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El material hereditario, el DNA, está constituido por una doble hebra enrollada helicoidalmente. El esqueleto está constituido por una secuencia repetitiva de moléculas de un azúcar y de fosfato alternadas. A cada molécula de azúcar va unida una molécula de un tipo llamado base nitrogenada. Hay cuatro tipos de bases nitrogenadas que designaremos por las iniciales de sus nombres: A, T, G y C. Las bases de una cadena y las de la otra están enfrentadas y unidas por un tipo de enlace débil llamado enlace de hidrógeno, de forma que hay complementariedad: si en una cadena hay A, en la otra siempre hay T y si en una hay G, en la otra hay C. La secuencia de bases de una cadena nos da la de la otra, y esta secuencia es fundamental, como veremos. Dado que hay cuatro tipos distintos de bases, que éstas pueden ir en cualquier orden y que no hay límite para la longitud de una molécula de DNA, las posibles secuencias de bases son infinitas. Un gen es un segmento de DNA cuya secuencia de bases determina la síntesis de una proteína específica, codificando qué aminoácidos –los bloques que, encadenados, constituyen las proteínas- y en qué orden van a ser ensamblados por la maquinaria celular.

La secuencia de bases del gen es como un mensaje que se traducirá a otro –la proteína-. Las bases son como las letras que, agrupadas de tres en tres, constituyen las palabras. Con cuatro tipos de letras combinadas de tres en tres se pueden formar sesenta y cuatro palabras distintas. Estas palabras en lenguaje de DNA se traducen en palabras en lenguaje proteína, los aminoácidos. Pero sólo hay 20 aminoácidos distintos en las proteínas, es decir, sólo veinte palabras. La diferencia se debe a que varias palabras de DNA equivalen al mismo aminoácido, es decir hay sinónimos. Además, hay signos de puntuación, palabras de DNA que sólo significan el principio y el fin del mensaje. El código que relaciona las palabras del DNA con los aminoácidos –excepción hecha de un par de asociaciones en los orgánulos celulares denominados mitocondrias- es universal, es decir, es el mismo en todos los seres vivos.

Todo esto fue lo primero que descubrieron los genetistas moleculares. Posteriormente, se descubrieron en bacterias una serie de enzimas –proteínas que catalizan reacciones químicas- capaces de alargar, acortar, copiar o cortar en puntos concretos la fibra de DNA. También se descubrieron e inventaron vectores capaces de introducir fragmentos de DNA en el interior de los núcleos celulares y de insertarlos en su DNA.

A raíz de estos descubrimientos se obtuvo la posibilidad de secuenciar el DNA –descubrir el orden de sus letras-, reproducirlo –clonarlo-, empalmarlo, introducirlo en organismos diferentes del original y expresarlo –conseguir la producción de la proteína que codifica- en otros organismos. Hay que señalar que bacterias y virus lo han hecho siempre y que estos procesos también han tenido un papel en la evolución de todos los organismos, por ejemplo, con la formación de células sexuales, en que se producen recombinaciones de DNA.

La polémica que suscitan estas posibilidades, a mi modo de ver, no puede tratarse como un dilema tajante. No es cosa de blanco o negro, bueno o malo, sino de depende, teniendo en cuenta factores que no son técnicos ni científicos. Pero antes de entrar en ello, veamos qué se puede hacer con la ingeniería genética.

Párrafos extraídos del libro
"A LA LUZ DE LA CIENCIA, BIOLOGÍA Y ASUNTOS HUMANOS"

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

   
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