Para muchos científicos sociales y muchos estudiosos de las humanidades, el lenguaje es una invención maravillosa que mejoró notablemente la comunicación y nos ha permitido llegar hasta donde hemos llegado. Sin embargo, para muchos lingüistas, psicólogos y neurocientíficos no se trata de una invención, sino de un instinto, es decir, una pauta de comportamiento común a todos los miembros de la especie, de carácter complejo, que compromete a todo el organismo y que tiene finalidad adaptativa. Lo cual significa, además, que está basada en los genes.
A mi modo de ver, desde hace mucho tiempo y cada vez más, las pruebas están del lado de quienes consideran el lenguaje como un instinto. En primer lugar, tenemos su carácter universal. No se ha encontrado ningún pueblo que carezca de lenguaje. Es verdad que tampoco se ha hallado ningún pueblo que carezca de dominio del fuego o de vestido. Pero, mientras que en el dominio del fuego y en el vestido se dan grandes diferencias tecnológicas y de complejidad, todas las lenguas humanas tienen la misma complejidad, pueden expresar los mismos pensamientos y se pueden traducir entre sí sin pérdida de información.
En segundo lugar, nuestros músculos, nervios y huesos del aparato fonador y su disposición son muy diferentes de los de nuestros parientes animales más próximos y están adaptados a producir los sonidos del lenguaje. En cuanto a su adquisición, se produce siguiendo unas etapas similares en el grado de desarrollo y en los tiempos en todos los niños. Además, aproximadamente a los tres años nuestros niños producen oraciones perfectamente gramaticales que no reproducen las producidas por los adultos, pese a lo que Noam Chomsky llama “pobreza del estímulo”, es decir, pese a que no han estado sometidos más que a una ínfima parte de la gramática necesaria para producir esas frases, con lo que no han podido inferir las reglas correspondientes. Reglas que, por cierto, los lingüistas, pese a su dedicación, aún no han sido capaces de plasmar en un modelo abstracto que genere frases gramaticalmente correctas. En cambio, otros comportamientos se adquieren por cada individuo en momentos diferentes y de formas diferentes y se pueden reproducir con máquinas, motores y circuitos electrónicos.
Desde Broca y Wernicke, que descubrieron las áreas que llevan sus nombres, relacionada la primera con la producción del lenguaje y la segunda con su comprensión y situadas en la mayoría de los humanos en el hemisferio cerebral izquierdo (aunque hay una minoría que las tiene en el derecho), se ha avanzado mucho en la comprensión del procesamiento cerebral del lenguaje. Se han encontrado áreas responsables del procesamiento semántico, del procesamiento sintáctico y de la coordinación de ambos, con tiempos de reacción característicos y diferentes a los errores semánticos y a los errores sintácticos. Esas áreas las presentan todos los seres humanos y funcionan igual en todos nosotros, incluidas las personas sordas que adquieren el lenguaje por una vía visual y no por una vía auditiva. Por cierto, el lenguaje llamado de signos (yo lo llamaría de señas, puesto que tan signos son los movimientos y posiciones de las manos y de otras partes del cuerpo como las palabras audibles) tiene las mismas características semánticas y sintácticas que el lenguaje hablado.
Los fonemas no son simples sonidos con unas características físicas determinadas. No los distinguimos por sus cualidades físicas, sino en relación al lenguaje y por oposición a otros fonemas. Se ha probado experimentalmente que los bebés distinguen fonemas de una manera diferente a como distinguen sonidos no lingüísticos.
