Guerra, genética y cultura

Ese es el título de un extenso (extenso para publicarse en un diario: tres cuartos de página) de Jordi Serrallonga publicado en El Periódico el día 19 del pasado mes de abril. El señor Serrallonga es presentado por el diario como “arqueólogo, naturalista y explorador”, además de “colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona”. Siendo la arqueología una especialidad de la antropología, Jordi Serrallonga es antropólogo, es decir, estudioso de la conducta humana, especialmente la que sigue pautas repetitivas, ya sean de origen genético o cultural (aunque esa tajante clasificación no se sostiene en muchos casos, como argumenta el primatólogo Frans de Waal con la metáfora del dios Jano, el de las dos caras, en alusión a nuestra naturaleza y al tema que ocupa al articulista). De modo que me dispuse a leer el artículo esperando que adujera una selección de hechos relevantes y alguna teoría antropológica que apuntalara su tesis, que no es otra que el carácter cultural y el origen reciente de la guerra. No encontré nada más que la afirmación de que el origen de este fenómeno aciago está en el Neolítico, en los poblados neolíticos amurallados de Oriente Próximo. Dejando aparte que otros arqueólogos interpretan algunas de estas murallas, como las de Jericó, como defensas frente a las inundaciones, parece indudable que esas sociedades neolíticas hicieron y sufrieron la guerra. Si esos restos dataran el origen del fenómeno, la guerra se habría iniciado hace unos diez mil años en sociedades agrícolas y sedentarias. Sin embargo, si no cronológicamente más antiguo, sí en una etapa cultural más sencilla –me refiero a sociedades de cazadores-recolectores- hubo guerra, lo cual está documentado por el hallazgo de unas decenas de esqueletos humanos sin enterrar en la cercanía del lago Turkana (Kenia) con señales de haber muerto por heridas de flecha de obsidiana, lo cual se interpreta como indicio claro de muertes en combate con un grupo venido de otro lugar. Es importante este hallazgo cuando se relaciona con los casos de pueblos actuales de cazadores-recolectores y aldeanos horticultores de tala y quema que hacen la guerra esporádicamente o de manera habitual, como los tsembaga-maring de Papúa-Nueva Guinea o los yanomami de la cuenca amazónica.

En realidad, cuando afirma que la guerra es algo reciente, a lo que se refiere nuestro antropólogo es a los siete millones de años de evolución humana. Aparte de que no parece muy científico datar la conducta de una especie refiriéndose a la de todas las especies antecesoras de su linaje (si lo consideramos científico, ¿por qué no remontarnos a todo el linaje de los primates, o de los mamíferos, o de los amniotas? Parece un poco absurdo, ¿no?), en nuestro linaje ha habido al menos una especie preneandertal que tal vez practicara la guerra. Me refiero a los hallazgos de la Sima de los Huesos (Burgos): decenas de individuos que parecen haber muerto por traumatismos craneoencefálicos intencionales. Para no ver malograda su tesis, el señor Serrallonga nos dice aquello de “una flor no fa estiu, ni dues primavera”, lo que viene a significar que tal vez hicieran la guerra, pero solo los homininos de aquella localidad y no el resto de sus conespecíficos. Bonita manera de deshacerse de las objeciones.

Habría sido muy interesante que el articulista, siendo “explorador” y viviendo mucho tiempo con los hadzabe de Tanzania (que según él desconocen la guerra, a lo cual me atrevo a objetar que otros antropólogos que han tenido curiosidad por el pasado de los pueblos que estudian han encontrado en muchos casos que no practican la guerra en el presente, pero que algunos de sus miembros más ancianos recuerdan algún episodio bélico; ¿ha hecho indagaciones en ese sentido el señor Serrallonga?) nos hubiese expuesto un mínimo resumen de los distintos tipos, características y objetivos de las guerras a lo largo de la Historia, de la Prehistoria y de los distintos tipos de culturas, especialmente de las diferencias ente las guerras de las sociedades preestatales y las de las estatales. Algo nos insinúa cuando se refiere a que son orquestadas por unos pocos poderosos desde la seguridad de sus despachos. Es fácil enviar a otros hacia la destrucción. Esto cuadra muy bien con las guerras en las sociedades de organización política estatal. Pero solo con esas, ya que en las guerras preestales son combatientes todos los miembros voluntarios aptos de la comunidad y quienes les llevan a la guerra van con ellos a combatir, como uno más. Nuestro antropólogo parece que piensa que en este aspecto todas las guerras son iguales.

Parece que lo que mueve al señor Serrallonga es convencer de que la guerra puede ser desterrada del mundo, lo cual parece a primera vista más factible si su origen no es genético. Al margen de que genético no es igual a inmodificable y ambiental no es igual a modificable (por ejemplo, la miopía se puede superar con gafas, lentillas o cirugía, siendo genética; y la pérdida de la vista por una rociada con aceite de vitriolo, siendo de causa ambiental, no es recuperable), difícilmente podremos acabar con un fenómeno nefasto si no nos procuramos el mejor conocimiento posible sobre él y sobre los factores que en él intervienen. El artículo de nuestro antropólogo no nos proporciona ningún conocimiento válido sobre la guerra.

Mucho me temo que el señor Serrallonga ha empleado subrepticiamente lo que se conoce como argumento de autoridad al presentarse como arqueólogo y colaborador de un museo prestigioso: lo dice un experto, parece indicarnos, no importa el peso de su argumentación. Argumentación que se reduce a cuatro o cinco líneas de un artículo de más de cien, siendo el resto una larguísima introducción sobre su infancia, las películas y los tebeos de guerra que vio, el papel educador de un sacerdote poco común y algún párrafo para mi prescindible sobre la guerra en general. No me parece mala idea amenizar un artículo divulgativo con alguna introducción referente a experiencias personales, pero cuando el contenido divulgado solo representa la veinteava parte del contenido total, me parece que no se hace divulgación, sino literatura. Al menos, si la divulgación flojea, que la literatura sea buena.

Mayo de 2022


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