La historia de la autoconciencia o el juego de la lotería

La visión tradicional (si descontamos el voluntariamente ignorante creacionismo) considera que la vida autoconsciente (hasta el punto de preguntarse por qué está aquí y otras difíciles cuestiones) llegó por una vía previsible: la superioridad en la lucha por la existencia. Es una visión que no sólo tienen los legos informados, sino también muchos científicos, particularmente paleoantropólogos.

Sin embargo, Stephen J. Gould, un eminente paleontólogo y biólogo norteamericano, sostiene algo muy distinto: nuestros antepasados han sido los ganadores, junto con otros, de una lotería cósmica. Y expone lo que supone que son los seis últimos sorteos. Si os gusta el juego, seguid leyendo.

Primer sorteo: perdió la fauna de Ediacara

Hace unos 700 millones de años, aparecieron, que se sepa, los primeros animales. Los paleontólogos han encontrado sus fósiles. Constituyen lo que ellos llaman la fauna de Ediacara y una serie de huellas. La fauna de Ediacara está constituida por una serie de formas como fibras, cintas, láminas y tortas. Dolf Seilacher (aunque otros no están de acuerdo con él y clasifican esos animales en tipos conocidos) opina que se trata de un experimento evolutivo alternativo al nuestro, con una forma radicalmente distinta de resolver el grave problema del aumentar la superficie (los seres vivos intercambian materiales con el entorno a través de superficies) a un ritmo acorde con el aumento de volumen. Los animales que conocemos lo hemos resuelto dotándonos de superficies internas. Los ediacarenses, según Seilacher, lo habrían hecho aplanándose de forma que ninguna parte de su cuerpo estuviese demasiado alejada del medio.

Además de esa fauna, están las huellas. Éstas parecen haber sido hechas por animales convencionales, gusanos, concretamente.

Si Seilacher tiene razón, y creo que así es, en el caso de que esos animales (los ediacarenses) no se hubieran extinguido y sí los que dejaron las huellas, nunca hubieran aparecido animales grandes de estructura compleja, prerrequisito fundamental, que se sepa, para que aparezca la autoconciencia, por lo menos en la Tierra.

La clave para considerar esto un sorteo (a cara o cruz, concretamente) está en que ningún biólogo ni ningún ingeniero podría decirnos cuál de las dos formas de resolver el problema del desfase entre volumen y superficie es mejor que la otra, ni, por lo tanto, si hubiese vivido en la época ediacarense, podría haber predicho que los animales convencionales representaban el futuro.

Segundo sorteo: los convencionales, agraciados

El siguiente período clave es la primera parte del Cámbrico, el Tomotiense. De ese momento data un conjunto de fósiles, la llamada fauna tomotiense o, más familiarmente, la pequeña fauna de conchas. Se trata de pequeñas estructuras (no más de 3 mm) parecidas a tubos, espinas, conos o placas, cuyas afinidades zoológicas son desconocidas. Tal vez se trate de piezas y fragmentos de conchas poco desarrolladas que cubrieron cuerpos familiares. Pero Rozanov, el mayor experto mundial en ese conjunto, opina que estamos viendo la aparición de numerosos nuevos taxones (los grupos de clasificación) de nivel elevado (tipos, el nivel siguiente al reino) que se extinguieron rápidamente.

En ausencia de un conocimiento suficiente de los medios en que vivieron las especies que constituyeron esos grupos, nadie puede poner la mano en el fuego para afirmar que eran inferiores.

Tercer sorteo: el señor Pikaia se niega a recibir a la prensa

El episodio siguiente cuenta con la fauna de Burgess Shale, también de principios del Cámbrico (cuyo inicio coincide con la primera aparición de animales con partes duras). Se trata de un conjunto que su descubridor, Charles Walcott, tal vez el paleontólogo más prestigioso (en los ambientes científicos y en los políticos) de su tiempo, interpretó como representativa de todos los tipos actuales, excepto el nuestro, los Cordados. Pero Simon Conway Morris, Harry Withigton y Derek Briggs, que pudieron estudiarla concienzudamente, concluyeron que estaba constituida por una gran variedad de tipos, la mayoría desconocidos y con aspecto de sueños de aficionados a la ciencia-ficción (ConWay Morris bautizó uno de ellos como Hallucigenia). Sólo encontraron un antepasado de nuestro tipo, Pikaia, al que Walcott había confundido con un anélido (el tipo de las lombrices de tierra y las sanguijuelas). Seguramente habría más en la época, pero no se han encontrado y Pikaia es más bien raro.

El caso es que nuevamente ningún biólogo ni ningún ingeniero hipotético del Cámbrico habrían sido capaces de predecir cuáles de estos tipos iban a sobrevivir a la extinción (Conway Morris los ha descrito como excelentemente adaptados a sus supuestos ambientes). Y, lo que es más, muchos habrían apostado a que Pikaia y sus contípicos no iban a resultar premiados, dada su rareza.

