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Mario Bunge es un prestigioso físico y filósofo de la ciencia. Recientemente, leí una entrevista suya en la Revista Mètode de la Universidad de Valencia. Una entrevista muy interesante, pero en la que me chocó mucho su dura descalificación del trabajo del lingüista Noam Chomsky, porque, según Bunge, este lingüista afirma que se nace con el conocimiento ya hecho. Esta acusación, que tiene su parte de verdad, parece hecha sin distinguir entre lo atingente al lenguaje y otros aspectos del conocimiento. Si bien Chomsky se manifiesta muy firme en el terreno lingüístico, en otros terrenos, no sólo admite que hay ámbitos en los que son cruciales la experiencia, la educación y la experimentación, sino que en otros da a sus afirmaciones el carácter de conjeturas sin más base que la analogía con el lenguaje.

Mis conocimientos de lingüística son menos que elementales, por lo que no polemizaré con Bunge en este campo. Aunque, a tenor de lo que dicen algunos lingüistas de la “lingüística” de nuestro filósofo, los de Bunge tampoco son muy notables. Véase, sobre esto, la crítica que le hizo el lingüista Pello Salaburu en el Anuario del seminario “Julio de Urquijo”-XIX-2 (1985).

Yo me limitaré a campos más a mi alcance, como la etnozoología y la etnobotánica; la neurofisiología combinada con la antropología; la etología; y la neurobiología.

Etnozoología y etnobotánica: distinguir especies

En los años 40 del siglo pasado, el ornitólogo y coautor de la síntesis neodarwinista Ernst Mayr hacía estudios naturalistas en Nueva Guinea. Su contacto frecuente con las gentes nativas le permitió hacer, además, una investigación antropológica: comparó las especies de animales que él era capaz de distinguir con las que eran capaces de identificar los nativos. Pretendía averiguar si la clasificación zoológica en su nivel más bajo tenía una influencia cultural o no (también pretendía saber si clasificaciones a niveles superiores –géneros, familias, etc.- respondían a los mismos criterios). El resultado fue que, al nivel de especie, su clasificación y las de los nativos no diferían casi en nada. Posteriormente, muchos antropólogos han hecho estudios similares, ampliándolos también a las especies vegetales, en lugares diferentes, con el mismo resultado en todos los casos. Para mí, esto es un argumento a favor de que tenemos un conocimiento a priori, no de las especies concretas, naturalmente, pero sí de los criterios para distinguirlas y del concepto de especie. No es extraño que lo tengamos. Después de todo, nos ha ido la vida en ello durante millones de años.

Neurofisiología y antropología: clasificar y nombrar los colores

Sabido es que en el ambiente no hay colores, sino luz de diferentes longitudes de onda que percibimos como cualitativamente diferentes (colores). Su procesamiento comienza en la retina, las células receptoras llamadas conos se activan máximamente a tres longitudes de onda que corresponden al rojo, al verde y al azul, de manera que unos receptores podemos decir que son para el rojo, otros para el verde y otros para el azul. La excitación por diferentes mezclas de longitudes de onda inicia la percepción de todos los colores que somos capaces de percibir. Pero la cosa no acaba ahí, sino que las señales de los conos son procesadas sucesivamente y con retroacciones en diversas zonas del cerebro, principalmente de la corteza visual, integrando además, entre otros aspectos, el brillo y la saturación. Esa es la base de la percepción de los colores.

Hasta los años sesenta del siglo pasado, se creía que la designación y la clasificación de los colores eran algo que dependía principalmente de las diferentes culturas y, sobre todo, de los diferentes sistemas lingüísticos. Pero en 1969, Berlin y Kay publicaron un estudio mundial sobre el color, para el que investigaron con sujetos de más de veinte lenguas maternas distintas, además de términos de color de tres veces más lenguas, hallando que en todas partes se nombraban los mismos grupos de color, utilizando, si era necesario, combinaciones de varios términos. Ese estudio ha sido cuestionado, en la medida que las lenguas de que se trató fueron mayoritariamente afines al inglés y muchos sujetos eran bilingües, pero estudios recientes con sujetos hablantes de lenguas de familias diversas y hablantes de una sola lengua, han llegado a los mismos resultados: en todas las culturas y en todas las lenguas parecen distinguirse las mismas clases de colores.

