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Este año se cumplen 150 años de la aparición de El origen de las especies, libro con el que Darwin, creador de la biología en su forma moderna y pensador revolucionario (aunque prudente y amable), dio a conocer su teoría de la evolución por selección natural y convenció a la mayoría del hecho de la evolución, aunque no del mecanismo que propuso para la misma, cuya aceptación total no llegaría hasta bien entrado el siglo XX.

Dada nuestra afición a las cifras redondas, se ha declarado 2009 como año Darwin. No creo que nadie discuta la oportunidad de la celebración, considerando su influencia indiscutible, tanto en el pensamiento científico actual como en muchas ideas de la mayoría de la gente en nuestro tiempo.

La ocasión me parece muy apropiada para decidirme a acabar con las largas “vacaciones” que se tomó el profesor Francho. Y voy a intentar una serie de artículos relacionado con Darwin y el darwinismo. Para este primero, he escogido comentar la primera traducción al español de La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, editada conjuntamente por Catarata, el CSIC, la UNAM y la Academia de Ciencias de México a finales del año pasado, con un gran sentido de la oportunidad.

Las obras de Darwin no son una miscelánea de textos sobre temas distintos, sino un todo coherente conducido por su teoría de la evolución. Desde su primera obra sobre los arrecifes (donde ilustra su metodología histórica ordenando como una secuencia un conjunto de fenómenos estableciendo la posibilidad de una serie temporal que los muestra como distintas fases de un mismo proceso) o su obra tardía sobre las lombrices (donde muestra el poder de los cambios pequeños e imperceptibles para alterar grandemente las formas del terreno si esos cambios se van sucediendo durante un largo período de tiempo), que algunos consideran erróneamente como una extravagancia senil, pasando por El origen del hombre (que es un tratado sobre la selección sexual como explicación de la aparición de caracteres aparentemente perjudiciales para la aptitud y llama la atención sobre el mecanismo último de la selección, esto es, la reproducción diferencial), su monografía sobre los percebes, que muchos consideran una faena de alivio para acceder al prestigio de naturalista profesional, o su libro sobre las orquídeas (obras que muestran en dos grupos distintos de especies cómo las partes de un organismo se pueden modificar hasta adquirir funciones que antes no tenían y, más profundamente, el carácter “chapucero” de la selección) hasta La expresión de las emociones en los animales y en el hombre (que documenta que la misma gradación que se da en los caracteres físicos también se da en la expresión de las emociones y que la selección también actúa en este ámbito).

La variación no se sale de esta norma y está compuesta, como los demás libros suyos, mediante una abrumadora masa de observaciones y experimentos, realizados por él mismo o por muchos otros naturalistas y criadores, observaciones y experimentos cuidadosamente evaluados sin ocultar sus dudas e ignorancias, junto con una potente argumentación teórica.

La primera parte del libro está dedicada a los hechos, aunque no faltan consideraciones teóricas, mientras que la segunda se consagra a la teoría, siempre acompañada de apoyos factuales.

Aunque trata, a primera vista, de los animales y las plantas domésticos, el lector mínimamente avisado descubrirá que es una larga argumentación a favor de su teoría de la selección natural y de su premisa de que la variabilidad constituye la materia prima de la evolución, pero la selección es su artífice.

La masa de hechos que presenta apunta toda a que los animales y las plantas domésticos varían mucho individualmente y en direcciones que nada tienen que ver con los proyectos de sus criadores, que las variaciones entre razas y variedades se pueden casi siempre conectar mediante series de razas y variedades intermedias o rastreando su historia, que cuando esa gradación no se encuentra es porque las variedades o razas intermedias se han extinguido, que las razas y variedades pueden ordenarse en clasificaciones jerárquicas como las especies. Atribuye la mayor parte de las diferencias entre razas o variedades a la selección con criterios divergentes, discutiendo todas las alternativas que se ofrecían en su tiempo, como la acción de las condiciones de vida y sus cambios, el uso y el desuso, los cruzamientos, etc. Aunque se muestra dispuesto a reconocer que en algunos casos esas alternativas pueden ser válidas, plantea muchas dudas y opiniones encontradas de autoridades, incluso contradictorias en un mismo autor y atribuye la mayor parte de la variación a la selección.

