Se suele pensar que el materialismo, si no grosero, es muy seco. Mucha gente piensa que solo se preocupa de lo vulgarmente material, sobre todo de la acumulación de riqueza crematística. Es una idea muy equivocada, por lo menos en lo que se refiere a la tendencia antropológica del materialismo cultural. Los antropólogos de esta corriente trabajan con una lista mínima de necesidades humanas para explicar las culturas. En esa lista hay necesidades como comer o el sexo, pero también, y al mismo nivel, el afecto, que consideran una necesidad biopsicológica como las otras. Les avala la experiencia del personal sanitario de las salas de incubadoras para bebés prematuros. Hace mucho tiempo, simplemente esos bebés se mantenían en las incubadoras sin nada más que la atención médica. Con el tiempo se dieron cuenta de que si se acariciaba regularmente a esos bebés prematuros, se desarrollaban mucho mejor y había menos proporción de prematuros muertos. Ahora se hace que los progenitores los acaricien (y les hablen) un buen rato cada día. Y también lo necesitamos los adultos.
Hoy se sabe que tenemos un conjunto de circuitos nerviosos específicos que responden más al tacto afectivo (caricias), que al mecánico o discriminativo. Percibimos el tacto afectivo mediante unos específicos mecanorreceptores de bajo umbral distintos de los específicos del tacto discriminativo y conectados a fibras amielínicas conocidas como aferentes táctiles C (CT). También estas fibras son distintas de las del tacto discriminativo, que son más gruesas, están mielinizadas y conducen más rápidamente los impulsos nerviosos. El tacto afectivo activa diferencialmente esos centros nerviosos que lo hace el tacto mecánico, centros más relacionados con la interocepción y la emoción que con la información externa.
Neurocientìficos y especialistas en bioimagen norteamericanos estudian el tacto afectivo en mamíferos, ya que en todos ellos hay fibras aferentes CT, y si también se conservan los centros cerebrales que se activan a ese tacto. Exponen su investigación en https://doi.org/10.1073/pnas.2322157121. Específicamente trabajaron con macacos a los que anestesiaron ligeramente y se les aplicó tacto lento, tacto rápido y descanso mientras se les tomaba imagen de resonancia magnética funcional y se medía la activación de determinados centros cerebrales. Las pruebas se hicieron con 33 macacos rhesus (23 hembras y 10 machos) de muy variadas edades. Los resultados indicaban que se activaban más determinados centros con el tacto lento que con el rápido. Estas áreas eran la amígdala, el cuerpo calloso y el cortex somatosensorial secundario. Este último se relaciona con la interpretación de las sensaciones táctiles, mientras que el primario las recibe sin interpretación. Este no se activa especialmente con el tacto discriminativo.
Figura 1. Situación de la amigdala en el cerrebro
Figura 2. Situación del área del cuerpo calloso.
Figura 3. No he encontrado buenas imágenes rotuladas de la corteza somatosenrial. Es el área morada rotulada como Tactilinformation. La corteza somatoensorial secundaria es la franja posterior de esa área.
En buena correspondencia con la teoría darwinista, este equipo encontró mucha variación en las respuestas al tacto afectivo. Lo que ya no tiene que ver primariamente con esa teoría es el hecho de la evidente variación por edades. Sus macacos tenían edades muy variadas, desde los 7 años (equivalentes a nuestros 20) a los 20 (equivalentes a nuestros 70-80). Ciertos centros respondían significativamente más en los monos jóvenes. Los autores del artículo conjeturan que podría deberse a una merma en la sensibilidad interoceptiva, dada su relación funcional con el sistema de captación con el tacto afectivo. Lo cual no quita el placer de ese tacto.
El hecho de que los animales estuvieran anestesiados señala que no es necesaria la consciencia para que el tacto afectivo produzca sus efectos. Y todo el estudio, para mí, apunta que el afecto –por lo menos en su manifestación táctil- ni siquiera es una necesidad psicobiológica, sino que es una necesidad estrictamente biológica y, por lo tanto, tan material como el comer o el sexo.
Enero de 2025