Julio Loras Zaera

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Profesor Francho de Fortanete A la luz de la ciencia. Biología y asuntos humanos

Dije en otro artículo que, si bien la teoría de Darwin estrictamente referida a la descendencia de unas especies de otras y a su origen común fue rápidamente aceptada en su tiempo, la que se refería al mecanismo de la evolución, a la selección natural, no lo fue. Hubo razones ideológicas, como mencioné en el artículo citado, pero también las hubo puramente científicas.

La teoría de la selección natural tuvo que competir muy duramente y durante mucho tiempo con otros tres tipos de teorías que solían gozar de más favor:

1.- La herencia de los caracteres adquiridos, que suele asociarse con Lamarck, aunque la atribución es incorrecta, por lo que sus defensores son conocidos como lamarckianos o neolamarckianos. Este tipo de teorías postula que, como resultado de la actividad del organismo, éste se modifica adaptándose a su ambiente y las modificaciones así adquiridas pasan a la descendencia. Es un mecanismo muy sencillo, de un solo paso, a diferencia del postulado por Darwin, que requiere de dos pasos sucesivos: en primer lugar, variación al azar y en segundo lugar, selección por el ambiente. En ausencia de conocimientos sólidos sobre la herencia, cualquier científico preferiría las explicaciones lamarckianas a las darwinistas. La herencia de los caracteres adquiridos no fue refutada, como se suele decir, por experimentos de mutilación de organismos durante varias generaciones sin que las generaciones subsiguientes nacieran mutiladas. Eso no refuta el lamarckismo, puesto que éste se refiere a rasgos adquiridos por la actividad del propio organismo.

La primera refutación del lamarckismo vino de la mano de los estudios de August Weissman sobre el desarrollo de los insectos. Weisman observó que el primer paso era la división del núcleo del huevo en varios núcleos que se situaban, sin estar separados por membranas, en la periferia del embrión. Luego, los situados en uno de los extremos se rodeaban de membranas que los separaban del resto. Estas pocas células eran las que llegarían a originar todas las células sexuales. Weissman llamó a estas células y a su descendencia germoplasma y al resto, soma, señalando que soma y germoplasma estaban aislados, con lo que mal podía influir lo que sucediera al primero, que daría lugar al cuerpo, al segundo y, por lo tanto, a la descendencia. Esto fue un golpe definitivo, del que ya no se recuperó, al lamarckismo. Lo irónico del caso es que, como se vio más tarde, en las plantas y en muchos animales no se da esa separación entre soma y germoplasma, pudiendo todas las células dar origen a células sexuales. La refutación verdaderamente definitiva vino muchísimo más tarde, de la mano del modelo de Watson y Crick del ADN y el llamado "dogma central de la biología molecular": la información no puede ir de las proteínas al ADN (las proteínas construyen el cuerpo, el ADN es la molécula de la herencia). Pero ya hacía mucho tiempo que el lamarckismo estaba muerto.

2.- El mutacionismo, teoría que afirmaba que las nuevas especies se originan en un único individuo mutante cualitativamente distinto de sus conespecíficos. Darwin había combatido esta teoría afirmando que las grandes mutaciones únicas no tenían posibilidad de extenderse, a diferencia de las pequeñas variaciones recurrentes, porque se diluirían (en la época gozaba de favor la idea de la herencia mezclada) al cruzarse sus portadores con sus conespecíficos y, siendo rarísimas, la dilución no podría compensarse con la recurrencia. William Bateson fue el más famoso mutacionista. Al redescubrirse en 1900 las leyes de Mendel, las teorías mutacionistas volvieron a ganar mucha fuerza. Mendel había estudiado en sus guisantes caracteres cualitativamente distintos y había mostrado que los genes no se diluían al unirse a otros, quedando libres en el momento de la fecundación. Además, se observaron unos pocos casos de aparición de nuevas especies a partir de un único individuo.

La refutación de este tipo de teorías vino de la mano de genetistas que supieron explicar la variación de caracteres puramente cuantitativos –distintos, a primera vista, de los que había estudiado Mendel- por la acción de muchos genes de efectos pequeños y acumulativos. Por lo tanto, los caracteres cuantitativos, que los mutacionistas afirmaban que eran meramente debidos al ambiente y por lo tanto no transmisibles a la descendencia, podían heredarse de la misma forma que los cualitativos. En cuanto a las nuevas especies surgidas de un único individuo, se trataba de plantas que se autofecundaban y las mutaciones en cuestión se vio que eran multiplicaciones de la dotación cromosómica completa (poliploidismo).

3.- La ortogénesis, que postula que el mecanismo del cambio evolutivo es la tendencia intrínseca de los programas genéticos y de desarrollo a variar preferentemente en un sentido. Sus defensores, como Charles Otis Whitman, el mayor biólogo norteamericano de finales del siglo XIX y principios del XX, consideraban que, así como el desarrollo de los organismos sigue unas rutas bien determinadas, lo mismo debía suceder en la filogenia. Los ortogenistas realizaron estudios impecables con cruzamientos y con embriones y eran tan enemigos de la teleología(*), pese a lo que hoy suelen decir los manuales de biología, como los darwinistas. Simplemente, en su tiempo, los programas genéticos eran un misterio y su interpretación de los hechos era perfectamente defendible.

Creo que el golpe definitivo a la ortogénesis vino de la mano del genetista Thomas H. Morgan, que, utilizando radiaciones y productos químicos consiguió altas frecuencias de mutaciones en la mosca del vinagre. Esto permitió concluir que no había direcciones preferentes de mutación.

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

* Teleología: Es la doctrina de la finalidad, de las causas finales y, particularmente, la explicación de la realidad natural a partir de estas causas.

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