Julio Loras Zaera

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Profesor Francho de Fortanete A la luz de la ciencia. Biología y asuntos humanos

A medida que van progresando la investigación y los conocimientos sobre nuestros parientes evolutivos más cercanos, se hace evidente que sólo dos capacidades nos diferencian cualitativamente de ellos. Las diferencias en inteligencia son –aunque grandes- de grado; los chimpancés y los bonobos tienen rasgos de comportamiento que, si fueran humanos, llamaríamos culturales y que se transmiten lateralmente y no sólo de una generación a otra; chimpancés y bonobos fabrican herramientas –aunque no las suelen transportar; esos mismos primos nuestros aprenden a manejar símbolos y a combinarlos para formar otros nuevos… Sólo la moral y el lenguaje articulado crean un foso entre ellos y nosotros. Sobre la capacidad moral y su fundamento biológico dijo Darwin, en el capítulo IV de El origen del hombre, cosas muy acertadas y un librito del filósofo Camilo J. Cela Conde –De dioses, genes y tiranos- hizo una contribución muy sensata, a mi modo de ver. Pero aquí no voy, evidentemente, a tratar de la moral.

El lenguaje articulado, un rasgo biológico

El lingüista Chomsky y el fisiólogo Lenneberg probaron esta afirmación ya en los años sesenta del siglo pasado. La investigación posterior, por parte de lingüistas y neurofisiólogos, no ha hecho, a mi modo de ver, más que confirmar sus afirmaciones una y otra vez.

Como pruebas de la afirmación de que el lenguaje (a partir de ahora hablaré de lenguaje para referirme al lenguaje articulado) es un rasgo biológico y no social o cultural aducían que su adquisición tiene un período crítico que no va más allá de los diez u once años, del mismo modo que la marcha no se adquiere más allá de los dos años o dos y medio, y que, como la marcha, que necesita que el niño tenga la oportunidad de apoyarse en los pies, necesita el desencadenaste del lenguaje de los adultos (es sólo un desencadenante, porque no ofrece información suficiente para inferir las reglas); que todas las lenguas se pueden reducir a una gramática universal; que las lesiones en zonas específicas del cerebro alteran o impiden la comprensión o la producción de determinadas categorías lingüísticas…

Parecería según esto que Chomsky estaría encantado con quienes buscan el origen de esa capacidad en el ámbito de la evolución. Pero no es así. En esta paradoja confluyen razones de diversos tipos: filosóficas, como su combate contra el empirismo (entendido como tendencia a buscar la adquisición del lenguaje y de otros comportamientos en la acumulación de experiencia, a considerar el cerebro como una pizarra en blanco) de muchos evolucionistas y antropólogos físicos; científicas, como su opinión de que el lenguaje no surgió por selección natural, sino como consecuencia colateral del aumento de tamaño del cerebro y de su simultánea reorganización, opinión compartida por Gould y por Tattersall; o como su opinión de que la función primordial del lenguaje no es la comunicación, puesto que muchos animales se comunican perfectamente sin él, sino fundamentalmente la expresión del pensamiento. Sobre esto último, convendría aclarar que Chomsky entiende la comunicación como la transmisión de mensajes para obtener una modificación de la conducta de los receptores y no en un sentido lato que incluiría el "comunicarse consigo mismo".

Comparto su antagonismo con el empirismo, pero en cuanto a la función del lenguaje, tengo mis dudas, puesto que no tiene por qué haber una función primordial, pudiendo coexistir varias con la misma importancia y porque, por otra parte, como sabe cualquier estudioso de procesos históricos, la función actual de algo no nos dice forzosamente cuál fue su función original. En cuanto a la selección natural, si bien soy de la opinión de que bastantes evolucionistas abusan de ella en sus explicaciones, un trabajo muy reciente de William H. Calvin y Derek Bickerton (neurocientífico y lingüista, respectivamente) da una explicación seleccionista bastante convincente. Lo cual no quiere decir que no tenga una buena dosis de especulación.

Unas nociones de lingüística

Para entender lo que seguirá es necesario captar unos pocos conceptos elementales de lingüística. Daré por sentado que todo el mundo sabe qué es una palabra, aunque es algo bastante difícil de definir, y definiré la oración como cualquier grupo de palabras con un significado completo, como se nos decía en la escuela.