Cuarto sorteo: los vertebrados terrestres se llevan el gordo

La anatomía de los peces, con un esqueleto de la aleta constituido por un eje basal paralelo al del cuerpo, con numerosos radios perpendiculares a él y paralelos entre sí, no permite una fácil transición hacia las robustas patas que se requieren para sostenerse en tierra contra la gravedad. Sólo un grupo muy restringido, el conjunto pez pulmonado, celacanto-ripidistio, tiene un fuerte eje central perpendicular al cuerpo y del que irradian numerosas ramas laterales. Tal vez esta estructura evolucionase en respuesta a la necesidad de moverse por el fondo, ayudando a la propulsión apoyándose en él, no se sabe en absoluto. Pero fueran cuales fueran las ventajas de esta estructura, desde luego no surgió para un futuro desplazamiento en tierra firme.

¿Habría señalado un observador del Devónico, la era de los peces, a estos peces, los ripidistios, tan poco comunes entonces como ahora como precursores de un éxito tan rotundo en un ambiente tan diferente? ¿Habría evolucionado algo parecido a los mamíferos sin los ripidistios? ¿O más bien la tierra firme sería el dominio de plantas con flores e insectos?

Quinto sorteo: el de Navidad

Éste es el que más se parece a nuestra lotería nacional. Hace 65 millones de años, un asteroide o un cometa cayó en lo que hoy es el mar frente a Yucatán. Además del cráter, tenemos la capa enriquecida en iridio en el límite Cretácico Terciario, descubierta por Luis Álvarez, como recuerdo. Millones de toneladas de hollín y polvo oscurecieron la Tierra durante años, con, entro otras muchas extinciones en tierra y mar, la extinción de los dinosaurios como consecuencia.

Los dinosaurios habían dominado la tierra durante cien millones de años. Los mamíferos, coetáneos suyos, se habían limitado a ser pequeños y tímidos animales nocturnos que malvivían en los resquicios de ese mundo reptiliano. No se extinguieron, tal vez por ser nocturnos y alimentarse de insectos y semillas duraderas, tal vez por otras razones.

Si los dinosaurios, cuya estructura reptiliana parece poco propicia para dar lugar a animales autoconscientes, no se hubieran extinguido y hubiesen durado otros 65 millones de años (¿y por qué no, si habían durado ya cien y no parece que estuviesen muy decaídos en el momento del impacto?) nosotros aún seríamos pequeños, peludos y tímidos animalillos nocturnos, cuyo pequeñísimo cerebro (hay un límite absoluto al tamaño de un cerebro constituido por células para que pueda ser autoconsciente) sería tan autoconsciente como el de una musaraña.

Sexto sorteo: los neandertales pierden su dinero

El Homo antecessor, descubierto por Arsuaga en Atapuerca, parece ser que es el padre de los neandertales y nuestro. Las primeras generaciones de nuestra especie vivieron al mismo tiempo que los neandertales. Éstos, los verdaderos europeos, eran muy inteligentes, a juzgar por los utensilios, armas y refugios que fabricaban y construían. Incluso hay paleontólogos, como el mismo Arsuaga, que creen que tenían lenguaje articulado (aunque con menos vocales que nosotros). Pero nunca tuvieron arte (fuera de burdos collares de cuentas y otros adornos similares) ni matemáticas.

Cosas que sí crearon los miembros primitivos de nuestra especie, ahí tenéis las cuevas de Altamira y las muescas y figuras esquemáticas en trozos de hueso y de cuerno que la mayoría interpreta como calendario. Sólo nuestra especie, por lo tanto, ha llegado a una autoconciencia cualitativamente superior a la que parecen tener los chimpancés y los gorilas.

La pregunta es: y si nos hubiéramos extinguido nosotros en el África natal y hubieran sobrevivido los neandertales, ¿habría ahora algún ser autoconsciente en la Tierra? No hubiera sido imposible, otros humanos se extinguieron, pese a haber sido capaces de salir de África colonizando otros continentes. Me refiero al Homo erectus, cuya existencia parece que se solapó por un tiempo con la nuestra y con la de los neandertales, sin que su extinción, a diferencia de la de los neandertales, parezca ser debida a nosotros.

De ser cierto todo esto, y creo que lo es, sólo caben dos actitudes: o ser un poco más modestos y dejar de considerarnos la culminación de la evolución, o, los que sean creyentes de una de las religiones del Libro (otras religiones no consideran a los humanos el resultado de un proyecto divino especial), dar gracias continuamente a Dios, Alá o Yahvé por haber trucado la lotería.

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete


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