En la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera del XIX, la medicina era una práctica lamentable que no había cambiado significativamente desde que, en el Siglo de Oro, Quevedo, en Los Sueños, había puesto a los médicos en las zahurdas de Plutón por matar más que los espadachines. Los remedios eran tan disparatados y peligrosos como las sangrías, las fuertes purgas y los venenos mortales.
En estas circunstancias fue cuando Christian Friedrich Samuel Hahnemann creó la medicina homeopática. En aquella época, y aún en la actualidad en forma de la sustancia quinina o de análogos sintéticos de la misma, extractos de plantas del género Cinchona se usaban para combatir la malaria. Hahnemann tomó una vez de ese extracto y sintió que sufría los síntomas de la malaria. Ni corto ni perezoso, extrajo la conclusión de que un aforismo antiguo que decía que lo que cura es lo mismo que produce los síntomas en personas sanas o ley de los similares (obviando otro que decía lo contrario) constituía el principio de una nueva medicina realmente eficaz.
Ahora bien, las sustancias que según él producían síntomas eran en general tóxicos muy peligrosos. Consciente de ello, empezó a diluir grandemente esas sustancias para sus tratamientos. Y por evidencias anecdóticas (algunos casos, a veces sólo uno) llegó a la convicción de que cuanto más diluía las sustancias medicinales, mayor era su efecto curativo. Así llegó al segundo principio de la homeopatía, el de los infinitesimales, es decir, de las diluciones extremas.
En el momento de definir sus dos principios, no se había abierto paso la concepción atomística de la materia y se consideraba ésta infinitamente divisible, de modo que, fuese cual fuese el grado de dilución, siempre quedaba una pequeña cantidad (infinitésimo) de soluto en la disolución, cantidad que cuanto menor fuese, mayor efecto curativo tendría. Eso sí, al hacer las diversas disoluciones había que golpear enérgicamente el recipiente cien veces.
Los remedios homeopáticos son disoluciones sucesivas de sustancias supuestamente curativas. La forma de hacerlas se expresa con un número y una letra, D o C. Una disolución, por ejemplo, 10D significa tomar un gramo del soluto y disolverlo en 9 de agua y una disolución 10 C significa tomar un gramo del soluto y disolverlo en 99 g de agua. A continuación, un gramo de esa primera disolución se vuelve a disolver en 9 o 99 de agua, respectivamente, y así hasta diez veces. Los remedios homeopáticos son disoluciones, como mínimo, 30 C.
Veamos ahora qué cantidad de soluto habrá en una disolución 30 C. Tomemos el remedio que los homeópatas llaman Natrum muriaticum, en realidad cloruro sódico o sal común. Pero antes hemos de presentar el número de Avogadro, llamado así en honor del químico conde Avogrado, que probó que el mismo volumen de dos gases a la misma temperatura y a la misma presión contiene el mismo número de partículas. El número de Avogrado expresa el número de átomos, moléculas o iones contenido en una masa expresada en gramos de la sustancia en cuestión igual a la masa atómica o molecular de una partícula de esa sustancia (átomo, molécula o ion). Este número es 6,022 por la unidad seguida de 23 ceros.
El cloruro sódico tiene una masa molecular de 58,44 unidades de masa atómica, por lo que 58,44 g contienen 6,022 por 10 elevado a 23 moléculas de NaCl. Por lo tanto, en un gramo de esa sal habrá (dividiendo el número de Avogadro entre la masa molecular de la sal) 1,03 por 10 elevado a 22 moléculas. Si diluimos ese gramo de sal en 99 g de agua, en un gramo de la disolución habrá 1,03 por 10 elevado a 20. En un preparado 3 C, habrá 1,03 por 10 elevado a 18... En una disolución 12 C quedará una molécula y en una disolución 13 C ya no queda ninguna. No digamos en las disoluciones 30 C y superiores, que son las habituales.
Para quien no esté habituado a los grandes números, el 10 elevado a 23 del número de Avogadro es 100.000.000.000.000.000.000.000 o cien mil trillones; una disolución 30 C equivale a 0,000000000000000000000000000000000000000000000000000000000001, lo que significa que la probabilidad de que el paciente tome agua sin nada de sal es del 99,9999999999999999999999999999999999999999999999999999999999 %. Como referencia de comparación, el número de átomos del universo se estima entre 10 elevado a 77 y 10 elevado a 80, por lo que si sometiésemos la materia del universo a una dilución homeopática C 200, en ninguna parte de la disolución quedaría ninguno de esos átomos. Y esas diluciones no son raras en homeopatía.
Para Hahnemann, este problema no existía, dado que la concepción atomística de la materia sólo empezaba a abrirse paso justo en su tiempo, y con dificultades. Por otra parte, frente a la bárbara medicina de su tiempo, la homeopatía era una bendición: por lo menos, no mataba a los pacientes.
