Chimpancés y bonobos forman un grupo hermana, es decir, son dos especies que comparten un antepasado que no comparten con ninguna otra especie. Su aspecto es parecido, pero sus conductas difieren mucho. Ambas especies forman grupos constituidos por machos emparentados y hembras no emparentadas, a consecuencia de que los machos suelen permanecer en el grupo de nacimiento, mientras que las hembras se dispersan al alcanzar la pubertad, integrándose en otros grupos. Pero, mientras en las bandas de chimpancés dominan los machos sobre las hembras, en las de bonobos las hembras dominan como grupo sobre los machos. Mientras los chimpancés son belicosos tanto contra las bandas extrañas como con los miembros de la suya, los bonobos raramente tienen conflictos violentos, tanto dentro como fuera de la banda. En vez de ello, resuelven los conflictos con actividad sexual, tanto entre sexos distintos como como con individuos del mismo sexo. Mientras el rango de los individuos machos en los chimpancés se define por peleas y alianzas entre esos mismos individuos (aunque en cautividad se han visto casos en que jugaba un importantísimo papel la alianza con las hembras, como describió Frans de Waal en La política de los chimpancés), en los bonobos, el rango de los machos depende de sus madres.
Martin Surbeck y colegas hallaron otra diferencia notable: las hembras bonobo contribuyen al éxito en la paternidad de sus hijos, cosa que no sucede con los chimpancés. Los autores dicen no conocer ningún estudio (excepto sobre humanos) del efecto de la presencia de la madre en el éxito reproductivo de los hijos, aunque hay muchos sobre el efecto de esta presencia en su aptitud y algunos sobre el efecto de esta presencia en el éxito reproductivo de las hijas (en humanos, en orcas y otros mamíferos en los cuales las hembras tienen una larga vida post-reproductiva). Además, dicen, no suele quedar claro en esos estudios si el efecto depende del comportamiento de las madres (abuelas) o de los genes compartidos. Si se puede estudiar esto en especies estrechamente relacionadas, se puede llegar a conclusiones mínimamente firmes sobre la contribución genética y la contribución ambiental (conductual).
Surbeck y sus colegas han hecho un estudio comparado de chimpancés y bonobos salvajes, observando que mientras en ambas especies las madres colaboran con sus hijos en la competencia y en los conflictos entre machos, solo las madres bonobo se comportan de manera que influye directamente en el éxito en la paternidad de sus hijos. Frecuentemente llevan a sus hijos a la estrecha cercanía con hembras en estro, protegen sus intentos de apareamiento de la interferencia de otros machos, además de ayudarles a obtener o mantener el rango más alto posible.
Los bonobos macho que tenían a sus madres en la banda, en la época de la concepción tenían aproximadamente tres veces más probabilidades de ser padres que los que no estaban en esa circunstancia. En cambio, para los chimpancés machos no había diferencia significativa (en realidad, la probabilidad de ser padre de los chimpancés era ligeramente menor para los que vivían en la misma banda que sus madres).
Esto sugiere que el efecto materno no se debe a los genes compartidos, sino a factores conductuales. Para lo que aquí se trata, parece indicar que la diferencia entre los chimpancés y los bonobos puede deberse a las diferencias en su organización social, a las diferencias en la manera de adquirir el rango y al hecho de que en los bonobos las hembras dominan sobre los machos: no debe de resultar fácil para una hembra chimpancé favorecer a su hijo frente a los otros machos.
Una cuestión más a resolver es que este tipo de efectos maternos se han encontrado en mamíferos cuyas hembras siguen viviendo mucho tiempo cuando ya no son aptas para la reproducción, lo que favorece que “trabajen” por sus nietos, pero los bonobos parece que no están en ese grupo, ya que sus hembras no presentan menopausia.
Agosto de 2019