Los chimpancés y los gorilas adiestrados son capaces de emitir y comprender tanto palabras como oraciones, aunque lo hacen interpretando palabra por palabra. Pero el lenguaje tiene estructuras intermedias que permiten construir oraciones infinitamente complejas e infinitamente largas, para cuya comprensión el único límite es nuestra memoria. Estas estructuras intermedias son las frases y las cláusulas.

Una frase es un grupo de palabras que describe a un participante en un estado, un proceso o una acción expresada por una cláusula. Y una cláusula es un grupo de palabras compuesto por un verbo y todas las frases que describen a los participantes en el estado, proceso o acción que expresa. Como se ve, no hay frases sin cláusulas ni cláusulas sin frases. Pondré un ejemplo para que se comprenda.

En la oración "El perro que compré ha mordido a mi amigo" encontramos como verbo principal "ha mordido". Toda la oración es una cláusula con dos frases: "El perro que compré" y "a mi amigo". A su vez, tenemos otra cláusula, regida por "compré" con la frase "que", que hace referencia a "El perro".

En este ejemplo se ve una cosa que no pueden hacer los chimpancés por mucho que se les entrene: incrustar oraciones dentro de oraciones y cláusulas y frases dentro de cláusulas y frases. Sólo pueden construir y comprender palabras y oraciones, sin nada intermedio.

Otra noción que necesitaremos es la de rol temático. Cada participante tiene un rol temático (agente o sujeto, tema u objeto directo, objetivo u objeto indirecto, etc., hasta del orden de siete u ocho). El rol temático junto con el sintagma nominal al que se vincula constituye el argumento. La estructura argumental es el sistema que determina cuándo y dónde pueden aparecer argumentos.

La estructura argumental constituye el vínculo entre el significado y la estructura. Pertenece al terreno de la Semántica, que trata del significado, pero se relaciona con la Sintaxis, que trata de la estructura. Para entender esto que puede sonar extraño, diré que los verbos pueden tener uno, dos o tres argumentos obligatorios, los demás son optativos. Por ejemplo, "dormir" exige solamente un agente (¿quién duerme?), "comer" exige un agente y un tema (¿qué come?) y "enviar" exige un agente, un tema y un objetivo (¿a quién se envía?). Esto depende del significado de los verbos, pero determina la estructura de la oración.

Y con esto ya podemos avanzar.

El protolenguaje

Cuando vamos a un país de cuyo idioma sólo conocemos palabras sueltas e intentamos hablar con alguien, nuestras oraciones son muy cortas, el orden de las palabras en ellas ni siquiera se parece al de nuestra lengua y es cambiante, nos valemos ampliamente del contexto y del lenguaje corporal y muchas veces suprimimos palabras arbitrariamente (es decir, podemos suprimir el verbo o el sujeto o los objetos o todas las palabras menos una, sin ninguna regularidad). Los niños de menos de dos años hacen lo mismo. Y, curiosamente, lo mismo hacen los chimpancés y los bonobos a los cuales se ha enseñado el lenguaje de los sordomudos y otros que manejan símbolos gráficos o de ordenador.

Según Bickerton y Calvin, el protolenguaje se parecería a eso. Sus características serían:

1) sólo sería capaz de enhebrar un pequeño grupo de palabras cada vez,
2) podría dejar de mencionar cualquier palabra que apeteciera omitir,
3) el orden de las palabras sería impredecible,
4) no presentaría ninguna estructura compleja y
5) prácticamente no tendría ninguna de las inflexiones y términos gramaticales (preposiciones, conjunciones…) que constituyen el cincuenta por ciento de las expresiones lingüísticas.

¿Cómo nació el protolenguaje?

Ha habido varios hitos que jalonan la vía hacia la gramática universal:
1) los símbolos: pese a quienes nos definen como animales simbólicos, varias especies los pueden dominar, aunque sólo unas pocas los utilizan en estado salvaje, como los monos tota, que tienen vocalizaciones distintas para distintos tipos de predadores;
2) los pequeños conjuntos de símbolos con significado compuesto, correspondientes a las oraciones cortas del protolenguaje: algunas especies pueden comprender y hasta producir este tipo de oraciones si se les adiestra (no sólo los simios, sino también los loros, por ejemplo);
3) conjuntos de símbolos más amplios, ambiguos si carecen de claves para su estructuración: sintaxis enseñada a chimpancés y bonobos, basada en un orden fijo para las palabras; y
4) la gramática completa, de la que hablaré más adelante.

