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En un artículo de hace bastante tiempo hablé del término exaptación que el paleontólogo Stephen J. Gould, ya fallecido, había propuesto para sustituir el de preadaptación. Su argumento era que preadaptación hacía pensar en algo contrario a la teoría evolutiva darwinista. Ésta afirma que los organismos se adaptan en cada momento a los ambientes locales en que viven, por la mayor supervivencia y reproducción de los que presentan características más adecuadas para desenvolverse en esos ambientes. En consecuencia, siguen al ambiente y no puede haber adaptación a ambientes futuros, por definición impredecibles. El término preadaptación se refiere a características desarrolladas en la adaptación a un ambiente que resultan ser útiles en otro posterior. La definición está clara, pero el término sugiere que los organismos pueden prever ambientes futuros y adaptarse a ellos antes de experimentarlos.

Eso no gustaba a Gould, porque, aunque el término estaba claro para los profesionales, creaba confusión en los profanos que se interesaban por la paleontología y por la biología evolutiva. De modo que propuso seriamente sustituirlo por exaptación. Él y Elisabeth S. Vrba ampliaron después la idea. Propusieron llamar aptaciones a las características de los organismos que les convertían en máquinas de supervivencia y reproducción idóneas para su ambiente, lo que antes se conocía como adaptaciones. y reservaron el término adaptación para aquellas características desarrolladas directamente en respuesta a determinados entornos locales. A las características, y aquí viene la ampliación, desarrolladas como adaptaciones a ambientes anteriores o de otra manera (por correlaciones del crecimiento, por constricciones del desarrollo, etc.) y que posteriormente resultaban útiles en otros ambientes las llamaron exaptaciones.

En el artículo al que he aludido al principio, decía que la propuesta había tenido poco éxito, como lamentaba Gould. Sin embargo, en un artículo publicado en la revista de divulgación Investigación y ciencia de febrero de 2005, firmado por los paleontólogos David M. Alba, Salvador Moyá (el que propuso el bipedismo de Oreopithecus, un simio no emparentado con los homínidos) y Meike Köhler, se hace una buena aplicación de esta idea.

Los autores plantean la cuestión de si la mano humana es una adaptación para el uso y construcción de herramientas o es una exaptación, el resultado feliz de una característica que se desarrolló antes de que hubiese una presión selectiva para esta tarea. Los autores empiezan diciendo que no es fácil saber, en paleontología, cuándo se encuentra uno ante una adaptación o ante una exaptación, porque no se puede observar de modo directo la función de una estructura, que debe inferirse partiendo de la forma.

Para aceptar una hipótesis de adaptación, nos dicen, se requiere, como mínimo, una coincidencia histórica: si la aparición de una presión selectiva que favorezca la nueva función y de la nueva forma no coinciden, debemos hablar de exaptación.

Entre las características de la mano humana, siguen, que facilitan la manipulación de útiles destacan las proporciones, particularmente la gran longitud del pulgar respecto a la longitud total de la mano. Esas proporciones resultan esenciales para realizar la “pinza de precisión de tipo humano”. Para los primates son posibles dos tipos de pinza: la de precisión, mediante la cual sujetan los objetos entre el pulgar y uno o más de los otros dedos, y la de fuerza, con la cual sujetan los objetos entre la palma y los otros dedos, sirviendo el pulgar de mero soporte. Sin embargo, sólo los humanos realizamos un tipo particular de pinza de precisión, la pinza “yema con yema”, en la que el objeto se sujeta con las yemas del pulgar y uno o varios de los otros dedos. Los grandes antropomorfos no pueden realizarla por la poca longitud del pulgar con respecto al resto de los dedos.

La fabricación de instrumentos de piedra y de instrumentos para hacer otros instrumentos es exclusiva de los humanos. Varios antropólogos lo achacan a la pinza de precisión yema con yema. De hecho, Randall L. Susman erige las proporciones de la mano humana en criterio de fabricación de instrumentos, lo que significa que entiende que la mano humana es una adaptación a esa tarea, es decir, que esas proporciones surgieron por la presión selectiva de la fabricación de instrumentos líticos.

Los autores se sumergen en el registro fósil para ver si se verifica el criterio de concordancia histórica, intentando averiguar cuándo evolucionaron esas proporciones y si ese momento coincide con el de aparición de instrumentos en el registro fósil. Éste indica que las industrias líticas más antiguas documentadas datan de hace 2,5 millones de años. Por la escasez de huesos de la mano de humanos fósiles, no se ha podido documentar la transición desde la mano simiesca a la mano humana. Pero tenemos los restos de la mano de Australopithecus afarensis desenterrados en un yacimiento etíope. Los metacarpianos (los huesos de la palma) y las falanges pertenecen a varios individuos mezclados. Alba, Moyá y Köhler reconstruyeron dos manos parciales, la izquierda y la derecha, atribuidas al mismo individuo. Combinando los huesos de la derecha y de la izquierda, se consigue una reconstrucción a la que sólo le falta la falange media del cuarto dedo, lo que les permitió compararla con humanos modernos y grandes antropomorfos actuales.

El supuesto de que los huesos seleccionados pertenecen al mismo individuo y los descartados no, se basó en la compatibilidad de tamaños y en la estrecha congruencia entre las facetas de las articulaciones. La demostración aportada por ellos fue estadística. Analizaron, además de los dedos de la mano compuesta del afarensis, una serie de manos quiméricas de humanos y de grandes simios, quimeras generadas de manera aleatoria, por mezcla de huesos de varios individuos. Compararon la mano del afarensis con las de humanos, chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes.

En las proporciones globales de la mano, el afarensis resultó más cercano a los humanos que a los simios, aunque con diferencias estadísticamente significativas respecto a los humanos, interpretadas como debidas a la pertenencia a géneros distintos. Por lo que se refiere al tamaño relativo del pulgar, el afarensis también se acercaba más a los humanos que a los simios. Hay que decir que el “alargamiento” relativo del pulgar humano se debe más bien al acortamiento del resto de la mano, y lo mismo sucede con el afarensis.

Y ahora, lo que interesa: el afarensis precede en un millón de años a los primeros restos arqueológicos de industria lítica, lo que refuta la tesis de Susman, puesto que no se da concordancia entre la aparición de las proporciones humanas de la mano y la aparición de esa industria. A lo que parece, la fabricación de instrumentos de piedra habría favorecido pequeños reajustes en las proporciones de que hablamos, pero no habría sido el factor que determinara su aparición. Lo que significa que las proporciones de la mano humana no son una adaptación a la fabricación de instrumentos líticos, sino una exaptación surgida por otras razones. Esto tiene consecuencias importantes: en el estudio del origen de la mano humana, so pena de caer en un razonamiento circular, hay que considerar otras actividades llevadas a cabo por ciertos homínidos en contextos no locomotores y que implican una manipulación compleja.