Julio Loras Zaera

fortanete

Profesor Francho de Fortanete A la luz de la ciencia. Biología y asuntos humanos

Entre las muchas causas a las que se ha atribuido la extinción de los dinosaurios, tres han llamado poderosamente la atención de los medios de comunicación por la fascinación que ejercen sus tipos: drogas, sexo y catástrofes.

En los años setenta, un psiquiatra que había estudiado el consumo de drogas por diversas especies animales, propuso muy seriamente que los dinosaurios se habían extinguido debido a la evolución de las plantas angiospermas, que producen alcaloides basados en aminoácidos que la mayoría de los mamíferos evitan por su amargura. Los dinosaurios no podrían distinguir su sabor y sus hígados serían incapaces de detoxificar los alcaloides, muriendo de sobredosis. Las posturas distorsionadas en que se encuentran sus fósiles se deberían a la agonía. Esta propuesta no tiene nada de científica, puesto que ¿cómo determinar si los dinosaurios distinguían el sabor amargo o no?, ¿cómo discernir la capacidad de detoxificación de su hígado? En cuanto a la postura de los fósiles, un poco de geología y de tafonomía hubiera dicho a nuestro psiquiatra metido a científico que los músculos se contraen después de la muerte y que la acumulación de sedimentos y las subidas y bajadas de los estratos por los movimientos tectónicos son suficientes para distorsionar cualquier postura.

Más base tenía la propuesta del paleontólogo Cowles en los años 40, basada al menos en la extrapolación de un estudio serio con reptiles actuales. Dicho estudio, firmado por Colbert, Cowles y Bogert pretendía evaluar estudiando caimanes modernos la capacidad de regular la temperatura corporal por parte de los grandes dinosaurios. Expusieron al sol y al frío caimanes de diversos tamaños. Un caimán de 50 gramos aumentaba, al sol, su temperatura corporal en un grado cada minuto y medio. Uno de 13 kg experimentaba el mismo incremento en siete minutos y medio. Extrapolando a los grandes dinosaurios, calcularon que éstos aumentarían un grado su temperatura en 86 horas. Suponiendo que los grandes dinosaurios vivían cerca de su óptimo de temperatura, Cowles, en una inferencia no autorizada por los otros dos coautores, defendió que hubo un aumento gradual de temperatura hasta llegar a ser superior a la tolerancia óptima de esos dinosaurios, los cuales, al no poder disipar el calor con suficiente rapidez resultaron esterilizados (los testículos tienen un estrecho margen de temperatura para su funcionamiento; los de los mamíferos son externos porque no pueden funcionar a la alta temperatura de su cuerpo).

Aunque basada en un estudio serio, esta propuesta tampoco tiene nada de científica (lo que no quiere decir que tenga que ser falsa), porque ¿Cómo saber la temperatura óptima para los dinosaurios? ¿Cómo saber si no podían evitar el aumento de temperatura poniéndose a la sombra o refugiándose en cuevas? ¿Cómo determinar a qué temperatura dejaban de funcionar sus testículos? ¿Cómo saber si hizo suficiente calor para elevar sus temperaturas corporales? Aunque tiene la ventaja sobre la del ingenioso psiquiatra de que tiene en cuenta que la extinción de los dinosaurios es parte de una extinción mucho mayor que incluyó a una gran parte de las especies existentes: el calentamiento pudo perjudicar a esas otras familias.

Ninguna de estas dos propuestas, formuladas con la mayor seriedad, motivó ninguna investigación ulterior. ¿Qué podían hacer los científicos con ellas?

