Esta segunda parte trata de los Bóvidos. Son Artiodáctilos con cuernos y estómago dividido en tres cavidades: la panza-redecilla, donde ingresa el alimento sin masticar para dar vueltas y ser devuelto a la boca; el libro, donde ingresa el alimento masticado por la noche o en los períodos de descanso, y el cuajar o estómago verdadero, a donde pasa el alimento después de pasar por el libro. Esta compartimentación del estómago tiene la función de dar más tiempo a los protozoos y bacterias simbiontes para digerir completamente la celulosa.
La cabra montesa (Capra pyrenaica ssp. hispanica)
De aspecto macizo y patas robustas, presenta un marcado dimorfismo sexual, especialmente llamativo en la gran cornamenta del macho (puede llegar al metro) frente a los reducidos cuernos de la hembra. El peso máximo del macho es de 110 kg y su altura en la cruz puede llegar a los 90cm, frente a los 40 kg y 65 cm, respectivamente, de la hembra.
Una característica importante es su pezuña. Tiene un canto muy duro que le permite agarrarse a cualquier rugosidad, por pequeña que sea, con una base más blanda, como la goma de los neumáticos, que le proporciona adherencia. Al carecer de membrana interdigital, los dedos se pueden separar. Además, estos tienen movimiento antero-posterior independiente. Esta movilidad de los dedos le permite aprovechar cualquier apoyo del terreno. Los inconvenientes de este pie se presentan cuando hay nieve: si está blanda, se hunde, si hay hielo, resbala. Los dedos residuales le sirven como talón cuando desciende por las rocas muy empinadas. En suma, es un animal muy adaptado al terreno rocoso y abrupto.
En 1914, el naturalista Cabrera distinguió cuatro variedades, basándose en la forma de los cuernos y en las zonas negras del pelaje de invierno de los machos: la lusitanica, del norte de Portugal, extinta a finales del siglo XIX; la pyrenaica, del Pirineo aragonés, extinguida hace muy pocos años y que se intenta revivir clonando células del último ejemplar que se han conservado; la victoriae, del Sistema Central; y la hispanica de la zona mediterránea. Esta última variedad es la que hay en Fortanete. Se ha cuestionado la clasificación de Cabrera y puede parecer extraño que el autor de un artículo defendiendo el abandono de la práctica de nombrar subespecies y variedades utilice ese tipo de clasificación. Pero es que se trata de grupos disjuntos, aislados geográficamente y que presentan diferencias morfológicas marcadas. En casos así, el nombrar subespecies y variedades tiene su utilidad.
La cabra montesa se alimenta de hierbas, líquenes, hongos y brotes tiernos de árboles y arbustos.
Los celos empiezan a finales de noviembre. Ya en octubre, los machos de entre 10 y 15 años, que han cambiado el pelaje de verano, más claro, por el de invierno, más oscuro y con amplias zonas totalmente negras, luchan de una forma muy ritualizada, topando con la cornamenta hasta que uno se retira. En esa época, se forman grandes rebaños de machos y hembras, con los primeros fuertemente jerarquizados. Presumiblemente, los que más combates ganen, copularán más. A mediados de diciembre, los grupos se deshacen. Grupos más pequeños de machos pasan a ocupar zonas altas y las hembras con crías y algunos machos jóvenes (3-4 años) ocupan zonas más bajas.
La gestación dura 160-170 días. Los rebaños de hembras se mantienen hasta que empiezan los partos. Antes ha tenido lugar la muda del pelaje invernal por el estival. Los partos empiezan a finales de mayo y se producen hasta finales de junio. Para el parto, las hembras se aíslan buscando refugios rocosos. El parto, doble concierta frecuencia, dura poco y a las pocas horas la cría sigue a la madre. La lactancia dura tres meses, aunque al mes las crías ya pueden comer alguna hierba. Las hembras alcanzan la madurez sexual al año, pudiendo parir a los dos. No sé cuando maduran sexualmente los machos, pero no copulan, por su inferioridad frente a los machos mayores, hasta los 10 años.
Las cabras montesas son fáciles de ver, pese a tener vista, oído y olfato muy finos y tener siempre los rebaños algún vigilante que cuando se alarma da una especie de fuerte silbido, al cual huye todo el rebaño.
Sus huellas, en las que sólo se marcan los dos dedos principales, miden unos 8 cm de longitud, con 3 cm de apertura en las puntas. Aunque a primera vista parecen las de una oveja muy grande, son bastante diferentes, puesto que las dos pezuñas de la oveja aparecen paralelas, mientras que las de la cabra montesa divergen hacia atrás.
En Fortanete se vieron las primeras cabras montesas a partir de mediados de los ochenta, habiéndose visto primero por la parte de Villarluengo. Dado que la población más próxima es la del Puerto de Tortosa-Beceite y que por aquellos años ya se había extendido a las sierras de Rossell y Vallibona, la deducción de que procedían de la Reserva de Caza del Puerto de Tortosa-Beceite se impone a cualquiera. Esta expansión geográfica de las cabras de ese macizo se debe a que su población se hizo muy grande, puesto que la cabra montesa tiene tendencia a moverse siempre por la misma zona, si no hay nada que la empuja a abandonarla. El censo de los años 80 arrojó la cifra de 4.500 ejemplares, cantidad que parece, como lo indica el hecho de que los agricultores de las inmediaciones hayan tenido que poner altas vallas, al límite de lo que la Reserva permite, a riesgo de echar a perder el bosque, dada la escasez de sus enemigos naturales (águilas y zorros) que no impide el aumento de su número.
La cabra montesa ocupaba prácticamente toda la península al finalizar la última glaciación, desde las tierras altas a las bajas, como lo atestiguan numerosos fósiles y pinturas rupestres (las de Ares, por ejemplo). Pero la presión de la caza humana fue reduciendo y extinguiendo sus poblaciones, confinándolas a las cuatro zonas en que Cabrera distinguió sus variedades. A finales del siglo XIX y principios del XX, la caza por parte de los potentados la hizo llegar a una situación crítica que trataron de frenar con la declaración de Reservas de Caza. La del Puerto de Tortosa-Beceite se declaró en 1966. En Valencia se tardó más, declarándose la Reserva de la sierra Martés en 1972. Los permisos para cazar cabras montesas cuestan cantidades de seis cifras, pudiendo pasar del millón de pesetas si se es extranjero. Y en las Reservas hay que ir con un guarda y cazar el ejemplar que éste indique, sin poder dejarlo herido.
© Julio Loras Zaera