El primer paso que nos concierne es el que va de 1 a 2. De los símbolos aislados al protolenguaje. Muchos autores han afirmado que la fuerza selectiva para darlo fue el aumento de la complejidad social, con el consiguiente aumento de la inteligencia social. Sin embargo, todos los homínidos, incluso nosotros hasta hace menos de diez mil años, vivieron en grupos de fisión-fusión comparables en estructura y en tamaño a los de los simios y otros primates. Las exigencias de inteligencia social debían ser para nosotros las mismas que para esos primates, que, no lo olvidemos, tienen capacidad simbólica. Si en ellos la selección no condujo al protolenguaje, ¿por qué habría de haberlo hecho en nuestro caso?

La fuerza evolutiva hay que buscarla, pues, en otra parte que no sea la estructura social: en el medio y en las necesidades que creaba. A diferencia de gorilas, chimpancés y bonobos, que viven en el bosque húmedo, repleto de alimento todo el año y con pocos predadores peligrosos, los homínidos, como mínimo desde el primer representante de nuestro género, vivían en la sabana, con árboles muy aislados y que daban "nueces" en épocas muy concretas, raíces y tubérculos, nidos entre la hierba, crías de herbívoros raramente separadas de la manada, carroña y temibles y abundantes predadores. La hierba y las semillas de gramínea eran abundantes, pero la hierba no es nada nutritiva para los homínidos y las semillas son duras (sólo un género de homínidos se especializó en ello, los parántropos). Vivir en ese medio en pequeños grupos de fisión-fusión de no más de un par de docenas de individuos requería, entre otras cosas: saber interpretar los rastros de los animales comestibles, las señales de nidificación, conocer la parte aérea y subterránea de las plantas con raíz comestible, saber cuándo daba fruto cada árbol y saber localizarlo, interpretar las señales de presencia de predadores, enterarse de que hay carroña antes de que se enteren los leones, las hienas y los licaones. Y, en grupos que se dispersan y se vuelven a reunir cuando es necesario, comunicar todas estas cosas a los compañeros o recibir esa comunicación. Los individuos que no pudiesen hacer eso estarían constantemente en peligro de inanición o de muerte en las fauces de los abundantes y grandes predadores de la sabana.

Luego el medio seleccionaría a favor de los individuos capaces de combinar símbolos y de entender sus combinaciones. Calvin y Bickerton hablan de la caza, pero me parece que esa hipótesis no es absolutamente necesaria. Los primeros Homo serían esencialmente carroñeros y sólo ocasionalmente cazadores, más cazadores que los chimpancés, pero no tanto como para definirlos como cazadores. Está demostrado que el carroñeo por parte de los mamíferos exige tanta inteligencia y, en la sabana, tanto arrojo como la caza.

Estos primeros Homo habrían adquirido por lo tanto la capacidad de emitir y comprender oraciones breves (la longitud de una oración sin estructura multiplica la ambigüedad) sin estructura gramatical y tal vez con marcadores de dirección y de posición derivados de palabras del tipo de nombres y verbos (las lenguas llamadas pidgin con las que se relacionaban esclavos y trabajadores procedentes de varios países sin una lengua común así lo hacen). Cuando digo emitir no me refiero especialmente a la voz: podrían hacer combinaciones de voces y gestos. Estas voces no debían de ser articuladas, puesto que, como lo muestra la flexión de las bases de sus cráneos, no tenían el tracto vocal apropiado ni, probablemente (no tengo noticia de que se haya estudiado, a diferencia de lo que se ha hecho con los australopitecos) la suficiente anchura del canal medular en las vértebras torácicas para inervar la musculatura relacionada con la emisión de fonemas.

De modo que el paso de la capacidad simbólica al protolenguaje fue impulsado, probablemente, por las exigencias de un medio con fuentes de alimento muy dispersas, con ciclos de producción irregulares espacialmente en el caso de los árboles y con alimentos de origen animal también muy dispersos, aunque bastantes veces suficientes para todo el grupo (característica de la carroña en la sabana, a diferencia de las pequeñas piezas de caza ocasionales de los chimpancés), con competidores y predadores abundantes y muy temibles. Un medio, en definitiva, hostil para primates solitarios, pero también para aquellos que tienen una estructura de grupos de fisión-fusión, si no tienen un medio eficaz de comunicarse. Sobre todo si están tan poco armados físicamente como los homínidos.

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

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