Julio Loras Zaera

fortanete

Profesor Francho de Fortanete A la luz de la ciencia. Biología y asuntos humanos

La idea de escribir este artículo, interrumpiendo (espero que temporalmente) la serie sobre la especiación, me vino viendo una tertulia televisiva en la que participaban algunos periodistas de prestigio. El tema que trataban era la clonación. En un momento dado, uno de los tertulianos afirmó categóricamente que la teoría de la evolución es incompleta, porque no explica por qué sólo nosotros y no también otros monos y, ya puestos, algún escarabajo, hemos llegado a alcanzar una tan elevada inteligencia.

Desde luego que la teoría de la evolución, como todas las teorías científicas, es incompleta, pero, desde luego también, no es precisamente por lo que decía el tertuliano. Otro contertulio, que no es periodista, pero tampoco científico, le dio una respuesta que va muy bien encaminada. Le dijo, más o menos: "Y ¿no te has preguntado por qué sólo las jirafas tienen un cuello tan largo o tienen trompa los elefantes?" Esa respuesta tan simple atacaba directamente dos conceptos erróneos: el de que la inteligencia hace a un organismo más apto en cualquier situación y el de que la adaptación se refiere a un ambiente cósmico igual para todos los seres vivos. Ambos conceptos erróneos, precisamente, fueron destronados por Darwin y Wallace. Su teoría se refiere a la adaptación a entornos locales, condicionada, además, por las características propias de cada organismo.

La obtención y el procesamiento del alimento y los problemas que los organismos enfrentan para ello son una fuerza evolutiva importantísima. Hace 55 millones de años largos, en los bosques de angiospermas (plantas con semillas protegidas por un fruto) que se extendieron durante el Cretácico, un micromamífero insectívoro se alimentaba en los árboles de insectos polinizadores. Sus descendientes, que dieron origen a los primates, se acomodaron a las partes comestibles de la vegetación de la bóveda arbórea. Conforme iba ganando importancia la dieta vegetal, la selección configuraba los rasgos que ahora definen a los primates. La mayoría facilitan el movimiento por los árboles y la recolección de alimentos en la bóveda arbórea: manos prensiles, refinamiento del aparato visual, capacidad de aprender y recordar la identidad y la localización de las partes comestibles de los árboles y lianas, es decir, promoción del desarrollo de un cerebro grande.

Katharine Milton observó en 1974 que los monos aulladores salían en busca de alimentos específicos, rechazando muchos otros aparentemente interesantes, y que no se saciaban con su alimento preferido, sino que lo compaginaban con una mezcolanza de hojas y frutos de diversas especies.

La alimentación a base de vegetales no es tan fácil como pudiera parecer. Es cierto que no pueden huir, como pueden hacer los animales, pero las plantas no están indefensas: producen taninos, alcaloides y terpenoides que, en el mejor de los casos, resultan de sabor desagradable para los mamíferos y, en el peor, son letales. Además, las células vegetales tienen una pared de fibra resistente, con carbohidratos estructurales (celulosa y hemicelulosa) y lignina, difícilmente digeribles, no aportando energía y ocupando lugar en el sistema digestivo. Y los alimentos vegetales carecen de uno o varios nutrientes, como vitaminas o aminoácidos, o son pobres en hidratos de carbono de fácil digestión, lo que obliga a tener fuentes complementarias de alimento. De modo que la mayoría de los primates arborícolas, que se abastecen de frutos maduros y hojas, suelen complementarlos con insectos y otra materia animal. Los frutos de gran calidad, ricos en formas digeribles de carbohidratos y pobres en fibra, proporcionan poca proteína, la cual precisan, sin embargo, en una cantidad mínima, todos los animales. Así, los frugívoros se ven obligados a contar con fuentes adicionales de aminoácidos. Ocurre, además, que los alimentos de mayor calidad suelen ser escasos en la bóveda arbórea. Las hojas, más abundantes que los frutos y con más proteína, son de baja calidad (tienen menos energía y más fibra) y tienen una probabilidad mayor de contener sustancias químicas indeseables. Así que no hay más remedio que mezclar alimentos de distinta procedencia. Esta necesidad se ve aumentada por la distancia entre árboles de la misma especie y por la existencia de mínimos estacionales.

Frente a estas dificultades, hay dos estrategias básicas: la morfológica y la conductual, que constituyen los extremos de un continuo. En general, los primates han apostado más por el extremo conductual, prefiriendo una alimentación selectiva, mientras que otros órdenes de herbívoros han apostado más claramente por el extremo morfológico, que atañe en particular a las especializaciones del sistema digestivo.

En los años 70, K. Milton estudió, en Panamá, los monos aulladores de manto y los monos araña rojos, que tienen dietas distintas. Ambas especies, de tamaño similar, comparten un antepasado común, tienen hábitos arborícolas y dieta vegetariana casi exclusiva, a base de frutos y hojas. La base de la dieta del aullador son hojas inmaduras, mientras que la del mono araña son frutos en sazón. Los aulladores dividen el tiempo de búsqueda de alimento y de alimentación en partes iguales entre hojas recientes y frutos. En la estación de baja disponibilidad de frutos, se limitan a las hojas. Los monos araña comen pocas hojas y muchos frutos en sazón. Cuando éstos escasean, no sólo comen hojas, sino que rastrean minuciosamente todas las fuentes de frutos, comiendo incluso nuecesa de palma que aún no han entrado en sazón.

Milton estudió el tubo digestivo de ambas especies. Los aulladores tenían un colon bastante más ancho y largo que los arañas, digiriendo la comida más despacio que éstos en un proporción de 5 a 1. Los aulladores, explica Milton, comen muchas hojas porque están más preparados para fermentar fibra en el ciego y en el colon, obteniendo ácidos grasos volátiles que les proporcionan hasta el 31 % de la energía. Los arañas obtienen menos rendimiento, pero lo compensan con el procesamiento de más alimento en el mismo tiempo, prefiriendo siempre los frutos, junto con unas pocs hojas jóvenes.

A Milton le parecía que los monos araña eran más "listos" y observó que, siendo del mismo tamaño que los aulladores, tenían un cerebro dos veces más pesado que éstos. Sabía que el coste de un cerebro mayor es alto, por lo que supuso que confería ventajas que compensaban ese problema energético. Esas ventajas radicaban en unas cpacidades mentales que aseguraban el éxito en el abastecimiento de frutos en sazón, debido no sólo a la mayor memoria, sino también a que posibilitaba una conducta social eficaz en la obtención de esos frutos: esos monos patullan divididos en pequeños grupos inestables, siendo cpaces de reconocerse y de aprender las llamadas de rastreo. Los aulladores no necesitan tanta memoria, ni sistemas de reconocimiento y comunicación tan complejos. Agrupados en una unidad cohesionada van por sendas arbóreas trilladas en un área de distribución mucho menor.

Como vemos, la inteligencia no es la única arma de adaptación, existiendo adaptaciones morfológicas menos costosas energéticamente e igualmente eficaces. Como vemos, también, la elevación de la inteligencia es el fruto de algo contingente: la no especialización morfológica frente a los desafíos que se presentan en la búsqueda y procesamiento de alimentos vegetales en la bóveda arbórea.

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