No sólo, como hemos visto, la formación de los dientes está bien integrada en el desarrollo somático general, sino que, además, los distintos eventos de esa formación son buenos marcadores del desarrollo general: cada diente empieza a formarse en un momento concreto; la corona y la raíz de cada pieza se forman en un tiempo determinado. Lo que significa que cada diente tiene un trayectoria de crecimiento y desarrollo relativamente independiente y que puede referirse a las trayectorias de los demás.
El comienzo de la formación y el tiempo de erupción de los incisivos parece haber permanecido estable a lo largo de la evolución de los homínidos, puesto que compartimos con gorilas y chimpancés un tiempo similar para la formación de esos dientes, siendo sólo un poco posterior su erupción en nuestra especie. En cambio, nuestros segundo y tercer molares han retrasado el inicio de su formación considerablemente. De ahí que la relación entre las trayectorias de desarrollo de incisivos y molares sea muy distinta en los simios antropomorfos y en nosotros.
En 1968, Alan Mann tomó radiografías de cuatro ejemplares correspondientes a individuos inmaduros de Paranthropus robustus y observó el estado de desarrollo de cada uno de sus dientes, comparando la combinación de los estados de desarrollo de los distintos dientes con los patrones de desarrollo dental del chimpancé y de nuestra especie. La conclusión fue muy clara: este homínido perteneciente a una rama lateral del linaje respecto a la nuestra y que vivió hace entre 1 y 1,9 millones de años tenía un patrón de desarrollo dental similar al nuestro.
Mann examinó empleó el mismo método con fósiles de individuos inmaduros de Australopithecus africanus, que vivió hace entre 2,5 y 3 millones de años. No pudo obtener radiografías y se conformó con una descripción de los dientes que se encontraban en proceso de erupción o que ya habían alcanzado el plano de oclusión. La conclusión fue la misma.
De esto se infería que parántropos y australopitecos ya habían prolongado su desarrollo y adquirido la niñez y la adolescencia características de Homo sapiens.
Basándose entreo otras cosas en esos resultados, Owen Lovejoy propuso una hipótesis que ha sido aceptada durante mucho tiempo. Según Lovejoy, los chimpancés tienen una estrategia de la K (K es un parámetro que se refiere a la capacidad de carga del medio de una población) extrema, basando su éxito reproductor en el cuidado extremo de las crías, lo que supone un distanciamiento grande entre nacimientos sucesivos. Esta estrategia tiene su parte de culpa en el actual peligro de desaparición de la especie. La locomoción bípeda fue, en opinión de Lovejoy, la estrategia adaptativa que permitió a los homínidos escapar de una K extrema, permitiéndoles sacar adelante mayor número de crías. Para ello, los machos deberían contribuir al cuidado tanto de las crías como de sus madres. Al tener las manos libres, podrían transportar comida para alimentar a las hembras y a sus crías. Las hembras gastarían menos energía en la obtención de comida, con lo que podrían subir dos crías en vez de una sola. ¿Cómo se conseguiría que los machos dedicasen atención a las hembras y a las crías? Según Lovejoy, cada hembra dispondría de señales y comportamientos particulares para llamar la atención de un macho.
Según Lovejoy, los primeros homínidos tendrías dos caraterísticas relacionadas con la monogamia: dimorfismo sexual muy reducido y disminución de conflictos entre machos. Pero ahora se sabe que los primeros homínidos tenían un dimorfismo sexual en masa corporal muy acentuado, en algunos casos similar al de los gorilas. Aunque esto no significa que su biología social fuera semejante a la de éstos, puesto que otro aspecto del dimorfismo sexual, los grandes caninos de los machos, no se daba en los homínidos. Juan Luis Arsuaga cree que esos primeros homínidos tendrían una biología social que combinara las ventajas de la poligamia de los gorilas con el modelo chimpancé de alianzas entre machos.
En 1985, Tim Bromage y Chris Dean publicaron un trabajo en que estimaban la edad de muerte de diversos ejemplares de homínidos fósiles a partir del conteo de los perikimata del esmalte de sus dientes, no tomando imágenes o cortando los dientes, sino obteniendo moldes con siliconas de alta resolución. Los perikimata son unas líneas que aparecen en la superficie del esmalte que se corresponden con las estrías de Retzius del interior. Éstas son unas estrías que señalan la finalización de un período de crecimiento del esmalte de aproximadamente una semana y el inicio de otro. No todas las estrías de Retzius aparecen externamente como perikimata, puesto que en la parte superior de la corona hay una aposición de capas de esmalte superpuestas. Para estimar el número de estrías en esa zona, los autores tomaron una media obtenida a partir de dientes cortados de chimpancés y de humanos actuales.
Los resultados fueron sorprendentes. El individuo LH 2, de Australopithecus afarensis, había muerto a los 3,25 años según el conteo, y no a los 4,5 que se habían estimado por el método de Mann. El individuo 24 a, de Australopithecus africanus, habría muerto a los 3,3 años y no a los 6. Los individuos SK 62 y SK 63 habrían muerto a los 3,35 y 3,25, respectivamente y no a los 5,85 y 6,10. KNM-ER 820, de Homo ergaster habría muerto a los 5,3 años y no a los 7.
Holly Smith, posteriormente, empleó otro método, el de las cartas de desarrollo dental. En estas cartas se sitúan en ordenadas los distintos dientes y en abscisas la edad. Se marca en ellas por una línea continua el tiempo de formación de la corona y por una discontinua el de la raíz. Un punto indica la mineralización. Si en la carta de los chimpancés se sitúan los estados de mineralización de cada diente de una cría de chimpancé, los puntos tienden a alinearse. Si en la carta de Homo sapiens se sitúan los estados de mineralización de los dientes de un niño, sucede lo mismo. Pero si se hace al revés, en los dos casos aparecen líneas quebradas.
Smith estudió el desarrollo dental de Australopithecus afarensis, Paranthropus boisei, Paranthropus robustus Australopithecus africanus, Homo habilis y H. ergaster y situó los puntos correspondientes en las cartas de H. Sapiens y del chimpancé, aunque modificó esta última haciendo corresponder cada año del chimpancé a 1,8 humanos para hacer mejor las comparaciones. Los ejemplares de afarensis, africanus, habilis y ergaster no se ajustaban bien a la carta de los humanos actuales y guardaban una cierta sincronía con la de los chimpancés. Al estimar la edad de muerte según el modelo de estos últimos, ésta coincidía bastante con la estimada por el conteo de estrías.
El desarrollo dental de los parántropos se ajustaba mejor al modelo de Homo sapiens. Pero los incisivos de los parántropos se formaban de manera sistemática antes que los primeros molares. En chimpancés y gorilas sucede lo contrario y en nuestra especie el retraso relativo de los incisivos es más moderado, de ahí la similitud. Además, Bromage y Dean observaron una gran velocidad en la formación de las coronas de los incisivos de los parántropos. Conclusión: el patrón de desarrollo dental de los parántropos parece que había derivado drásticamente respecto del de otros homínidos del Plio-Pleistoceno, aproximándose al de nuestra especie, pero la similitud es sólo aparente, puesto que el desarrollo dental de los parántropos tenía una duración mucho menor que el de nuestra especie. La similitud sería una convergencia.
A lo que apuntaban estos estudios era a un desarrollo de los homínidos plio-pleistocenos similar al de chimpancés y gorilas, sin niñez ni adolescencia.
© Julio Loras Zaera