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¿Cómo surgió el lenguaje articulado? (II)

Habría que advertir, sobre el protolenguaje, que las sus vocalizaciones no surgirían de las que los grandes simios utilizan para comunicarse (creo que en esto habría que investigar las vocalizaciones de los monos tota, que son verdaderos símbolos). Esas vocalizaciones están controladas por una pequeña área cortical situada cerca de donde se separan los dos hemisferios cerebrales, equivalente a la que controla nuestras interjecciones. Los símbolos y las palabras son controlados por otras áreas en los lóbulos frontal y temporal (no se ha investigado qué áreas controlan el protolenguaje que se enseña a los simios). Las interjecciones humanas, pese a su apariencia de oraciones, no se ven obstaculizadas cuando se provoca una ligera estimulación eléctrica de las últimas zonas, que sí obstaculiza, en cambio, el lenguaje.

Lo que distingue el lenguaje del protolenguaje es la sintaxis, el seguimiento de unos principios formales que determinan la estructura lingüística, con sus categorías intermedias entre las palabras y las oraciones, que permiten la producción y comprensión de mensajes infinitamente largos y complejos, con el único límite de la capacidad memorística.

Y esos principios constituyen algo cualitativamente nuevo respecto al protolenguaje, del cual no pueden haber evolucionado directamente por acumulación de más de lo mismo.

Ahora sí, la inteligencia social

Existe un mecanismo evolutivo en los animales sociales que se caracteriza por la máxima "hoy por ti, mañana por mí, aunque no seas mi pariente". Se necesitan varias condiciones para que sea efectivo:

1.- Vida en grupos que abarcan a parientes y no parientes.

2.- Memoria e inteligencia elevadas, de forma que reconozcan y recuerden a muchos individuos y lo que estos hacen.

3.- Un medio que empuje a la cooperación, como un medio hostil o la vida cazadora, con sus riesgos de fallos frecuentes.

Las condiciones 1 y 2 las cumplen los simios, pero no la 3. En chimpancés y bonobos se da altruismo recíproco en la creación de alianzas y en la caza ocasional, pero no es un factor de primer orden, como sí lo es, por ejemplo, en los lobos.

El altruismo recíproco plenamente desarrollado requeriría cómputos complejos, no sólo de quién coopera con quién, sino también de quién coopera y quién no con uno y, en especies con un estilo de vida oportunista, como serían las de nuestro género, en qué coopera, de manera que pudiese reconocerse a los "gorrones". En animales con un protolenguaje, el poder expresar esos cómputos permitiría marcar a los "gorrones" para evitar que el grupo cooperase con ellos.

Habría, pues, una presión selectiva a favor de la reorganización del cerebro creando áreas para los verbos y para los nombres, así como a favor de la producción de oraciones más complicadas regidas por una sintaxis rudimentaria basada en el orden de las palabras que evitara el aumento exponencial de su ambigüedad con su longitud. Esto último podría conseguirse por mecanismos culturales como los que tienen los chimpancés, que funcionan por imitación.

Un comportamiento así crearía, a su vez, una nueva presión de selección a favor de aquellos individuos que no necesitaran un proceso de aprendizaje a partir de la experiencia para producir oraciones complejas. Es decir, a favor de aquellos en cuyo bagaje genético estuvieran incluidos mecanismos sintácticos. Advierto que esto es perfectamente ortodoxo y no tiene nada que ver con la herencia de los caracteres adquiridos, sino con el hecho de que por mutación y recombinación pueden surgir genotipos que imiten caracteres derivados directamente de la acción del medio y sobre el medio.

Esos mecanismos, según Bickerton y Calvin, tendrían que ver con la caza. No por el hecho de que la vida cazadora presione en su favor, sino porque las áreas del cerebro implicadas en la destreza manual y en los lanzamientos balísticos se solapan ampliamente con las implicadas en el lenguaje. Además, la planificación de los movimientos para realizar un lanzamiento balístico recuerda mucho a la de una secuencia lingüística: es una planificación que se puede representar con un árbol como los que los lingüistas utilizan para analizar oraciones.

Es decir que un mecanismo utilizado para un proceso se utilizó para otro distinto, algo que suele suceder en el mundo darwiniano.

Aquí acaba la contribución de Bickerton y Calvin, dejando sin explicar otra característica esencial del lenguaje: la existencia de unidades sin significado, cuya combinación da lugar a las palabras, que sí lo tienen. Pero tal vez sea pedir demasiado a una teoría tentativa.

¿Cuándo sucedió?

Asumiendo como probablemente cierta la teoría arriba esbozada, ésta no nos dice cuándo se produjo la transición. Las neurociencias y la lingüística poco nos pueden decir de ello. Hay que acudir a la paleoantropología.

Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, del equipo de Atapuerca, consideran por los moldes endocraneales de los homínidos fósiles que el área de Broca, una de las principales relacionadas con el lenguaje, pero también con la destreza manual, de los primeros Homo ya estaba bien desarrollada. Eso no significa, dadas las otras funciones a que se asocia, que ya poseyesen el lenguaje.

Arsuaga y Martínez se fijan en otro aspecto del lenguaje que Bickerton y Calvin han obviado: los fonemas. En 1992 encontraron en la Sima de los Huesos un cráneo de cerca de 300.000 años, que formó parte de una población precursora de los neandertales, y dos huesos hioides (la lengua se sujeta a ese hueso). El estudio del hioides y de la zona de inserción del músculo constrictor superior de la faringe les llevó a la conclusión de que, a diferencia de los antropoides y de los australopitecinos y a semejanza nuestra, el individuo a quien perteneció el cráneo tenía la laringe baja. Éste es un rasgo que nos permite producir los sonidos del habla, a riesgo de morir por atragantamiento, peligro que no corren los demás mamíferos ni nuestros bebés.

La posición de la laringe afecta sólo al tramo vertical del aparato fonador. Nuestro tramo horizontal es, más o menos, de la misma longitud. El de los neandertales y su precursor, con su cara muy proyectada hacia delante, era más largo. Eso significa que las vocales más frecuentes en el habla humana, presentes en todas las lenguas y que mejor se discriminan, les estaban vedadas. Pero podían hablar y entenderse: ¿equese ne se entende este frese? Simplemente, su lenguaje sería algo menos eficaz e inteligible que el nuestro.

Y si los neandertales hablaban, si nosotros no somos descendientes suyos, sino una rama hermana de la suya, si rasgos complejos no pueden seguir una evolución igual en el detalle, se impone una conclusión: hace 800.000 años, el Homo antecessor, el ancestro común de los neandertales y nuestro ya hablaba. Estoy esperando con ilusión que el equipo de Arsuaga y

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

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