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¿Tienen los peces autoconciencia?

En los primeros meses de este año, PLOS Biology publicó los experimentos de M Kohda y colegas con una especie de pez limpiador, un lábrido que libra a otros peces mayores de piel muerta y ectoparásitos. Los experimentos consistían en marcar un pez con una mancha visible y observar su reacción ante un espejo. Los autores afirman que los peces así marcados frotaban la mancha contra la arena, lo cual, en experimentos con otros animales, se tiene como indicativo de autoconsciencia.

Experimentos así se han hecho con muchos animales, llegando a la conclusión provisional de que los simios, los elefantes indios o los delfines tienen autoconsciencia, mientras que otros animales, incluidos los primates no simios, no la tienen. El trabajo de Kohda y colegas parece que hace incoherente esta clasificación: si los monos y otros animales “superiores” no tienen autoconsciéncia, ¿cómo es que, al parecer, los peces, por lo menos los lábridos sí la tienen?

La misma revista, en su número de 7 de febrero publica una razonada y constructiva crítica de los experimentos de Kohda y colegas que alcanza también a las conclusiones de todos los estudios sobre la autoconsciencia que utilizan espejos y marcas. La firma Frans de Waal, un eminente primatólogo que ha realizado muchos experimentos de ese tipo.

En la base de todos los experimentos de este tipo hay la idea de que la autoconsciencia es un rasgo que los animales que responden a los experimentos tienen y que los que no responden no tienen, olvidando el dicho británico de que la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. En esta misma línea, se considera la autoconsciencia como un rasgo de todo o nada, que se tiene o no se tiene. Esto no es demasiado coherente con la filosofía darwinista de que los rasgos aparecen gradualmente, presentándose en grados distintos a lo largo de la evolución y entre especies afines.

De Waal refiere el diferente comportamiento ante los espejos de distintos primates. Los chimpancés se comportan y usan los espejos (por ejemplo, las gafas de sol del primatólogo) de manera similar a como lo hacemos los humanos, para verse los dientes, para ver lesiones en la parte trasera del cuerpo, para acicalarse, para inspeccionarse la hinchazón anogenital (las hembras)... Esto hace totalmente innecesaria la prueba del espejo con ellos para confirmar que conectan su reflejo con su propio cuerpo. Con monos nunca ha observado un comportamiento espontáneo similar de autoinspección. Sin embargo, muchas especies no simias muestran una comprensión básica de los reflejos especulares, aprendiendo a usarlos como herramientas para ver cosas de otra manera invisibles y distinguiendo su propio reflejo de los de los extraños.

Para el primatólogo, la prueba de autorreconocimiento en el espejo debe ser aplicada solo cuando las reacciones sociales al espejo son sustituidas por conducta autodirigida, como por ejemplo para probar la relación entre los movimientos del sujeto y el reflejo del mismo en el espejo; deben usarse solo marcas visuales; y deben realizarse sin entrenamiento previo, como mínimo sin entrenamiento para respuestas de autorreconocimiento. Las pruebas más convincentes son las realizadas con animales que pueden llegar a los lugares de las marcas con manos, como los primates, trompas, como los elefantes, o cuellos flexibles, como muchas aves. Dado esto, se podría pensar que solo esos tipos de animales poseen autoconsciencia.

Los peces con los que han trabajado Kohda y colegas tienen una conducta social complicada y un sistema de toma de decisiones también sofisticado, estando bastante lejos de la opinión que se tiene sobre la conducta de los otros peces óseos. Las reacciones espontáneas de este lábrido ante el espejo son difíciles de interpretar y van desde nadar al revés hasta repeticiones de más de 400 veces al día de conductas atípicas. Pero, por inusuales que sean esas conductas, suponer que equivalen a exploraciones de la relación entre el yo y el reflejo es especulativo, como lo es hacer lo mismo en los estudios sobre la conducta repetitiva de la manta gigante frente al espejo en un experimento conocido, nos dice de Waal. También considera una interpretación demasiado generosa de la conducta del pez limpiador clasificar la reacción no táctil a la mancha como una autoinspección mediante el espejo

En los experimentos de Kohda, resultaba difícil determinar si los lábridos se miraban al espejo, pero se orientaban de tal manera que podían ver su lado marcado más frecuentemente que el lado no marcado. Lo que es más, los peces mostraban altas tasas de autorrascado con el sustrato especialmente en el cuello después de haber sido marcados en ese lugar, mientras que no mostraban esa conducta después de haber recibido una marca invisible o en ausencia de espejo. Kohda concluye que esta conducta es equivalente a la de los simios, los elefantes o los delfines. Pero los delfines, dice de Waal, han sido marcados en diversos puntos y muestran en los experimentos una conducta muy variada, a diferencia del pez limpiador, que muestra una conducta bastante estereotipada que también se puede interpretar como la que sigue cuando ve otro pez con un ectoparásito. Cierto, comenta de Waal, el autorrascado no es una conducta esperable en presencia de un pez con ectoparásitos, pero ¿es suficiente razón para concluir que el lábrido se reconoce en el espejo y no confunde su reflejo con otro individuo? Después de todo, la evidencia más fuerte sería una conducta nunca vista sin espejo, no una que es bastante habitual, un patrón de autorrascado en muchos peces sin hallarse en presencia de espejos.

Otro aspecto que cuestiona las conclusiones de Kohda es que las marcas fueron producidas mediante inyección subcutánea de un elastómero que produce color en la piel. La duda que se plantea aquí es si este método no produciría en los peces un dolor localizado que podría explicar el autorrascado. Se utilizaron controles sin color, pero no con color y sin inyección. De modo que había la posibilidad de que la coincidencia del dolor con la marca de color promoviera la reacción de los peces. Segúnel primatólogo, hay registros de experimentos con macacos en los que marcas visuales no producían reacción, pero sí cuando se les realizaban operaciones de implante en la cabeza. Menciona otros estudios con macacos que llevan a conclusiones similares: la asociación entre una marca visual y un dolor localizado estimula a estos monos a un comportamiento que no se produce solo con las marcas visuales o con la irritación localizada. En cambio, con los simios es suficiente la marca puramente visual. De lo que concluye de Waal que los lábridos de Kohda pueden tener un comportamiento de autoconsciencia al nivel del de los macacos, pero no al de los simios, los elefantes o los delfines.

Septiembre de 2019