Pero cuando la teoría atómica conquistó el consenso científico, la segunda ley de Hahnemann quedó socavada en sus fundamentos. Pese a ello, los médicos de la escuela de Hahnemann siguieron con las mismas prácticas y respondieron que el agua, de alguna manera, guardaba memoria de lo que se había disuelto en ella. Hay objeciones muy serias a esto, como, por poner un ejemplo, que el agua, desde su aparición en la superficie de la Tierra hace miles de millones de años, ha pasado por muchísimos ciclos disolviendo muchísimos materiales. ¿Por qué recuerda lo que han disuelto los homeópatas y no esos otros materiales?
Pero para no tocar demasiadas teclas, tocaré sólo la que me parece principal: la memoria del agua y los únicos experimentos que se han realizado apoyándola. Estos experimentos fueron realizados por el prestigioso (hasta entonces) inmunólogo francés Jacques Benveniste y su equipo y fueron publicados en 1988 por Nature.
El equipo de Benveniste estudió una reacción de unos leucocitos llamados basófilos, concretamente su pérdida de granos tingibles, al exponerlos a diversas disoluciones de concentraciones diferentes (incluidas concentraciones homeopáticas) de antígenos contra los anticuerpos de los basófilos. Estos antígenos provocan la pérdida de los granos, lo que se puede observar al contar los basófilos al microscopio: sólo se pueden contar los que no los han perdido, puesto que los otros se vuelven translúcidos. Sus resultados parecían probar que las disoluciones enormemente diluidas degranulaban los basófilos, incluso más que las otras. Esto era una gran novedad que, además, ponía en cuestión diversas asunciones básicas de la ciencia.
Nature aceptó publicar el trabajo, añadiéndole un comentario que lo consideraba increíble y pidiendo que otros equipos repitiesen los experimentos, y poniendo una condición: que la revista enviaría un equipo al laboratorio de Benveniste para verificar sus experimentos. Benveniste aceptó y fueron al laboratorio el editor de la revista, un químico experto en fraudes y el ilusionista James Randi, escéptico y especialista en desenmascarar supuestos brujos, espiritistas y similares.
Las conclusiones del equipo fiscalizador fueron las siguientes:
Los experimentos fueron mal controlados estadísticamente y el laboratorio no estaba familiarizado con el concepto de error de muestreo. El método de tomar los valores de control no fue confiable y no se hizo esfuerzo sustancial por excluir el error sistemático incluyendo el sesgo (parcialidad) del observador1.
La interpretación estaba empañada por la exclusión de las mediciones que estaban en conflicto con la afirmación. En particular, la sangre que no se degranulaba “era registrada pero no incluida en los análisis hechos para la publicación. Adicionalmente, los experimentos no funcionaban “por períodos de varios meses”.
La prevención de la contaminación era insuficiente y en buena medida, la fuente de la sangre para los experimentos no era controlada.
El artículo para Nature no reveló que los salarios de dos de los colaboradores de Benveniste estaban siendo pagados por un contrato entre la unidad INSERM-200 y la firma francesa Boiron et Cie. (de productos homeopáticos).
El fenómeno descrito no es reproducible. El equipo creía que los datos experimentales no habían sido evaluados críticamente y sus imperfecciones habían sido reportadas inadecuadamente.
Como anécdota que no es tan anecdótica, James Randi, el ilusionista, que ideó controles como poner las etiquetas de los frascos en el techo del laboratorio para que realmente el experimento fuese realizado a ciegas, intervenciones que indignaron al equipo de Benveniste, ofreció un premio de un millón de dólares a quien fuese capaz de repetir en condiciones los experimentos de Benveniste. Ya hace treinta años que el premio está en pie y aún no lo ha ganado nadie.
Pese a esto, los creyentes siguen con su fe. Incluso Luc Montagnier, premio Nobel de Medicina por su trabajo con el VIH, defiende a Benveniste. Ver para creer.
Algun lector se habrá dado cuenta de que muchos medicamentos homeopáticos se administran en forma de píldoras, no como disoluciones. Son pastillas de glucosa que se han bañado en las disoluciones. Si ya es problemática la supuesta memoria del agua, más problemáticas son las pastillas. Me explico: el agua de la disolución, que no tiene ni una partícula del supuesto principio activo, se evapora en las pastillas. Suponiendo que tenga memoria, ¿hay que admitir que el agua, antes de evaporarse, transfiere su memoria a la glucosa?
Mayo de 2018
1 En relación con esto, los conteos al microscopio los realizaba una sola persona, siempre la misma, que tenía relación con homeópatas.