Una prueba que a mí me parece irrefutable del carácter instintivo del lenguaje está en el proceso de formación de las lenguas criollas. Son lenguas muy recientes que se hablan en países que fueron colonizados y en los que había plantaciones donde trabajaba mano de obra esclava o semiesclava traída de muy diferentes lugares y que hablaba diferentes lenguas. Esta mano de obra se entendía entre ella y con los amos en lo que los anglosajones llaman pidgin, que se podría traducir por lengua macarrónica. Los pidgin no tienen gramática, se ponen una a continuación de otra, sin ningún orden bien determinado, palabras o rudimentos de palabras que pueden ser propias de idiomas diferentes. Hablar pidgin se parece a la manera como intentamos hablar nosotros con alguien cuyo idioma no conocemos y que no conoce el nuestro. Los hijos de estos trabajadores nunca fueron expuestos a ningún modelo de lenguaje con todas sus características. Se ha podido conocer el proceso de nacimiento del criollo hawaiano y se ha visto que se produjo en una sola generación por la interacción entre los niños. Estos niños “crearon” una gramática con todas las complejidades de la gramática de cualquier lengua y con todos los recursos de la misma. Por cierto, que las gramáticas criollas se parecen mucho entre sí, pese a proceder de lenguas distintas. Algo similar al nacimiento de las lenguas criollas sucede con los niños sordos criados por padres oyentes o sordos que han aprendido tarde y mal la lengua de señas.
A fines del siglo pasado se hizo famosa una familia a la que los científicos bautizaron con el seudónimo de familia KE, que comprendía tres generaciones, con 31 miembros masculinos y femeninos. Aproximadamente la mitad de ellos tenía diversos déficits que afectaban a aspectos específicos del lenguaje. Por ejemplo, eran incapaces de formar plurales si no los aprendían de memoria como se hace con las palabras irregulares, de conjugar correctamente los verbos, de producir las concordancias correctamente, etc. Se descubrió que los miembros afectados tenían una mutación en el gen conocido como FOXP2, mutación que lo convertía en un alelo dominante, lo cual quiere decir que es suficiente con heredarlo de un progenitor para que se manifieste el déficit. Estos individuos no tenían afectados otros componentes de la inteligencia, en cuya escala estaban en el rango medio (incluso uno de ellos daba mejores resultados en inteligencia no verbal que todos los no afectados). Con el tiempo se han hallado mutaciones similares de ese gen en personas ajenas a esa familia, personas que presentan el mismo déficit específico relativo a la gramática.
No se puede decir que ese gen, que interviene en el desarrollo de diversos órganos y en el de ciertos circuitos cerebrales, sea el gen del lenguaje. En realidad, es lo que se conoce como un master control gene, un gen que promueve y regula la expresión de otros genes que, éstos sí, deben de intervenir en el desarrollo de los circuitos del lenguaje.
También se han encontrado algunos segmentos de cromosomas relacionados con otros déficits lingüísticos, aunque todavía no se han identificado los genes correspondientes.
Actualmente hay en Francia un equipo compuesto por especialistas de diversas disciplinas, desde las matemáticas a la neurobiología, que investiga cómo nuestro cerebro procesa el lenguaje. Estos científicos buscan el correlato de la estructura abstracta de la gramática en los circuitos cerebrales. Lo hacen con diversas técnicas, entre ellas las de formación de imágenes, que permiten estudiar in vivo la actividad del cerebro y con los electrodos implantados a algunas personas epilépticas. Estudian, por ejemplo, algo que, hoy por hoy, no pueden hacer los ingenios artificiales, cómo nuestro cerebro identifica un sintagma. Esa identificación parece una tarea fácil, pero no lo es en absoluto: ¿cómo “sabemos”, pongamos por caso, que “el niño” forma parte del sintagma “el niño que vino a jugar con Andrés” y que el resto de la oración, “es amigo mío” no forma parte de él? Ciertas áreas de los cerebros de los sujetos aumentan de actividad al presentárseles las primeras palabras, actividad que cae al acabar el primer posible sintagma (“el niño) y vuelve a aumentar a las palabras siguientes, hasta que cae al acabar el segundo posible sintagma (“el niño que vino a jugar con Andrés”). Esto se observa mediante la gráfica de actividad cerebral, que desciende cuando termina una fase del análisis.
Como vemos, la consideración del lenguaje como un instinto es más productiva científicamente que considerarlo como una invención. Permite plantearse diversas hipótesis y ponerlas a prueba, cosa que no sucede con su consideración como una invención cultural. Sea más cercana a la verdad la hipótesis cultural o la biológica, no me cabe duda de que la hipótesis biológica tiene muchas más consecuencias que se pueden poner a prueba que la cultural y es intelectualmente mucho más estimulante.
Julio de 2018