Profesor Francho de Fortanete

De un tiempo a esta parte están en auge una serie de terapias que dicen basarse en el efecto de los campos magnéticos en los procesos biológicos. Hay un antecedente remoto de estas terapias, el mesmerismo.

Mesmer fue un médico del siglo XVIII afincado en París que afirmaba que un fluido sutil llenaba el universo, fluido que se manifestaba en los fenómenos gravitacionales, eléctricos, magnéticos y otros. Ese fluido fluye a través de los organismos y puede llamarse magnetismo animal. La enfermedad se produciría al bloquearse su flujo, consistiendo la curación en el restablecimiento del mismo y la consiguiente restauración del equilibrio.

La curación requería la intervención de un “adepto” con magnetismo insólitamente fuerte que pudiera localizar los “polos” de flujo magnético en el exterior de un cuerpo y rompiera el bloqueo.

La terapia podía ejercerse con un solo paciente o con muchos a la vez. En el primer caso, Mesmer se sentaba frente al paciente manteniendo las rodillas del enfermo entre las suyas, tocaba sus dedos y le miraba directamente a la cara. Para los tratamientos multitudinarios, Mesmer magnetizó objetos para emplearlos como instrumentos de desbloqueo. Utilizaba una gran cuba llena de agua magnetizada (sea esto lo que sea). De ella salían unas varillas de metal. Un paciente asía una de esas varillas y la aplicaba a los polos mesméricos de su cuerpo, haciendo lo mismo otros pacientes situados cerca de la cuba. Se tendía una cuerda sin nudos desde los que rodeaban la cuba a los otros pacientes. A continuación, formaban una cadena sosteniendo cada uno el pulgar izquierdo de su vecino con su pulgar e índice derechos. Apretando el pulgar, enviaban impulsos magnéticos a lo largo de la cadena. Espejos, música y ayudantes creaban un clima propicio.

Los efectos podían ser espectaculares. A los pocos minutos, algunos pacientes empezaban a temblar, les castañeteaban los dientes, sufrían convulsiones y perdían el conocimiento.

El método terapéutico de Mesmer se hizo sumamente popular entre la flor y nata de la sociedad parisina. El rey, Luis XVI, queriendo saber a qué atenerse, hizo formar una comisión para investigar el fenómeno. La comisión la constituyeron varios científicos notables, entre los cuales los más eminentes eran Lavoisier, padre de la química, y Franklin, experto en la electricidad.

La comisión partió de una premisa básica: “El magnetismo animal bien pudiera existir sin ser útil, pero no puede ser útil si no existe”. Dado que no se conocían propiedades observables del fluido, la comisión intentó probar su existencia a través de sus efectos. De esos efectos, las curaciones no podían servir, puesto que muy diversos factores pueden producirlas, desde el tiempo hasta la remisión espontánea. De modo que se centraron en lo que era fácilmente observable y atribuible al método: las crisis.

Los miembros de la comisión empezaron por intentar magnetizarse a sí mismos, con la colaboración de un discípulo de Mesmer. Una vez por semana durante varias semanas y tres días seguidos en sesiones de dos horas y media tuvieron sesiones de mesmerismo, sin que notaran nada.

Para evitar la objeción de que ellos no estaban enfermos, reclutaron a siete personas enfermas de varias dolencias y siete personas de clase alta (se suponía que estas personas eran menos proclives a sufrir sugestión) y se las sometió a mesmerización. Sólo cinco de los catorce sujetos sufrieron convulsiones y de ellos sólo tres experimentaron verdaderas crisis. Para la comisión, las crisis podían ser provocadas bien por una acción física (el fluido), bien por sugestión.

Para seguir la investigación, los miembros de la comisión real experimentaron por separado la hipótesis de la acción física y la de la sugestión. Para separar los posibles efectos de la sugestión, hicieron que el discípulo aventajado de Mesmer magnetizara uno de los cinco árboles de su jardín. Un joven particularmente sensible a la magnetización, según el discípulo mesmerista, fue inducido a ir abrazando los árboles del jardín sucesivamente a indicación de los científicos. El joven dijo que la fuerza magnética aumentaba a cada árbol sucesivo, cayendo inconsciente al abrazar el cuarto, cuando el magnetizado era el quinto. Los mesmeristas restaron valor a este experimento, diciendo que naturalmente los árboles tenían cierto magnetismo, a lo que Lavoisier respondió que, si así fuese, no se podría pasear por un bosque sin sufrir crisis.

En otro experimento vendaron los ojos a una mujer a la que sentaron en una habitación e hicieron creer que Delon, el principal discípulo y magnetizador de Mesmer, estaba en la habitación contigua dirigiendo el fluido hacia ella. Delon no estaba, pero la mujer entró en una crisis típica.

En casa de Lavoisier se realizó otro experimento con varias tazas de agua, una de ellas muy magnetizada. Una mujer sensible que ya había experimentado una crisis en la antecámara de Lavoisier empezó a temblar al coger la segunda taza y a la cuarta sufrió una crisis completa. Cuando se recuperó y pidió agua, Lavoisier le pasó la taza con el líquido magnetizado. La mujer bebió tranquilamente y dijo que se encontraba muy bien.

Faltaba magnetizar sin sugestión. Sustituyeron una puerta entre dos habitaciones por un tabique de papel que, según los mesmeristas, no obstaculizaba el paso del fluido. Indujeron a una joven de sensibilidad particularmente aguda a sentarse cerca de la separación, al otro lado de la cual estaba un magnetizador experimentado. Éste intentó durante media hora llenar la habitación de la joven de fluido para inducirle una crisis. Sin embargo, durante todo ese tiempo la joven se comportó como si nada pasara, conversando alegremente. Cuando el magnetizador entró en la habitación, a los tres minutos la joven empezó a tener convulsiones y a los doce cayó en una crisis completa.

Dejo para los lectores las conclusiones que extrajo la comisión real de estos experimentos.

Agosto de 2018

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