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Julio Loras Zaera

En la primera mitad del siglo pasado era corriente entre los antropólogos negar todo crédito a los relatos de viajeros, misioneros y soldados que desde por lo menos el siglo XVI hablaban de pueblos caníbales, tachándolos de mentiras dichas con la intención de negar la humanidad a otros pueblos para así mejor dominarlos. La investigación entre los foré de Papúa-Nueva Guinea por parte de Gadjusek, que recibió el premio Nobel de Medicina por ella, explicó una rara enfermedad conocida como kuru o enfermedad de la risa como debida a un "virus lento" –hoy se conoce como prión- que se trasmitía por el consumo del cerebro de los parientes muertos, práctica iniciada en 1920. El canibalismo, por lo tanto, existía, por lo menos entre los foré.

Los paleoantropólogos y los arqueólogos han hallado indicios sólidos de prácticas caníbales en el sudoeste de Norteamérica y en la Europa Neolítica y del Bronce. Se trata de huesos con marcas de instrumentos cortantes, semicarbonizados y rotos de forma que se les pudiese extraer el tuétano, aparecidos junto a huesos de animales tratados de la misma forma.

En cuanto a los primeros indicios de canibalismo en Europa, se han hallado en Atapuerca y pertenecen al Homo antecessor, nuestro antepasado y el de los neandertales. Huesos neandertales en Krapina, Vindija (Croacia), en Ardèche y en Moula-Guercy (Francia) también revelan prácticas caníbales. Y hay paleoantropólogos que creen que Australopithecus africanus y Homo erectus también recurrían a esas prácticas.

Con esa parentela, parece que lo que habría que explicar es el hecho de que no seamos caníbales. El antropólogo cultural Marvin Harris intentó darla, distinguiendo entre dos tipos de canibalismo: el consumo de cadáveres humanos obtenido de forma pacífica y el conseguido violentamente, En el primer caso, se trata siempre de ritos funerarios, puesto que no se sabe de ningún pueblo que comercie habitualmente con cadáveres. Era el tipo de canibalismo que los foré iniciaron en 1920. Harris lo explica así: la escasez de proteínas animales en su territorio, debida a una aceleración de los ciclos de tala-quema-horticultura, que afectaba más a las mujeres –es lo usual en las sociedades organizadas en aldeas cuando la caza escasea- provocó que éstas instaurasen el rito funerario de comerse a los parientes muertos. ¿Por qué no es algo corriente? Principalmente, porque entre los pueblos preindustriales, no se cree en la muerte natural y todas se atribuyen a maleficios. Con lo que quienes comiesen a sus muertos podrían ser acusados de tener interés en su muerte y de brujería, cosa muy peligrosa en esas sociedades.

El otro canibalismo, el violento, requiere una explicación distinta. Para empezar, cazar seres humanos no es buen negocio, puesto que el cazador puede resultar cazado. Por lo tanto, los costes de esa caza superan ampliamente a sus beneficios nutritivos.

Harris afirma que ni hay ni ha habido, por ello, sociedades que obtengan sus proteínas animales cazando seres humanos. Pero la relación costes-beneficios se invierte en el caso de la guerra: los cadáveres humanos son un subproducto que puede aportar raciones extra de dichas proteínas (la guerra no se hace con ese fin, sino con el de disminuir la presión sobre los recursos, en el caso de los pueblos organizados en bandas y aldeas o con el de la rapiña o el territorio, en los organizados en jefaturas y estados). Los prisioneros, que vivos sólo son bocas que alimentar en las sociedades no estatales, son útiles como carne y para los pueblos que han alcanzado el nivel de jefatura avanzada, que disponen de efectivos y organización suficientes para las expediciones a larga distancia y para evitar que el enemigo derrotado se reagrupe y contraataque, los enemigos muertos en la batalla sirven de raciones de combate. Estos tipos de canibalismo son a los que se refieren los relatos de misioneros, viajeros y soldados en la América del siglo XVI al XIX.

Las sociedades estatales tienen capacidad militar y organizativa superior a las jefaturas. ¿Por qué en ellas, con una sola excepción, comer carne humana es algo infinitamente repugnante, inhumano y sacrílego? No es, nos dice Harris, desgraciadamente, por una superioridad moral o religiosa. Las sociedades estatales han llevado la brutalidad de la guerra, que ya no respeta ni a los no combatientes, y la crueldad de la tortura –como señalaba Montaigne- a cotas nunca vistas. No, no se trata de superioridad moral o de civilización, sino de cosas mucho más prosaicas. La productividad del trabajo es decenas o cientos de veces superior en ellas a la de otros tipos de sociedad y tienen clases gobernantes cuyo poder y riqueza dependen del número de súbditos productores de excedentes. Por lo tanto, tienen interés en preservar las vidas de los vencidos. Y, dado que la tentación de comerse a los enemigos es grande, hay que inculcar a la gente un potentísimo tabú sobre toda la carne humana, incluso la de los muertos por otras causas.

Y ¿qué hay de la excepción? Se trata del imperio azteca. Pese a ser un estado, y un estado avanzado, en el impero azteca se dio un canibalismo religioso colectivo, masivo y muy frecuente. Hay quien prefiere explicaciones religiosas, simbólicas y sutiles, como las que daban ellos mismos. Harris, fiel a su prograqma de investigación materialista cultural, buscó otra mucho más a ras de tierra. Los aztecas no tenían animales domésticos ni siquiera medianos, en su imperio escaseaba la caza y tenían la costumbre de recoger los huevos de determinada mosca para comerlos. Harris dedujo de ello que los aztecas sufrían escasez de proteínas animales y, dado que los estados se legitiman dando cierto nivel de bienestar a sus súbditos, la ingestión de los numerosos prisioneros de sus continuas guerras era una alternativa nutricional para el pueblo y para la clase gobernante. También insinuó que ésa fue la causa de su fácil derrota a manos de Hernán Cortés que no tuvo ningún problema en encontrar numerosos aliados.


Este artículo, que, por excepción, trata de una ciencia más bien poco científica, es un homenaje a Marvin Harris, antropólogo que, en medio de una marea de hermenéuticos, simbolistas y meros transcriptores de las creencias de los pueblos, trató durante toda su carrera de encauzar la antropología cultural por las vías de las teorías contrastables. Marvin Harris murió el pasado 25 de octubre.

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

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