Se trata de un tema de los muchos irresueltos y que traen de cabeza a la antropología. La sociobiología y un etólogo como Konrad Lorenz consideraban la guerra enraizada en nuestros instintos de agresión, aduciendo algunos los conflictos violentos, a veces hasta la muerte, entre bandas de chimpancés. Sin embargo, hay muchos registros de sociedades pacíficas, tanto en la historia como en la prehistoria.
Los antropólogos de orientación marxista señalan el origen de la guerra en la aparición de sociedades sedentarias con posibilidad de acumulación de excedentes. Pero se ha registrado la guerra entre bandas de cazadores-recolectores y entre aldeas hortícolas de tala y quema. Por ejemplo, los tsembaga-maring, un pueblo neoguineano de este último tipo y con una tecnología de la Edad de Piedra estudiado por Roy M. Rappaport, guerreaban periódicamente contra sus vecinos. Y pueblos nómadas como los comanches antes de la llegada de los caballos eran guerreros formidables.
Pero antes de seguir sería necesario saber de qué hablamos cuando nos referimos a la guerra. Se entiende por guerra el combate armado entre grupos humanos que constituyen agrupamientos territoriales o comunidades políticas diferentes. No entran en este concepto las vendettas familiares ni las violencias interindividuales o interfamiliares, que al parecer obedecen a motivos diferentes, aunque en las guerras entre bandas o aldeas los participantes señalen a determinados individuos del otro bando por los que consideran haber sido ofendidos y su violencia se dirija preferentemente a esos individuos (que, extrañamente, suelen ser los más débiles).
En 2000 la editorial de la Universidad de Michigan publicó un libro de Raymond C. Kelly, Warless Societies and the Origin of War. No lo he podido conseguir, aunque en la edición de mayo de 2012 de vientosur.info apareció un comentario que, a riesgo de conformarme con una versión muy simplificada del libro de Kelly, puede servir para orientarnos, si lo complementamos con una crítica de Cristophe Darmangeant en su blog de antropología social, prehistoria y marxismo, colgada en noviembre del mismo año.
El comentario es de Daniel Tanuro, que nos explica que las sociedades sin guerra han existido y existen, lo cual no significa que en ellas no haya violencia. Aunque la organización de estas sociedades es no coercitiva y la educación de los niños es permisiva (lo cual no es siempre cierto. Francho), existen la violencia interpersonal y el castigo violento de los “crímenes”, así como la venganza individual. Esto es importante, puesto que considera Kelly que la venganza colectiva del tipo de la vendetta, a no ser que sea practicada solo por la familia, ya entra en la categoría de guerra.
Kelly considera que cuando entran en juego los linajes u otros agrupamientos, es decir lo que los antropólogos llaman segmentación, es cuando se puede hablar propiamente de guerra. Y propone una definición de guerra diferente de la que he enunciado más arriba, que es la que parece contar con el consenso de los antropólogos: una actividad colectiva preparada a partir de una concepción compartida que pretende que el mal hecho a un individuo del grupo afecta a su conjunto y puede repararse legítimamente mediante un acto de violencia contra cualquier individuo del otro grupo. Con esta definición, la guerra es un asunto de venganza de lo hecho a un individuo de un grupo por parte del grupo de ese individuo contra el del agresor. Es lo que llama sustitución social.
Me parece esta una concepción muy estrecha de lo que es la guerra, que la reduce al precio de sangre cobrado al grupo del homicida por el grupo del muerto. Aunque se puede conceder provisionalmente que se refiere al origen de la guerra y no a las guerras posteriores. Volveré sobre esto más adelante.
Según el comentarista, Kelly nos dice que “El almacenamiento de alimentos y la segmentación organizativa van de la mano. Es posible que el almacenamiento sustancial de alimentos haya aparecido en un contexto en que la guerra era poco frecuente y por tanto en un sistema regional de sociedades no segmentadas de cazadores-recolectores, pero que haya originado cambios en materia de economía política, lo que a fin de cuentas comportaría un cambio de organización, particularmente en un contexto en que aumentó la frecuencia de la guerra. Es muy posible que la transformación del carácter de la guerra causada por la existencia de reservas de alimentos haya influido en estos cambios.” ¿En qué quedamos? ¿Hablamos del origen de la guerra o de la guerra mucho después de su origen? De todos modos, en las sociedades de organización política en bandas o aldeas que practican o practicaron la guerra pocas guerras, por no decir ninguna, han sido causadas por las reservas acumuladas de alimentos. Y eso que en estas sociedades también se da o se daba la guerra. Más abajo trataré de las causas de esas guerras. Es decir que las guerras de que nos habla en ese párrafo Kelly están muy lejos de los orígenes en el tiempo.
