uno de los hemisferios. Por ejemplo, a un paciente se le ofrecían dos tareas absolutamente dispares, una presentada a cada hemisferio, y las realizaba. Cuando se le preguntaba por qué había hecho las dos tareas, daba una respuesta que las relacionaba de una manera aparentemente lógica. De este tipo de experimentos concluyeron que había un módulo "interpretador" que justificaba a posteriori lo que hacían otros módulos del cerebro, dándole coherencia. Experimentos con amnésicos pusieron de relieve que la memoria contiene módulos que trabajan autónomamente unos de otros recogiendo informaciones de distintos tipos. Relacionaron, además, esto con la paradoja de que mientras un ordenador trabajaba más lentamente cuanta más información tenía en su memoria, con un cerebro humano ocurre al revés, lo cual es un indicio de que los módulos funcionan en paralelo y no serialmente.
Finalmente, por ahora, un psicólogo, Howard Gardner, que trabaja con niños prodigio, personas que destacan en alguna habilidad mental y lo que antes, con poca humanidad, se llamaba idiots savants (personas con retardo mental que, no obstante tienen prodigiosas habilidades mentales, como aprender decenas de idiomas o calcular calendarios perpetuos) ha concluido, del hecho de que haya muchos genios irregulares (que destacan mucho en unas tareas siendo menos que mediocres en la mayoría), que la inteligencia también es modular y que hay por lo menos ocho módulos correspondientes a ocho inteligencias distintas. Gardner no se ha quedado en el nivel psicológico, sino que ha relacionado cada una de estas inteligencias con circuitos específicos del cerebro.
© Julio Loras Zaera