Discute largamente un tema que le preocupaba mucho, a saber, la esterilidad de los cruzamientos entre especies y la fecundidad de la mayoría de cruzamientos entre razas o variedades de la misma especie. En cuanto al primer tipo de cruzamientos, señala que la esterilidad no es siempre absoluta. El problema era aún más complicado por la creencia, que Darwin compartía, en que algunas especies domésticas descienden de más de una especie salvaje o silvestre, creencia que en todos los casos que se han investigado a fondo con las modernas herramientas de la biología molecular ha sido rebatida (por ejemplo, en el caso del perro, que Darwin creía que descendía de varias especies de cánidos, se ha demostrado que desciende de una única especie, el lobo) y le deja perplejo el hecho de que lo que él llama “cruzamientos demasiado cerrados” durante varias generaciones suela producir descendencia más o menos estéril y con debilidad constitucional y que esos efectos deletéreos se evitan realizando cruzamientos ocasionales con individuos no emparentados. Estos hechos eran difíciles, imposibles, de explicar con las teorías entonces disponibles sobre la herencia, aunque él intentó denodadamente explicarlos, sin quedar satisfecho realmente. Su teoría de la pangénesis, hoy una mera curiosidad excéntrica, intentaba explicar no sólo estos hechos, sino también las causas de la variación. Reconocía su inverificabilidad, pero se agarró a esa teoría, a mi parecer con buen criterio, porque daba unidad y coherencia, como la había dado su teoría evolutiva a los hechos de la clasificación, la biogeografía, la anatomía comparada, la adaptación, a una multitud de hechos dispares que expone y porque creía que era preferible tener una teoría que no tener ninguna, por lo menos para que quien discrepara de ella, con su refutación, sentara las bases de una teoría más adecuada.

Aunque la teoría de la pangénesis aparece al final del libro, la verdadera finalidad del mismo es la defensa de la selección como fuerza creadora de la evolución, para la cual la variabilidad, una variabilidad más frecuentemente pequeña, recurrente y no relacionada con la adaptación que grande, esporádica y dirigida preferentemente a la adaptación, es la materia prima. Esto era muy importante para él, puesto que si las variaciones más frecuentes fueran del segundo tipo, la selección natural no tendría ningún papel importante en la evolución. De hecho, sus contrarios no negabanla existencia de la selección natural, reconociéndole todos, o la mayoría, algún papel, pero la consideraban un mero ejecutor de los menos aptos, originándose los más aptos por otras causas. Para Darwin, y ése fue uno de sus mayores méritos, la selección no se limitaba a eliminar las variaciones de menor aptitud, sino que mediante la reproducción diferencial favorecía a los más aptos. Y en el libro da una imagen que a mí me parece muy poderosa, comparando la selección natural con un arquitecto que aprovecha un gran montón de piedras tal como las encuentra para construir un bello edificio, colocando cada una en el lugar más adecuado. Y pregunta si a alguien se le ocurriría pensar que las causas de la forma de cada piedra (ya que no cree que la variación se deba al azar, sino que cada una tiene unas causas definidas) son las causas del edificio.

Darwin, así lo dice varias veces en el libro, quería escribir otro sobre el mismo tema en los organismos salvajes. No lo hizo, pero no dudo que si hubiera tenido tiempo de escribirlo se habría convencido de que la opinión de sus contemporáneos, que compartía, de que las especies salvajes varían menos que las domésticas era errónea. Decenas de naturalistas posteriores han estudiado decenas de especies salvajes y refutado esa idea. No dudo que Darwin habría pensado lo mismo después de su estudio, no porque los hechos “desnudos” que habría descubierto le hubiesen convencido, sino porque su punto de vista, su teoría, le habría hecho enfocar el estudio con unas gafas poblacionales, es decir, con un punto de vista poblacional, considerando cada especie como un conjunto de individuos distintos, predisponiéndole a apreciar sus diferencias, en contra del enfoque tradicional (y que siguió dominando mucho tiempo después de su muerte) que definía una especie por un espécimen único y distinguía entre rasgos importantes y no importantes en un círculo vicioso sin salida (se consideraban importantes los rasgos que menos variaban y se definían las especies por esos rasgos). Darwin había roto con esa tradición y consideraba las especies por su rango de variación en cualquier rasgo, ya que la selección natural, a su entender, escrutaba cada rasgo en tanto en cuanto tuviera algún efecto en la aptitud en cada momento determinado.

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