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Un estudio que arroja (muy poca) luz sobre el cerebro de los primates (nosotros incluidos) o para ese viaje no hacían falta alforjas

El 12 de abril apareció en Cell Reports un artículo explicando una investigación hecha por un nutrido grupo de neurocientíficos y titulado “An evolutionary gap in primate default mode network organization”, que podría traducirse por “Una brecha evolutiva en la organización de la red de modo determinado entre primates”. Lo busqué, motivado por una noticia sobre el mismo en un diario, porque me pareció que podía ser muy interesante. Lo que se espera uno ante un título así es una comparación entre nuestro cerebro y el de los simios, que son los primates más cercanos a nosotros. Sin embargo, al empezar a leer, uno se da cuenta de que los primates estudiados no pueden estar más lejos de nosotros: se trata de macacos rhesus, titíes, y lémures cola de ratón. Nos separan, a nosotros y a los simios, respecto de estos tres primates decenas de millones de años de evolución, más cuando nos vamos desplazando de los macacos a los lémures, y pertenecen a familias distintas. Lo raro sería encontrar continuidad, especialmente en el cerebro, que en nuestra línea evolucionó a un ritmo acelerado, tanto en tamaño como en redes neuronales. Es como si se encontrara una brecha entre las patas de, por un lado, las focas y, por otro, los mapaches, los lobos y los leones.

Así, con escepticismo, empecé a leer el artículo, por si acaso. Y encontré que, aunque no tenía demasiado interés desde el punto de vista de la teoría evolutiva, tenía interés por sí mismo en la medida que ponía de manifiesto las diferencias en lo que podríamos llamar la circuitería cerebral entre, por un lado, esos tres primates no hominoideos y nosotros, y creo que, por extensión, entre ellos y los hominoideos, simios incluidos. Para otras investigaciones queda buscar las diferencias entre los simios y nosotros, que creo que no deben constituir brechas, sino grietas estrechas a lo sumo.

Firmado por diez investigadores, el artículo compara la red de modo determinado humana (en adelante DMN), que está activa cuando estamos en reposo y en estados cognitivos como el pensamiento autodirigido, y la considerada como equivalente en otros primates, que conecta áreas cerebrales consideradas homólogas.

En los humanos, la DMN involucra, entre otras áreas, el lóbulo parietal inferior (PG), la corteza temporal lateral y dos regiones centrales, la corteza cingulada posterior (PCC) y la corteza prefrontal medial (mPFC).

Fueron escaneados macacos, titíes y lémures, despiertos y anestesiados y se obtuvieron cuarenta imágenes de RMf de humanos en reposo y se estandarizaron para realizar su análisis estadístico.

El resumen de los resultados es el siguiente:

La DMN, tanto en su acción como en sus conexiones es más similar entre los tres primates no humanos que entre cualquiera de ellos y los humanos. Mientras que el PCC y el mPFC están involucrados en la DMN humana, estas estructuras se asociaron con dos redes distintas que tienen funciones distintas en los otros primates, en alto grado incompatibles con el reposo.

En un rasgo poco común, los autores exponen al final las limitaciones que le ven a su estudio.

Para mi, su interés no está tanto (aunque también) en la exposición de lo que a nivel cerebral nos hace distintos de esos otros primates como en que permite entender cómo, en el curso de la evolución, estructuras homólogas pueden cumplir funciones distintas. Pero aún me gustaría ver otro estudio del mismo tipo sobre las diferencias en la DMN entre nosotros y los simios.

El título referente a “poca luz”, “viajes y alforjas” no va por los autores del estudio, sino por el tratamiento que le dieron los periodistas. Pido mil disculpas a los autores. En el caso improbable de que lean esto y se sientan ofendidos.

Septiembre de 2022