Alfred Russel Wallace fue codescubridor con Darwin de la evolución por selección natural. A mi entender, ha sido y es tratado injustamente, no siendo mencionado casi nunca por los historiadores de la ciencia. Si alguno lo ha hecho, ha sido en una nota a pie de página, de esas que no lee casi nadie. En su tiempo, tampoco se le tuvo en demasiada consideración. Aún era tiempo en que mayoritariamente los científicos, como Darwin, eran gente acomodada que no tenía que ganarse las lentejas y Wallace era de orígenes modestos y se tenía que ganar las lentejas capturando animales para coleccionistas en el Sureste asiático y en Sudamérica. Además, se “ganó” su descrédito defendiendo activamente causas sociales que iban más allá del liberalismo dominante. Y para colmo, en sus últimos años se dedicó entusiásticamente al espiritismo, que había intentado estudiar científicammente como muchos científicos lo intentaron en su tiempo, fiados en su capacidad de observación sin entender que no es lo mismo tratar con productos químicos o animales que con falsarios que les engañaban, incapaces de darse cuenta que los humanos podemos engañar y que el mejor observador para procesos en que cabe el engaño es un mago profesional.
Wallace, que tenía una relación muy amistosa con Darwin, polemizó con él a propósito de varios aspectos de la evolución. Darwin era pluralista y afirmaba que la selección natural era la más importante fuerza evolutiva, pero que había otras, señaladamente la selección sexual, que también podían actuar. Sobre este punto nunca estuvieron de acuerdo, ya que Wallace concebía la selección natural como única fuerza evolutiva. Era seleccionista a ultranza, como muchos que creyéndose discípulos de Darwin lo son realmente de Wallace. De hecho, el llamado neodarwinismo estaría mucho mejor caracterizado como neowallacismo. La concepción estrictamente seleccionista le llevaba a afirmar que hasta el más mínimo rasgo de un animal o de una planta estaba modelado por la selección natural y que esta llevaba los rasgos al más delicado y estrecho ajuste al medio, lo cual le acercaba peligrosamente a la concepción antigua de la adaptación.
En un momento dado tuvo el choque (científico, naturalmente, jamás se perdió la amistad) que los historiadores de la ciencia explican por su espiritismo: Wallace se convenció de que el cerebro humano no era producto de la selección natural, sino parte de un proyecto espiritual que daría a la humanidad un papel en el mundo.
Los historiadores, filósofos y biólogos metidos a historiadores le acusan de incoherencia: ¿cómo es posible que el codescubridor de la evolución y defensor a ultranza de la selección chaqueteara de ese modo tirando por la borda sus convicciones científicas? ¿Cómo es posible tal incoherencia?
Pretendo demostrar que fue precisamente por coherencia y no por incoherencia por lo que Wallace dio ese paso.
El amigo de Darwin era de las pocas personas no racistas de su tiempo y sabía que los cerebros humanos son equivalentes en complejidad y en capacidades. Pero al mismo tiempo compartía los prejuicios de los europeos de su tiempo sobre los logros culturales de los europeos, desde la ciencia hasta las grandes óperas y sinfonías y observaba que los “salvajes” tenían unas culturas a su parecer pobres y romas. De ello concluía que estos no utilizaban ni mucho menos todas las capacidades de su cerebro.
Y aquí entra su concepción del papel de la selección natural, que según él lleva al ajuste perfecto de los rasgos de los organismos a sus ambientes y a los desafíos que les presentan. De manera que no concebía ningún modo natural de evolución de un cerebro que lo llevara a unas capacidades que solo habían sido plenamente utilizadas por una parte pequeña de la humanidad y en un corto tiempo. En plena coherencia con ello, se acogíó a la tesis espiritualista.
Lo que no tenía en cuenta Wallace, según la versión de Gould que he fusilado, era que la evolución puede producir órganos complejos que además de las funciones para las que se han producido pueden realizar otras diferentes. Este sería el caso de los ordenadores. Han podido instalarse en una empresa para gestionar las nóminas, pero esos mismos ordenadores pueden servir para hacer cálculos complicados o dibujar.
Esta parte de la versión de Gould no me convence desde el momento en que leí un artículo de unos antropólogos que demostraba que los cazadores-recolectores, cuando rastrean una presa, recogen y tratan los datos y razonan exactamente como se supone que lo hacen los mejores científicos. Esto me lleva a pensar que sí se utiizan todas las capacidades del cerebro en todas las culturas y que esas capacidades se han adquirido por selección natural.
El caso es que creo que no fue el espirtismo lo que llevó a error al bueno de Wallace, sino el error lo que le llevó al espiritismo, al revés de como nos lo cuentan.
Septiembre de 2020