Muchos hemos oído esta rimbombante frase en su forma afirmativa. Se trata de la afirmación de que el desarrollo de los seres vivos del embrión al adulto pasa por las mismas fases por las que ha pasado su linaje evolutivo. La impresionante formulación de la frase se debe a Haeckel, apóstol del evolucionismo en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Adelanto que la respuesta actual es "No, pero ", aunque dejo la explicación para otro artículo.
La creencia tiene antecedentes muy antiguos y no evolucionistas, rastreables ya en los presocráticos, con sus paralelismos entre el microcosmos, la vida del ser humano individual, y el macrocosmos, la historia del universo y la historia humana. Aristóteles, que intentó estudiar como se desarrollaban los pollos dentro del huevo, establecía un paralelismo de éste con su clasificación de los animales, de los más imperfectos a los más perfectos. Los biólogos de los siglos XVIII y XIX, anteriores a Darwin produjeron muchas y muy diversas teorías explicando ese paralelismo.
Después de Darwin, tal vez el único escéptico incluso entre los darwinistas más acérrimos, se le dio a ese paralelismo un tono evolutivo, reflejado en la frase de Haeckel, que la llamó la ley biogenética fundamental (Haeckel era desmedidamente aficionado a crear palabras nuevas, de las que sólo han quedado unas pocas, como ecología).
El paralelismo se explicaba por dos principios fundamentales: el de adición terminal y el de condensación. El primero se refería a que los caracteres nuevos aparecían en el estadio adulto del antepasado, con lo que sus descendientes pasaban por una fase más de desarrollo añadida al final de la ontogenia. El segundo era necesario para que la ontogenia no se alargase indefinidamente en el tiempo: o bien se aceleraba el desarrollo, o bien desaparecían algunos estadios para dar cabida a los que se añadían al final.
Haeckel postulaba una secuencia de estratos en la biología, que empezaba con los plástidos (células y otros seres máximamente sencillos). A él se superponían los órganos, y a éstos los antímeros (mitades simétricas) y los metámeros (segmentos). Seguían las personas (individuos) y, finalmente los cormos (colonias). Tanto la ontogenia como la filogenia pasaban ordenadamente por esos estratos, explicándose los superiores por los inferiores. Y afirmaba que la filogenia era la causa mecánica de la ontogenia, aunque nunca se preocupó de nada más que de decir que ello se debía a leyes físicas y químicas, dado que su interés no era desentrañar esos procesos , sino construir árboles evolutivos.
Aunque se suele considerar a Haeckel como el apóstol del darwinismo, lo cierto es que se consideraba tan deudor de Darwin como de Lamarck y creía en la herencia de los caracteres adquiridos, una creencia que explicaría mejor que la selección natural los principios de que he hablado: la repetición de los esfuerzos por vencer al medio iría a parar a una especie de memoria que haría que el nuevo rasgo apareciese en la descendencia, y más temprano cuanto mayor la frecuencia.
Haeckel era muy hábil en la controversia y reconocía cuidadosamente diversas excepciones, a las que dio el nombre de cenogénesis. La mayoría eran adaptaciones de larvas y juveniles que llevan modos de vida distintos de los adultos, como las larvas nadadoras de organismos marinos sedentarios. Otras eran desplazamientos temporales y espaciales: heterocronía (momento de aparición de una fase distinto del correspondiente en la evolución, como sucede con la notocorda, el cerebro, los ojos y el corazón de los vertebrados) y heterotopía (por ejemplo, cuando células diferenciadas se trasladan de un estrato germinal a otro en el curso de la evolución). Y consideraba que para construir árboles evolutivos había que distinguir claramente entre palingénesis (que produce recapitulación) y cenogénesis (que la enmascara), guiándose sólo por la primera.
Otros insignes promotores de la recapitulación (en un tiempo en que la mayoría creía en ella) fueron los neolamarckistas norteamericanos. Cope, el encarnizado competidor con Marsh en la búsqueda y hallazgo de dinosaurios en el Oeste, partía de la idea de Lamarck de que en la evolución hay dos tipos de cambios: cambios progresivos, por la tendencia de los seres vivos a complicar la organización, y cambios adaptativos, por los que los seres vivos se acomodan a su entorno. Afirmaba que las nuevas especies representan modificaciones de estructuras ya existentes, cosa que podría explicar en parte la selección natural, mientras que los nuevos géneros surgen por adición o sustracción en la ontogenia (cambios progresivos y regresivos, respectivamente). Este segundo tipo de cambio se explicaría por la herencia de los caracteres adquiridos, siendo la adolescencia el mejor momento para el ejercicio del esfuerzo que llevaría al cambio. Ese esfuerzo haría más rápido el desarrollo individual. Un esfuerzo pequeño lo enlentecería.
Ahora debería empezar a hablar de lo que pensaba Darwin y, aún más importante, puesto que fueron más influyentes que él, los darwinistas. Pero lo dejo para un artículo posterior. Dado que éste es un artículo introductorio, prefiero decir algo sobre la influencia que ha tenido este paralelismo en campos ajenos a la biología. Como en la criminología, donde gentes como Lombroso explicaron la criminalidad por detenciones en diversas fases del desarrollo, correspondientes a fases por las que había pasado la humanidad y sus antepasados. O en la enseñanza, como en ciertos programas de estudios de las escuelas norteamericanas, en que, según el grado, se les hacía aprender a los niños con la vida de los iroqueses, los tiempos de Homero, la ciencia del siglo XVIII, etc. O en el ampliamente leído por muchas madres de todo el mundo occidental "Tu hijo", un libro del Dr. Spock, en que las etapas del desarrollo infantil se ponen en relación con etapas de la vida de la humanidad. O en la teoría de Piaget, idolatrado por los maestros y maestras, sobre el desarrollo del pensamiento del niño, desde el pensamiento mágico de los "salvajes" a la racionalidad de la ciencia occidental. O en el psicoanálisis, con sus fases anal, oral y genital, correspondientes a otras tantas fases de la prehistoria humana (por cierto, sin ninguna base factual).
© Julio Loras Zaera