En 1979, el equipo de Luis y Walter Alvarez -físico y geólogo, respectivamente, además de padre e hijo- encontró en Gubbio (Italia) una capa de arcilla de un centímetro de grosor con una abundancia de iridio superior al que se podría explicar por la caída normal de material extraterrestre. Dicha capa estaba en el límite Cretácico-Terciario, que marca la desaparición de los dinosaurios y de una gran cantidad de órdenes y familias terrestres y marinas, hace 65 millones de años. Inmediatamente relacionaron ambas cosas y formularon la hipótesis de que un asteroide o un cometa de entre 10 y 14 km de diámetro chocó en esa época contra la Tierra produciendo una explosión que superaba en muchas veces el poder de todos los arsenales nucleares, enviando a la atmósfera del orden de las decenas de miles de kilómetros cúbicos de materiales y poniendo en órbita del orden de los 2000 kilómetros cúbicos de esos materiales. Esos materiales, junto con las cenizas y el hollín de los dantescos incendios provocados oscurecerían la atmósfera durante meses haciendo cesar la fotosíntesis. Otra consecuencia del oscurecimiento sería el descenso de las temperaturas por debajo del punto de congelación durante mucho tiempo. También habría tsunamis que devastarían las zonas bajas de los continentes y un terremoto de grado 13 -un millón de veces más devastador que el más devastador en la historia humana- y envío a la atmósfera de cenizas y dióxidos de carbono y de azufre. Una catástrofe que sólo superarían algunos grupos como los mamíferos o las plantas capaces de perdurar en forma de semillas.

Sólo unos pocos paleontólogos dieron la bienvenida a la hipótesis de los Alvarez. La inmensa mayoría prefería acudir a causas terrestres como un período largo de vulcanismo intenso que llevaría a la extinción gradual de todas aquellas especies. Los Alvarez y quienes aplaudieron con entusiasmo su idea se apresuraron a hacerles frente. En primer lugar, se lanzaron a buscar iridio en el límite Cretácico-Terciario en todo el mundo, con el resultado de que hoy ya se ha encontrado en más de cien yacimientos repartidos por todo el mundo. También buscaron hollines y cenizas, sabiéndose en la actualidad que su presencia en ese límite es un millón de veces superior a la normal. Buscaron otros indicios de impacto en deformaciones de las rocas y de la vida vegetal fósil conocidas como microesférulas, en la presencia de cuarzo con huellas de choque, y los hallaron. Los partidarios del vulcanismo contraatacaron diciendo que muchas de las cosas que ellos consideraban indicios de un impacto extraterrestre, como el cuarzo con huellas de choque, podía producirlos el vulcanismo, aunque la verdad es que el vulcanismo puede deformar el cuarzo en una dirección, pero no en muchas, como sucede con el que aportaban los partidarios del impacto.

El mismo año que los Alvarez dieron a conocer su hipótesis, científicos al servicio de una compañía petrolera encontraron frente a Yucatán una estructura circular de 180 km de diámetro, descubrimiento confirmado en 1991. Ésa podía ser la pistola humeante, que hoy se llama cráter Chicxulubo. Los partidarios del impacto, además, afirmaban que la actividad volcánica podía alterar el medio durante millones de años, no miles, como para ellos parecía que había durado la extinción.

Y llegó el turno de los paleontólogos. La mayoría encontraba que las especies iban desapareciendo gradualmente del registro fósil. Pero Signor y Lipps (1982) argumentaron contra esto diciendo que no se había tenido en cuenta la incompletitud del registro geológico ni el sesgo producido por el modo de buscar los fósiles. Utilizando múltiples especies y métodos de alta resolución -lo que en paleontología suele significar registrar una zona centímetro a centímetro en vertical y en horizontal- se vio que el período real de final del Cretácico era de miles y no de millones de años. También se vio que había habido vulcanismo, pero que éste había cesado mucho más tarde, cuando muchos grupos ya estaban en recuperación.

El impacto extraterrestre goza hoy del favor de la inmensa mayoría de científicos y ya sale hasta en los libros escolares.

Pero la cosa no se acabó ahí. Pronto hubo muchos que consideraron que las llamadas extinciones en masa, cinco desde hace 600 millones de años, e incluso otras extinciones menores, habrían podido ser producidas por impactos de asteroides o cometas. Raup y Sepkoski calcularon que había habido extinciones destacadas cada 26 millones de años, lo que hizo que un grupo de astrónomos emitiera la hipótesis de una estrella compañera del Sol que lanzaba con esa periodicidad asteroides de la nube de Oort contra la Tierra. Incluso le puso un nombre a esa estrella hipotética, Némesis. De esa hipótesis no se ha vuelto a hablar, puesto que no se ha encontrado la compañera del Sol, y lo más probable es que la periodicidad de las extinciones sea un artefacto de los datos de Raup y Sepkoski (a mi parecer).