Según el comentarista, para Kelly la guerra surgió no antes de hace 10.000 años, cuando ciertas sociedades se segmentaron. Casualidad de casualidades, en 2015 se descubrieron cerca del lago Turkana (Kenia) unas decenas de esqueletos de más o menos esa época que no habían sido enterrados y que habían muerto violentamente, como indicaban los “desperfectos” de los huesos, señaladamente los del cráneo, y el hallazgo de puntas de flecha en algunos de ellos. Las puntas de flecha eran de obsidiana, que se obtiene muy lejos de allí, lo que parece descartar la guerra por el precio de sangre. Tampoco parece que se tratara de una sociedad segmentada, sino de dos comunidades alejadas entre sí. En cuanto a la fecha, en el límite que pone Kelly, solo cabe decir, para tiempos anteriores, que la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia, y así como todo el mundo se ha asombrado de que hubiera guerra hace 10.000 años, yo no descartaría que aparecieran pruebas anteriores, incluso muy anteriores.
El economista y antropólogo francés Cristophe Darmangeant mantiene un blog de antropología social. En este blog hizo una crítica del libro de Kelly que me parece bastante pertinente. Critica varios aspectos, pero me ceñiré a los que considero más importantes. En primer lugar, Darmangeant dice que Kelly solo estudia a fondo una sociedad, Andaman, y las otras, pese al aparato estadístico, solo aparecen a título de ejemplos o como “tipos” ideales.
Kelly relaciona las guerras casi exclusivamente con disputas sobre qué le ha hecho qué a quién, lo cual no casa con la mayoría de guerras, incluso en sociedades preestatales, entre las cuales se dan guerras por recursos, esclavos, mujeres ( como pasa a veces entre los yanomami)…
Kelly clasifica las sociedades en no segmentarias, que no practican la guerra, y segmentarias, que la practican. Ahora bien, hace un uso abusivo de esas categorías, que se refieren a la existencia o no de divisiones por descendencia real o supuesta, lo que se suele llamar linajes, cuando extiende la clasificación a la existencia de cualquier tipo de grupo más allá de la familia nuclear, con lo que abarcaría sociedades tan distintas como los ¡kung San del Kalahari o los mbuti del Congo o los comanches de Norteamérica en el caso de las sociedades no segmentarias; y los masai de Kenia, por un lado, y los nuer de Sudán, por otro. En el primer caso, la organización social de unos y otros es radicalmente diferente, aunque ninguno se organiza en linajes; lo mismo pasa en el segundo: los masai se organizan por grupos de edad, mientras que los nuer se organizan en linajes. Y las sociedades no segmentarias también conocen o han conocido la guerra.
Hecha esta crítica, que se refiere más a lo que podríamos llamar metodología, creo que es pertinente otra que vaya más al fondo. Es la que creo que haría si aún viviera Marvin Harris. Para empezar, creo que falla la definición de guerra, que en el caso de Kelly me parece que es una definición a medida de unas conclusiones previas a la investigación. Aparentemente podría considerarse una hipótesis, pero esto es engañoso: en realidad me parece que se trata de marcar el resultado de la investigación. De ahí, a mi entender, que use términos como el de segmentación con un sentido distinto al que le da el consenso antropológico. Con ese uso modificado del término, la conclusión ya viene dada.
Kelly no distingue entre los aspectos conductuales y etic y los mentales y emic. Etic significa todo aquello que mediante una observación controlada permitirá predecir el funcionamiento de una sociedad, incluso en sus aspectos mentales y emic, término que abarca las explicaciones, las motivaciones y las reglas que los miembros de esa sociedad dan a sus conductas. Al no hacer esa distinción, atribuye a la venganza de las ofensas la causa de la guerra, por lo menos en sus orígenes. Y no investiga otros factores, como la demografía en relación mutua con los recursos o el control de la distribución espacial en el territorio. Por ejemplo, la distribución espacial y la evitación del agotamiento de los recursos se regula entre los tsembaga maring (que, por cierto, no tienen ninguna estructura más allá de la familia) con guerras cíclicas. Estas gentes, cuando van a la guerra dicen que lo hacen para cumplir con los antepasados y porque están airados por alguna ofensa o querella contra individuos (generalmente los más débiles) de los otros poblados. Pero el resultado es la expulsión de los perdedores y la creación de una tierra de nadie que dará lugar a un barbecho. Aunque la regulación demográfica no se produce por las muertes en combate (el factor limitante de la reproducción humana lo constituyen las mujeres, no los varones), sino por el infanticidio femenino debido a la necesidad de criar más varones guerreros.
A pesar de estas críticas, podría haber un grano de verdad si las sociedades cazadoras-recolectoras que subsisten hoy pudieran ser modelos de las paleolíticas. El grano de verdad podría estar en que en el origen de la guerra hubiera, al menos alguna vez, una disputa por ofensas u homicidios. Sin embargo, cuando se analizan a fondo estas situaciones, teniendo en cuenta aspectos demográficos y de disponibilidad de recursos, se ve que esas situaciones se producen estadísticamente en relación con una presión demográfica que ha provocado los rendimientos decrecientes. Las venganzas, en este contexto, pertenecerían a lo que los antropólogos llaman explicaciones emic, lo que no significa que no expliquen la guerra para los participantes o que no se pueda predecir su estallido partiendo de esas explicaciones, sino que subyacen causas más materiales que explicarían mejor los hechos y serían aplicables a más situaciones, sin necesidad de compartir las explicaciones de los sujetos.
Noviembre de 2021