Darwin, en el Origen del hombre tuvo muy poco que decir sobre la temática del título, dado que el registro fósil era inexistente y se habían estudiado muy poco en aquel tiempo desde un punto de vista científico tanto los rasgos físicos como los conductuales de nuestra especie. Solo pudo concluir, a este respecto, por el estudio de los simios, que nuestro origen debía de estar en África. En realidad, el libro de Darwin es un tratado sobre la selección sexual, otra de las grandes aportaciones de su teoría de la evolución.
El científico británico, mediante sus muy diversas observaciones y las muchas más que recogió de otros investigadores, tanto profesionales como aficionados, se dio cuenta de que algunos animales presentaban rasgos que podían dificultar su supervivencia, como las colas de los pavos reales o de las aves del paraíso, y que esos rasgos los presentaba solo uno de los dos sexos. Para resolver esta paradoja para su teoría (al fin y al cabo, la selección natural debía favorecer los rasgos que promovieran la supervivencia), propuso una nueva forma de selección, la selección sexual. Esta, a su vez, podía ser de dos tipos: la que se produciría si los miembros de un sexo compitieran entre sí mediante la lucha o la amenaza por el acceso al otro sexo; y la que tendría lugar si los individuos de un sexo eligieran a sus compañeros sexuales. En el primer caso, la selección sexual actuaría sobre el sexo luchador haciendo a sus individuos más fuertes y mejor armados. En el segundo, el sexo cuyos miembros se presentarían a ser elegidos por el opuesto desarrollaría , comportamientos y voces muy llamativas. De paso, esto explicaría también el dimorfismo sexual.
La selección de individuos para la lucha fue fácilmente aceptada en su tiempo. Al fin y al cabo, se podía pensar que favorecía la supervivencia. Aunque se obviaba que la fuerza y la agresividad no eran rasgos seleccionados en el otro sexo. Pero la elección de pareja por miembros de un solo sexo se tuvo como una idea sin demasiado sentido. En ello, seguramente, influyó que Darwin considerara que el sexo que elegía era el femenino, lo cual no cuadraba muy bien con las ideas dominantes en su tiempo sobre la relación entre los hombres y las mujeres.
Hoy en día, la idea de Darwin se acepta, aunque muchos lo hacen a regañadientes, intentando reconducir la selección sexual a la selección natural, proponiendo que las estructuras sobredimensionadas y llamativas son en realidad indicadores de aptitud: los excesos ornamentales se consideran señales de exceso de vitalidad y de salud. La cosa se complica por la posibilidad de engaño y la capacidad de las hembras para detectarlo, lo que produce una especie de carrera de armamentos entre los sexos.
Pero hablaremos de ello más adelante. No diré nada sobre la forma de selección sexual que promueve la fortaleza, el tamaño y la agresividad de los machos, ya que es fácil de entender y hablaré de la otra forma de selección sexual. Esta produce voces y melodías llamativas para el otro sexo, ornamentos más o menos elaborados y exhibiciones espectaculares en uno de los sexos, generalmente los machos.
Ronald A. Fisher, un matemático que fue cofundador de la genética de poblaciones en los años 30 y 40, propuso que los rasgos seleccionados en relación al sexo se originarían arbitrariamente (es decir, sin relación con la aptitud) respondiendo a sesgos en el sistema sensorial de las hembras. Ese sesgo sería explotado por los machos y el rasgo inicial se iría magnificando en la competencia para ser elegidos por las hembras. Esto ha sido confirmado, por ejemplo, en una especie de rana americana, cuyas hembras tienen el oído constituido de tal manera que es muy sensible a los sonidos del croar de los machos en la época de apareamiento; otras ranas emparentadas tienen dispuesto el oído de manera parecida, sin que en este caso los sonidos a que son sensibles sean producidos por los machos de su misma especie, lo que apunta a que el sesgo sensorial fue previo a la selección de los machos por esos sonidos.
Posteriormente a Fisher, otros biólogos evolutivos han planteado lo que decía más arriba, es decir, que los ornamentos, las voces y las exhibiciones son indicativos de “buenos genes”, de aptitud y que las hembras responden a ellos seleccionando para progenitores a los machos más aptos. La idea, muy elaborada, se puede explicar de forma sencilla: los ornamentos, las voces, las exhibiciones exigen mucha energía que se resta a la supervivencia, además de ser incompatibles, por ejemplo, con la infestación por parásitos. De modo que los machos que exhiben estos rasgos indican a las hembras que son individuos sanos y más aptos que los que no los pueden exhibir en el mismo grado. Estas señales, cuanto más exageradas son, son más verdaderas. Pero pueden ser engañosas, lo que hace que las hembras sean cada vez más selectivas, produciendo una carrera de armamentos entre la “insinceridad” de los machos y la capacidad de detectarla de las hembras. Hay muchas investigaciones que parten de este punto de vista, pero no me parecen concluyentes. Además de que no tienen por qué ser incompatibles con el punto de vista de Fisher, especialmente si lo que se estudia no es solo la evolución de un rasgo una vez establecido, sino también su origen. Del mismo modo que hoy ya no se discute la selección sexual como opuesta a la natural, creo que en el futuro tampoco se discutirá sobre estos dos puntos de vista como si fuesen incompatibles.
Mayo de 2019