Pero la investigación a la luz de esta teoría no ha parado, y sigue muy viva. No han parado de buscarse indicios de impactos en los estratos correspondientes a las extinciones en masa. Donde ha dado más frutos la búsqueda es en lo que respecta a la llamada Gran Extinción, la del final del Pérmico, hace 250 millones de años, en la que desapareció más del 90 % de las especies. A principios del decenio de 1990 se encontraron iridio y cuarzo con huellas de choque. Su presencia era diez veces menor que en el límite K-T, con lo que parecía fortalecerse la idea de que la extinción del Cretácico era un acontecimiento peculiar y único.

Pero a finales del Pérmico, los continentes se habían unido en un único continente, Pangea, rodeado por un único océano, Panthalassa. Un asteroide o un cometa que impactara en el océano profundo no generaría cuarzo con huellas de choque (el cuarzo es raro en las profundidades oceánicas) y no necesariamente dispersaría gran cantidad de iridio por todo el mundo ni enviaría tantos restos a la atmósfera.

Buscando otros trazadores de impacto, se cayó en la cuenta de los fullerenos, una forma de carbono constituída por una gran cantidad de átomos que forman una especie de jaula, descubierta al producirse en experimentos de laboratorio para reproducir la formación de aglomerados de carbono conocidos como "polvo estelar" que se forman en algunas estrellas. Los fullerenos son solubles en disolventes orgánicos.

Bada y Becker buscaron en un cráter de impacto producido hace 1850 millones de años, el cráter de Sudbury, en Ontario, por la riqueza en carbono de la brecha que hay en él. También hay allí cuarzo con huellas de choque y conos de fractura (una especie de onda de choque congelada en la roca). Encontraron fullerenos de 60 y 70 átomos de carbono y se enteraron de su aptitud para capturar gases nobles. Contenían helio con una composición isotópica similar a la del que hay en algunos meteoritos y en el polvo cósmico. En febrero de 2001 informaron sobre la presencia de helio y argón extraterrestres en yacimientos de finales del Pérmico de China y Japón. Ahora exploran en la Antártida. Esos fullerenos están asociados a cuarzo con huellas de impacto.

En ese año, un científico de otra petrolera describió una línea sísmica que parece indicar un cráter de impacto de 200 km de diámetro. En septiembre de 2001 se encontraron granos de hierro, sílice y níquel metamorfoseados por impacto en las mismas rocas del Pérmico de Meishan, donde se han acumulado pruebas de una extinción brusca y fullerenos extraterrestres.

Ward considera que existen indicios en rocas del Pérmico final sudafricano de una extinción súbita de las plantas superiores. Varios han descrito un brusco descenso de la productividad (por cambio de la composición isotópica del carbono) de especies marinas asociado con la Gran Extinción. Y también en rocas correspondientes a la cuarta extinción en masa, hace 200 millones de años.

De modo que una extinción en masa ha quedado explicada, otra, la del Pérmico parece que podrá explicarse y una tercera, la del Triásico parece que se conforma al modelo de las otras dos. Quedan otras dos, la del Ordovícico, hace 440 millones de años, y la del Devónico, hace 365 millones de años. En los estratos correspondientes al final de esos períodos se ha informado de presencia de iridio, cuarzo con huellas de impacto, microesférulas, posibles cráteres y hundimiento de la productividad. Los indicios son débiles, pero la investigación está en sus comienzos.

Para la idea general de evolución, de confirmarse todos estos indicios, habrá consecuencias enormes: la evolución no sigue una vía de diversidad creciente, como se creía antes, sino que está jalonada de verdaderas diezmaciones, en el sentido popular de eliminaciones masivas y en el sentido culto de elegir al azar a quienes van a ser castigados con la muerte, ya que las causas no son terrestres y las especies no pueden estar preparadas para el golpe. Los que quedamos no somos los más aptos, sino los que tuvimos más suerte.

Aunque no es mi costumbre, esta vez voy a dar una moraleja:

Pese a que a mucha gente le parezca lo contrario, la especulación no lleva muy lejos de casa, para viajar lejos hay que tener los pies en el suelo (y a veces mirar al cielo), es decir, plantear hipótesis que se puedan refutar. Son éstas, las hipótesis preñadas de posibles refutaciones y que presentan flancos atacables, las que generan nuevas hipótesis y trabajo de investigación durante mucho tiempo.

© Julio Loras Zaera
Profesor Francho de Fortanete

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