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Cerdos para los antepasados

Ese es el título principal de uno de los informes más valorados de la antropología. Su autor fue Roy M. Rappapport y se publicó por primera vez en 1968. Versa sobre un ciclo ritual de los tsembaga maring, un pueblo neoguineano de horticultores de tala y quema con el que convivió este antropólogo entre octubre de 1962 y diciembre de 1963. Este pueblo de las montañas de Papúa Nueva Guinea no conocía la tecnología de los metales y se fabricaba utensilios de piedra pulimentada de corte muy fino que intercambiaba en la costa por utensilios de metal y sal.

Los tsembaga practicaban un ciclo ritual que comenzaba con la plantación de un arbusto, el runbim, y terminaba arrancándolo al tiempo que se celebraban pantagruélicos banquetes en que se consumían todos los cerdos adultos del poblado con participación de los habitantes de otros poblados. Mientras el runbim no se arrancaba no había guerra y cuando se había arrancado comenzaba un período bélico que finalizaba cuando se volvía a plantar.

El informe es una pieza maestra de antropología ecológica o de lo que se podría llamar ecología humana, poniendo de manifiesto las relaciones tróficas de una población humana (en sentido ecológico, es decir, un conjunto de individuos de una especie que ocupan un lugar en un tiempo determinado y que tienen determinadas relaciones entre sí y con otras especies y factores de su medio) de una manera minuciosa, que va desde catálogos de plantas silvestres y cultivadas, especies cazadas, papel de la cría de cerdos. dieta, energía obtenida y utilizada hasta la eficiencia de sus cultivos, así como aspectos demográficos.

Pero no es un informe descriptivo. Todo él va enfocado con una perspectiva teórica: probar el papel ecológico del ritual en la amortiguación de las oscilaciones del medio. Y no un papel puramente simbólico o de intermediario entre las ideas de la gente y sus prácticas, sino un papel bastante directo, unas prácticas materiales que tienen el efecto de mantener la estabilidad del medio que de no mantenerse supondría una amenaza para la población de los maring. Las creencias, referidas a una deuda de carne de cerdo con los antepasados, reforzarían esas prácticas. Hay que decir, sobre esto, que lo que se ofrece a los antepasados, como hacían los griegos a sus dioses, es el humo resultante del proceso de asado: a los espíritus se les ofrece el espíritu de los cerdos.

El ciclo ritual comenzaba con la plantación del runbim, iniciando una etapa de paz y de reposición, cría y engorde de unos cerdos a los que se trataba como personas, incluso dormían con las personas y tenían libertad de movimientos (lo que, de paso, facilitaba su reproducción mediante el cruce con cerdos salvajes). Los cerdos crecían y se multiplicaban hasta que llegaba un momento en que generaban incomodidad, competencia con las personas y daños en los huertos (lo que provocaba disputas). Naturalmente, también crecían y se multiplicaban los humanos. Llegados a ese punto y sin que lo decidiera nadie en concreto ni en un proceso formal, simplemente alguien se disponía a arrancar el runbim y los demás le seguían, se arrancaba el arbusto y se iniciaba una matanza masiva de los cerdos, que eran comidos en grandes banquetes a los que asistían invitados de otros poblados. En esas fiestas se bailaban danzas guerreras, y finalmente se iniciaba la guerra contra algunos poblados con cuyos miembros se tenían querellas más o menos fundadas. En estas guerras cada poblado contaba con aliados de otros poblados (los invitados a los festines) y gente refugiada de guerras anteriores. Una cuestión muy interesante que abona el papel material del ritual es que la gente de cada poblado vigilaba si otros poblados arrancaban el runbim y eso contribuía a la decisión de hacer lo propio. El resultado de la guerra era la expulsión de los perdedores, pero ello no significaba que se ocupase su territorio, sino que quedaba como una zona de barbecho que no se empezaba a trabajar hasta que había pasado mucho tiempo desde la plantación y los cerdos y las personas necesitaban más extensión de huertos. La victoria era la ocasión para plantar el runbim, que señalaba un período de paz. De este modo se regulaban muchos aspectos del medio: la densidad de población humana y porcina, el consumo de grasa y proteína, la productividad, etc.

No puedo hacer justicia al trabajo de Rappaport, que tiene en cuenta casi todo: tipos de matrimonio y relaciones entre varones, mujeres y niños, forma de matar y asar los cerdos, danzas guerreras, tabúes en períodos concretos respecto a caza o pesca y consumo de ciertas especies en relación con sus ciclos biológicos y un largo etcétera. En vez de eso, recomiendo a quien tenga interés por la antropología que lea el informe, que se puede encontrar en español en la editorial Siglo XXI.

Hacia el final de su carrera, Rappaport se interesó cada vez más por la religión en su relación con el ritual. Escribió un libro sobre ese tema cuyo título no recuerdo y que me resultaba difícil de leer por mi desconocimiento total de la semiótica. Solo leí las primeras 20 ó 30 páginas, sacando la conclusión de que se había pasado de la concepción materialista de Cerdos… a una concepción abiertamente idealista. Ahora creo que es muy posible que me equivocara y que ese libro no fuese otra cosa que una investigación de la esfera de las ideas y cómo son sus relaciones internas previa al estudio de su relación con la infraestructura y la estructura. Haré el esfuerzo de leerlo.

Marzo de 2023

   
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