También recientemente, se ha realizado un estudio similar con bebés. Naturalmente, no se ha investigado cómo nombran los colores, sino si los distinguen de la misma manera que nosotros. El resultado ha sido similar: los bebés distinguen y clasifican los colores como los adultos. Nuevamente, encontramos una prueba de que hay algún conocimiento a priori: nuestro sistema visual (de los ojos al cerebro) funciona de forma tal que no necesitamos experimentar previamente para conocer y clasificar los colores de la manera que lo hacemos.

Etología: el canto de los pájaros

Las aves canoras tienen dos tipos de vocalizaciones: el reclamo y el canto. Los reclamos suelen ser cortos y simples, y su función se relaciona con la alarma o el mantenimiento de la bandada unida. El canto es más largo y complejo, y sirve para marcar el territorio, para atraer a las hembras (sólo cantan los machos), de identificación o de señal de pertenencia a una especie, para el apareamiento.

El canto, análogamente a nuestro lenguaje, que consta de una jerarquía de fonemas, sílabas, palabras y frases, está estructurado en notas que se agrupan en sílabas; las sílabas se agrupan en motivos, y éstos en períodos de canto. Esta estructura mantiene unos patrones rítmicos que caracterizan las canciones de cada especie. Dentro de estos patrones puede haber variaciones menores que corresponden a diferencias individuales o de poblaciones locales (dialectos).

Hace tiempo que etólogos, neurocientíficos, psicólogos y lingüistas estudian el canto de los pájaros y, sobre todo, investigan cómo estos animales lo aprenden. No hay una sola manera en que todas las especies canoras lo aprendan, pero se ha visto que en algunas el aprendizaje del canto tiene un control genético y de desarrollo importante: tienen un período crítico antes del cual no pueden aprender en absoluto a cantar y después del cual, como mucho, producen un canto muy pobre (pero compatible en sus rasgos básicos con el de la especie). Durante ese período tienen que oir el canto de algún conespecífico (generalmente el padre) o de varios (de entre cuyos cantos tomarán uno como modelo). En la primera parte de ese período crítico, parece que identifican los sonidos del canto. En la segunda, empiezan a emitirlos y a corregirlos. El principio de esa segunda fase recuerda el balbuceo de los bebés humanos. Sea como sea, no responden a cantos de otras especies. En conclusión, parece que esas aves tienen un conocimiento a priori del canto de su especie y poseen de manera innata algunas de sus reglas básicas.

Neurociencia: el GPS cerebral

No hace mucho tiempo publiqué en el Profesor Francho un artículo (Un GPS en elcerebro) sobre el sistema de navegación que funciona en el cerebro de, al menos, todos los mamíferos. En ese artículo hice poco más que enumerar las clases de neuronas que constituyen ese GPS y las partes del cerebro en que se alojan. Aquí haré una breve introducción al funcionamiento de ese sistema.

En el área CA1 del hipocampo, las neuronas de lugar, con su actividad, construyen mapas que representan los entornos concretos en que nos movemos, mapas que cambian cuando cambiamos de entorno. La zona CA1 conecta directamente con la corteza entorrinal. Muchas neuronas de esa corteza se activan cuando ocupamos un punto concreto, como las células de lugar del área CA1, pero a diferencia de éstas, las de la corteza entorrinal, llamadas células de rejilla, no se activan sólo en uno de los puntos visitados, sino en muchos. Lo más interesante es que esos puntos en que se activa una misma neurona forman los vértices de un hexágono. Sucede como si los hexágonos formasen las unidades de una retícula, a semejanza de los cuadrados delimitados por unas coordenadas cartesianas. Estas células de rejilla, con sus patrones de actividad en combinación con las de lugar, parecen construir mapas abstractos no basados en referencias concretas. Además, esos mapas son a distintas escalas. La combinación de los mapas concretos, los mapas de “coordenadas” y los que se construyen mediante las células de dirección de la cabeza y las células speed nos permiten orientarnos de una manera altamente eficaz.

El descubrimiento del GPS del cerebro es una prueba más de que existe conocimiento a priori, en este caso de las concepciones del espacio y del tiempo y su combinación.

Febrero de 2018

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